Opinión

¡Ay, de aquel veinte de noviembre!

Una vecina del barrio la Feria, en Sevilla, exclamó al conocer la noticia: “¡vaya guasona que era la tía!”. Lo dijo con sorna. Había muerto la duquesa de Alba. Era el 20 de noviembre de 2014. Un día señaladito desde 1975. Cayetana ya había cumplido ocheta y ocho años. Siempre decía querer llegar a centenaria. Hoy, pues, tendría noventa y cuatro. Un ictus, tras la muerte de Jesús Aguirre, el segundo marido, la había puesto en el camino de su decadencia. Le dañó el habla y caminaba con dificultad. Una neumonía la que la llevó a la tumba.Hoy la hubieran incluido entre las finadas por la COVID-19.

Jesús Aguirre fue cura progre (próximo al PSOE), que colgó la sotana, como lo hicieron otros muchos por aquella época. Fue una pandemia, en cierto sentido. El virus también se dio en Ceuta. Omito nombres, pero algunas beatillas, aquella decisión del que las confesaba, les creó problemas sicológicos y hasta se sintieron viudas a lo divino.

Jesús Aguirre escandalizaba a la pacata sociedad madrileña, lanzando una serie de ‘boutades’, como “la de hacer el amor a Cayetana, dos o tres veces diarias”. Él empleaba un verbo que hacia enrojecer. El que fue “cura progre” se divertía de esta manera. Manuel Vicent lo llamó ‘abate’, como los confidentes de las aristócratas, en el siglo XVIII. El periodista lo definiría, de igual modo, “hombre raro”, y que cada cual escoja en la polisemia del adjetivo “raro”, la que más le convenga. Acertará.

De lo que no hay duda es que el Duque consorte de formación germánica, entró en su nueva familia, poniendo orden en el inmenso patrimonio de los Alba. Y lo justificaba porque se consideraba un “primus inter pares”. Eso le llevaría a la animadversión de los hijos de Cayetana. Quizás hasta les molestara a éstos el boato del que se hacía acompañar su padrastro. Por ejemplo, llevar bordado el escudo ducal en camisas, pijamas, ropa interior, y hasta en las zapatillas aterciopeladas para andar por casa. Perdón, por palacios. No obstante, los hijastros reconocen que en cuestión de dineros, casi fue un mendigo, pues solo contaba con lo poco que la duquesa le daba todos los sábados para que se comprase cigarrillos. Ya lo advertía el Duque de Huéscar, el primogénito: “nos hemos visto obligados a vender cosas, porque hay muchos cuadros, muchos palacios, pero ninguna liquidez”.

Así como los nostálgicos del franquismo acostumbraban cada veinte de noviembre a peregrinar a la Plaza de Oriente, también los fans de Cayetana lo hacen, yéndose a la Iglesia donde está ubicada la Hermandad de los Gitanos, pues allí reposan las cenizas de quien fue su mecenas. Algunos aprovechan las cercanías y se agrupan ante las cancelas del Palacio de Dueñas. Se rumorea que, incluso algunos han creído ver , al fondo de los jardines, a la Duquesa o a su espectro (ella que ya lo era cuando estaba viva), saludando a los mirones y hasta marcándose pasos de flamenco. Ojalá que la noticia no la difundan los medios y empiece a considerarse el lugar como uno más en ese itinerario macabro, la “Rutade las Setas”, donde se hallan las más afamadas momias beatificadas, como Sor Ángela de la Cruz, o María de Padilla, que tantos beneficios económicos dejaron a sus conventos, afamados por esos dulces que salen de sus obradores. Es la Sevilla de los fenómenos paranomarles y psicofonías extendidos ahora a otros edificios, como la Iglesia de la Asunción (vecina de la actual Escuela de Bellas Artes y antes, universidad Hispalense), en cuya cripta están enterrados Bécquer, Fernán Caballero, etc. Como se ve, hay muertos para dar y repartir. Aquí, en Ceuta, no hay monjitas que se dediquen a amasar la harina para hacer rosquillas (ellas no se asustan de los fantasmas), pero sí los vigilantes que son los que aseguran oir gritos, lamentaciones de niños, como si estuvieran emparedados en los muros, y que son culpables de que estos vigilantes pidan traslados a las empresas que los contratan.

Por suerte o desgracia, en nuestra Ceuta no se dan estos misterios. Conventos, como tales, dejaron de existir

Por suerte o desgracia, en  Ceuta no se dan estos misterios. Conventos, como tales, dejaron de existir. Las monjas optaron por los teoremas de Pitágoras en lugar de los postres celestiales. Rosquitas de canela y ectoplasmas de algunas santascaballas, podrían hasta traernos beneficios, ahora que a Ceuta le están cantando los oficios de tinieblas. La bancarrota, evidentemente, no la trajo el virus.

Ya va para años que no visitó Dueñas. Creo que desde que las sobrinas de Machado me contaron, que en una ocasión, su tío Antonio quiso pasear por aquellos jardines, los que fueron testigos de su niñez, y el guarda de turno le impidió la entrada, a pesar de darse a conocer y contarle que allí nació. Y es que estos cancerberos, ahora y siempre, son “malajes” por naturaleza. A Machado aquello le llegó al alma, sobre todo porque en ese momento, el poeta quería recuperar el tiempo pasado. Iba a la búsqueda de su paraíso perdido; búsqueda de la que surgen varios poemas, entre ellos, su famoso retrato: “Mis recuerdos son de un patio de Sevilla...”

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