Si existiera el cielo merecería la pena viajar a ese universo de fantasía que ha creado el hombre. Si aunque fuera un minuto, un instante, pudiéramos abrazar a nuestros perros, mirarlos a los ojos desde la indescriptible emoción de fundirnos con ellos, el cielo merecería la pena.
Decirles que nos robaron el alma, que descubrieron la parte más noble de nosotros, que nos indicaron el camino para ser mejores, para decirnos sin palabras que su amor era incondicional.
Sabíamos que no nos dejarían nunca, que nos esperarían siempre, que eran capaces de captar nuestro interior y proyectar su solidaridad, de compartir la tristeza a darnos esperanzas para salir adelante.
En estos días se marcharon Ari, Cira y Magui, las mascotas de mi amiga Rosa, de mi compañero Pepe y de mi hermano Pedro.
Ari era una galga que conocí en el parque de Perros; Rosa me hablaba de ella, de su bondad, del sosiego que transmitía, de su manera de reclamar las caricias en cualquier momento del día.
Cada vez que hablaba con Pepe me contaba los problemas de salud de Cira, su falta de energía, Cira le contaba a Pepe en voz baja que tendría que dejarlo, que no podría quedarse con él y le pedía que fuese fuerte como había sido siempre: luchador, comprometido con la sociedad pensando en hacer un mundo más justo.
Cira era muy tímida, se refugiaba en Pepe, tal vez pensando que espantaría todos sus miedos, todos los peligros. Mi compañero es un filósofo en mayusculas, luchador, un idealista. Creo que Cira la ayudaba a ello: sigue, no lo dejes, confía en tus proyectos.
Magui era la perra de mi hermano Pedro, representaba la amistad, la compañera de los días y las noches, la confidente. Mi hermano vivía para ella: la cuidaba, pesaba la comida para no pasarse un gramo, la aseaba como un bebé. Mi hermano tiene un don especial para los animales, conoce su lenguaje, interpreta sus gestos, descifra el tono de sus ladridos, la inquietud y la inseguridad...pedro le decía que allí estaba él, que no le iba a pasar nada.
En el barrio lo identificaban como " el chico que va con la perrilla. Eran uno.
Magui dejó de andar, le pesaban los 14 años; la edad, la sordera, el caminar tortuoso, el respirar jadeante. Todos los años celebrábamo su cumpleaños con una velas. Magui era de todos.
Hace unos día, visitando al veterinario, decidió dirmirla, la dejó marchar, le dijo que tenía que irse porque había cumplido su misión. Retenerla era egoista e injusto
Ari, Cira, Magui. Las tres mosqueteras, las tres reinas magas, tres ángeles, tres estrellas en el espacio desconocido, tres almas en tres cuerpos.
Sé que en otra dimensión seguiréis los pasos de vuestros amigos. Ellos no dejarán de buscaros.
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