A quienes vivimos aquellos años.
Aquel domingo, tras darme una ducha, desayunar y leer “El Faro”, deposité unas quinielas en el quiosco de la Plaza de los Reyes y oí la misa de una en San Francisco, donde coincidí “casualmente” con una joven recién venida a Ceuta, a la que estaba empezando a conocer. Después de la misa, entramos en el Casino Militar y estuvimos charlando un rato, hasta que vimos llegar a sus padres, él un severo Coronel del entonces llamado Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción. Comían en el Casino, esperando poder hacer ya vida familiar en la casa que les habían adjudicado en un antiguo edificio militar del Paseo de Colón, donde ahora está el Ceuta Center.
Salí del Casino para coger el coche (un Fiat de mi padre) con el fin de acudir a una comida campestre, en la que varios amigos íbamos a degustar la fabada asturiana que nos ofrecía Antonio, regada con la sidra que el propio anfitrión escanciaba como mandan los cánones, es decir, poniendo la botella en alto y el vaso muy bajo. Allí nos reunimos seis comensales: además de Antonio y yo, José Manuel, Jesús, Lesmes y Don José. Como para tan grata reunión fuimos a un bello y bucólico paraje situado ya en territorio marroquí (su Aduana permanecía aún en Castillejos), llegaron unos gendarmes quienes, eso sí, tras aguardar a que terminásemos la fabada, nos escoltaron hasta dicho puesto fronterizo, donde fuimos seriamente amonestados y poco menos que expulsados del país vecino. Menos mal, porque si no, el escándalo hubiera sido mayúsculo, dada la categoría de alguno de los comensales.
Aclaro ahora la personalidad de cada uno de ellos. El anfitrión fue Antonio Fernández-Olavarrieta, joven Abogado del Estado cuyo primer destino fue Ceuta.; José Manuel era José Manuel Moro Montero, Procurador de los Tribunales, Jesús, Jesús Sanz de Marco, interventor en la sucursal del Banco Español de Crédito en Ceuta; Pepe, Lesmes (ese era su nombre de pila), cuyos apellidos no recuerdo, Fiscal en el Juzgado de Distrito (en el cual, en aquel entonces, se enjuiciaban las faltas, así como determinadas materias de Derecho Civil), y Don José.(así lo llamo porque, siendo yo Abogado, siempre lo traté con el respeto debido) José Sánchez Faba, Juez del único Juzgado de Primera Instancia e Instrucción existente por aquel entonces en nuestra ciudad y, por tanto, máxima autoridad judicial en Ceuta.
Que tenga constancia, faltan ya Moro Montero, prematuramente fallecido, y también Lesmes. De Antonio nada sé desde el 2010. A Jesús, solterón empedernido y muy atractivo (las jóvenes lo apodaron “Sorayo”, por guapo), la última vez que lo vi fue hace ya muchos años en Zaragoza, por fin casado, y de Don José Sánchez-Faba, que llegó a ser Presidente Nacional de Cáritas, tampoco tengo noticias recientes. Los ingleses dicen “no new, good news” –no hay noticias, buenas noticias-. Confiemos en que sea así.
Después de esa peculiar aventura, fui al cine Cervantes, junto con la joven a la que antes aludí, para ver, en la sesión de siete a nueve, la película “Las chicas de la Cruz Roja”, recién estrenada A la salida, varios chiquillos pregonaban “¡Ha salido Goleada!”, una hojita impresa en la que aparecían los resultados de los partidos de fútbol jugados esa misma tarde. Adquirí una –creo recordar que por una peseta- para ver. lo primero, cómo había quedado el Ceuta en Heliópolis, y me llevé la satisfacción de comprobar que había empatado a cero frente a todo un Betis. Entonces era el Atlético de Ceuta, y militaba, con cierto éxito, en el Grupo II de la Segunda División. Las quinielas, por el contrario, resultaron un fracaso.
Rebellín abajo, llegamos a la amplia acera del Paseo de las Palmeras, plantadas allí, tras un ensanche sobre pilares llevado a cabo años antes que, poco a poco, se había puesto de moda, en detrimento del Rebellín. Entonces, el mar llegaba hasta debajo de esa acera, donde está la muralla que ahora puede verse a lo largo del desdoblamiento. Como todos los domingos, se encontraba abarrotada por una ingente multitud que iba hasta el Puente del Cristo y volvía, haciendo ese mismo recorrido varias veces.
Vimos allí amistades, a las que saludamos e incluso nos paramos un ratito con alguna de ellas para charlar. Tras haber comprado un par de cucuruchos de aquellas excelentes almendras garrapiñadas que, exhalando un grato y clásico olor a lo largo de un amplio tramo de la acera al ser confeccionadas, preparaba allí mismo un buen hombre que, según creo, era guardia municipal, volvimos para subir el Rebellín, dejar a mi acompañante en su recién ocupada casa del Paseo de Colón, y seguir hacia la mía, cercana a Azcárate. Cené en compañía de mis padres, oí después a Juan Tribuna en “Carrusel Deportivo”, para acostarme alrededor de las once y media y leer un poco antes de apagar la luz, hasta dormirme oyendo el clásico y fuerte sonido de las fichas de dominó sobre el mármol de las mesas del recordado Bar Nieto, donde se celebraban partidas hasta altas horas de la noche.
En fin, recuerdos de la Ceuta de 1958 y de la vida de un joven ceutí hace ya casi sesenta años. Por cierto; la chica con la que por aquel entonces empezaba a salir era –y es- Ana María, la que ha sido y sigue siendo mi querida y fiel compañera durante todo ese tiempo. En este año, precisamente, hemos cumplido nuestras Bodas de Diamante, cincuenta y cinco años casados… y que la Divina Providencia nos conceda a los dos juntos cuantos más, mejor.
Aunque no sé si todo lo que relato ocurrió en un solo día, bien pudiera haber sido así. Lo cierto es que ocurrió. ¡Qué felices éramos entonces, sin haber oído aún hablar de Puigdemont (Puigdemonio que se lo lleve), de la ”estelada”, del “procès” y del maldito e ilegal referéndum!
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