La movilización del colectivo de parados que reivindican su “derecho al trabajo” se prolonga ya durante dos meses. Diariamente, varios centenares de ceutíes recorren el centro de la ciudad haciendo retumbar la desesperación que los asola, con absoluta corrección y en perfecto orden. Es un hecho insólito y estridente que, a pesar del ímprobo esfuerzo de las autoridades por minimizar su impacto mediático, mantiene en vilo a la ciudadanía suscitando toda suerte de opiniones y comentarios. La mayoría de ellos, intencionadamente guiados y hábilmente prefabricados, se centran en la actitud de los manifestantes. Es sin duda una vertiente del problema; pero no es la única y ni siquiera la más importante.
Lo que realmente debería soliviantar a la opinión pública es que una ciudad, en la que se mueve un fabuloso volumen de recursos económicos, supere el treinta por ciento de paro (más de diez mil personas), mientras sus gobernantes se pavonean altivos levitando sobre la miseria por la que no se sienten concernidos. Ese sí es un problema serio que debería atizar con más fuerza la conciencia social. Mientras no sea así, el paro seguirá aumentando como una marea incontenible estremeciendo el futuro.
El Gobierno de la Nación ha borrado a Ceuta del mapa. No le importa nada de lo aquí ocurre. Eso explica que mantenga como Delegado a la incompetencia por antonomasia. No se ocupa ni del paro ni de ninguna otra cuestión de interés (como pone de manifiesto la escasez de la plantilla del nuevo hospital o la vergonzosa oferta de plazas en educación). Invierte toda su jornada en cepillarle el traje a Juan Vivas. Como claro exponente de desidia y abandono, baste recordar que ni siquiera son capaces de nombrar un responsable del servicio público de empleo (puesto vacante desde hace años).
Más activo en el conflicto se ha mostrado el Gobierno de la Ciudad. Fiel a su estilo basado en la publicidad engañosa y la manipulación de masas. Inicialmente se presentaron como víctimas inocentes de una trama política urdida desde la maldad. A continuación hicieron desfilar por la pasarela mediática a una panoplia de personajes variopintos, debidamente aleccionados, con la única intención de desacreditar la movilización y dejar en evidencia al sindicato que la ampara. Y, simultáneamente, se han enfrascado en una furibunda campaña de presentación de medidas de tipo económico para que la opinión crea que están preocupados por el paro. La experiencia dicta que son sólo efímeros futuribles que se desvanecen tras su enunciación. La única realidad es que la política del Gobierno de la Ciudad para reactivar la economía y combatir el paro es ninguna (aparte de la palabrería huera). Por ese motivo se sienten incapaces de aceptar un debate público sobre este asunto.
También es digno de destacar el papel de Juan Vivas. Quien se afana en cultivar la figura de un presidente cercano a su pueblo, parece que tiene tiempo para casi todo (basta con repasar su álbum fotográfico reciente) menos para recibir a los parados que le han pedido un cita formal. Se ha limitado a lanzar un mensaje a través de los medios: “no se contratará a ninguno de los manifestantes porque no sería justo ni legal”. Primoroso. En primer lugar porque nadie le ha dicho que los parados pretendan que el Ayuntamiento los contrate (él ni siquiera ha tenido la cortesía de escucharlos). Eso lo han dicho algunos miembros de su gobierno. Mentir es reprobable en cualquier caso; pero cuando uno se cree sus mentiras es que ha iniciado un peligroso viaje por el mundo de la patología psicológica. Por otro lado, la mezcla de los vocablos contratación, justo y legal, en un discurso del Presidente Vivas es un sarcasmo insuperable. Hace tiempo que Juan Vivas hace juegos malabares con su propio respeto. Sólo habla para ignorantes, agradecidos o embobados carentes del menor espíritu crítico. Pero nadie puede sustraerse a su intimidad, y en ella, la conciencia duele y es pegajosa. Sólo y desnudo frente a la verdad, a penas se intuye una imagen decrépita, triste y vencida. Eso si, saciada de fotos y votos.
Dando por sentado que lo verdaderamente importante es el paro y las políticas de los gobiernos para combatirlo, y no las manifestaciones, que son solo una consecuencia de ello, sí parece interesante puntualizar algunas opiniones vertidas sobre la oportunidad de esta protesta. Dejaremos al margen, por indecentes y sin valor, aquellas que se fundamentan en el origen étnico de los manifestantes, en su componente estético o en la intencionalidad política de la movilización. Sin embargo existe un sector de opinión crítico, bienintencionado y respetable, cuyo argumento básico se construye del siguiente modo: “La manifestación es un derecho constitucional, somos solidarios con los parados, pero las manifestaciones ya son molestas y carecen de sentido porque no conducen a nada”. Dos matizaciones al respecto. El concepto solidaridad se está devaluando (ya es solidario hasta un señor que le echa el balón a otro en una jugada de fútbol). La solidaridad implica la asunción de un compromiso activo con una causa. No se puede confundir solidaridad con pena. Quien se sienta solidario con los parados tiene la obligación de hacer algo por ellos. Por otro lado, es conveniente recordar que un argumento sólo es intelectualmente válido si es completo. Cualquier persona tiene perfecto derecho a pensar que los parados deben deponer su actitud, pero tiene la obligación moral de concluir el razonamiento: los parados (sin medios para mantener a sus familias) deben marcharse a casa y…. No es fácil rellenar los puntos suspensivos cuando se tiene buen corazón. Pero mientras no se haga, sólo estamos ante un argumento inacabado.
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