La llegada del buque Aquarius a Valencia, con 630 inmigrantes africanos a bordo, ha sido el detonante de todo tipo de comentarios en la calle, en la prensa, en los mentideros políticos. Desde los más humanitarios hasta los más crueles, desde los más pasionales hasta los más sensatos, desde los más ingenuos hasta los más sesudos. Casi todos ellos cargados de una demagogia más que evidente, y sin embargo casi todos ellos irrefutables. Menuda contradicción.
No seré yo quien pretenda aportar algo de luz al asunto, como casi nunca, así que me limitaré a compartir con ustedes mis contradicciones, que por lo que veo, son las de casi todos, sin ser capaz de siquiera atisbar un esbozo de solución a todos mis dilemas morales. Muchas preguntas y muy pocas respuestas. O ninguna.
Un buque con 630 seres humanos procedentes de África, rescatados en alta mar por una ONG francesa. Podría haber sido española, o italiana, o alemana, o de cualquier otro país desarrollado. Poco importa. ¿Quién puede negar el coraje moral y humano de esos voluntarios que se dejan la piel y arriesgan sus vidas por sus semejantes? Y sin embargo, con su bendita humanidad, alimentan sin querer las arcas de mafias de desalmados que en origen hacen caja con el tráfico de la miseria, que cobran entre 3000 y 8000 euros por pasaje en patera, zodiac o barcazas desvencijadas, sabedores de que en unas cuantas millas marinas sus “clientes” serán rescatados por los generosos cooperantes internacionales que se harán cargo del resto del trayecto y les conducirán a buen puerto europeo. ¿Son las ONGs cómplices involuntarias de los traficantes de seres humanos? ¿Tienen razón los admiradores de las ONGs de salvamento por su valor, humanidad y altruismo o sus detractores por su irresponsable ingenuidad? No tengo respuesta.
“Los que llegan son los mejores, los más valientes”, decía Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid. Seguro que muchos sí. Son los más osados, los más audaces, los más aguerridos. Cuando zarpan saben que no son pocas las probabilidades de dejarse la vida tragados por las aguas, como ya se la han dejado tantos miles, en una macabra combinación de valor y azar. Pero también son los más ricos y fornidos de los miserables. Son precisamente los menos pobres de entre los pobres, pues estos últimos, enfermos de sida, desnutridos, famélicos y en la más absoluta de la miseria ni siquiera pueden “soñar” con la aventura del primer mundo, reservada a hombres y mujeres fuertes y capaces de juntar la fortuna de un pasaje en una destartalada patera. ¿Es razonable y ética una supuesta contribución humanitaria que “importe” a los mejores, que a largo plazo serán mano de obra barata y necesaria para una población europea vetusta y sumamente longeva, mientras dejamos a su fatal suerte a los más desfavorecidos? No tengo respuesta.
Otra pregunta, que es tildada de demagógica y cansina desde su misma formulación, pero a la que nadie da una respuesta concreta y comprensible: ¿A cuántos podemos acoger? ¿Podemos abrir las fronteras y recibir amablemente a los 320 millones de africanos que viven en la más absoluta miseria? Hay bellísimas personas honestas que aseguran que sí, incluso algunas con responsabilidades políticas, pero no estoy seguro de cómo han hecho las cuentas. A mí no me salen, pero seguro que no sé tanta economía como ellos.
Dicen que van a quitar las concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla, porque producen desgarros y heridas en las manos y brazos de los emigrantes. Muy loable y humano. Un hermoso gesto paternal. Pero para ser coherentes también deberán quitar las vallas, pues tienen seis metros de altura, y una caída desde arriba producirá cuando menos fracturas de huesos y dolorosos traumatismos, lo cual seguro que ninguna persona de bien desea a nadie. No acabo de entender a quien quiere quitar concertinas y dejar las vallas. O todo o nada. O puertas abiertas o cerradas. O que alguien me lo explique, que esto yo tampoco lo veo claro. Sigo con más preguntas que respuestas.
Intervención en origen, claman los más sensatos. Contribución al desarrollo. ¿De qué manera? En África hay petróleo, uranio, diamantes, oro, cobalto, manganeso, hierro, cobre, bauxita…un continente rico, lleno de recursos. Tal vez el continente más rico del planeta. Y junto a esto guerras civiles, debilidad institucional, ausencia de industria, economía rural de subsistencia, ingobernabilidad y sobre todo una omnipresente corrupción generalizada. El envío de víveres y recursos de primera necesidad son cuidados paliativos en casos de urgencia extrema -siempre que no acaben en manos de sus corruptísimos gobernantes-, pero no aporta nada al desarrollo humano de la zona. Es la limosna que recibe el mendigo. Pan para hoy y hambre para mañana. Entonces, ¿de qué manera concreta puede Europa contribuir al desarrollo de África? Tampoco tengo respuesta.
No, no me he olvidado de la altísima deuda del colonialismo europeo. Pero, ¿podemos seguir responsabilizando de manera indefinida a las estructuras económicas del colonialismo europeo del subdesarrollo africano? ¿Existe un neocolonialismo empresarial al que se ha sumado Estados Unidos y otras potencias mundiales como China que ahoga el progreso económico y social en África? ¿Cuál debe ser la política europea y del mundo desarrollado al respecto? No tengo respuestas, solo preguntas que me inquietan como ciudadano y como el ser más o menos humano que intento ser. Si alguien me puede ayudar, mi agradecimiento por anticipado.
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