Mucho se ha hablado en los últimos días sobre si el corredor del equipo kazajo Astana y actual campeón del Tour de Francia, Alberto Contador, debió esperar a Andy Schleck después de que este experimentara un desafortunado problema técnico con la cadena de su bicicleta en los últimos kilómetros de la etapa. Cuando se compite en cualquier deporte sólo las injerencias externas o incidentes puntuales deben ser considerados como causas con suficiente peso como para ralentizar o frenar por completo el ritmo de la competición. Es propicio recordar que el propio Contador ya esperó al luxemburgués en Spa mientras que este último, tras una caída que provocó un bloqueo de dimensiones colosales que afectó entre otros a Contador en otra etapa, no se avino a hacer lo mismo, logrando una parte considerable de la diferencia que ostentó hasta el lunes. Desde luego si alguien ha demostrado que defiende el juego limpio en el ciclismo actual ese es el español, y no demasiado su máximo rival Andy Schleck, quien debería aprender a usar el cambio como muy bien apuntó Hinault para no volver a tener que enfrentarse a este tipo de contrariedades.
El problema que se cebó con el corredor del Saxo Bank el pasado lunes no es uno de esos problemas que obliguen éticamente al rival a esperar que se enmiende, puesto que más que un problema ha de ser contemplado como lo que en realidad es: un error técnico del corredor. Se vería normal que en tenis el rival parara el partido si un energúmeno saltara a la pista a increpar a uno de los jugadores, de igual manera se vería si ocurriera en un campo de fútbol o en cualquier otro deporte, incluido el ciclismo; sin embargo, no sería tan lógico que, si por ejemplo en el mundo del fútbol, un central cometiera un error técnico al controlar el balón cediéndolo al delantero rival, este esperara a que aquel corrigiera su fallo. Diferente es que ese mismo central estuviera tendido en el suelo desde minutos antes y el delantero hiciera caso omiso aprovechándose de la jugada a través de un gol, que si bien está permitido en tanto que el árbitro no impone la pausa, no se puede denominar “fair play”.
Mirémoslo desde otro punto de vista: si en Fórmula 1 uno de los bólidos tuviera una avería menor y no pudiera llegar a boxes, ¿pararía el resto de corredores restando tres vueltas para el final? Realmente no, ni aun quedando sesenta. Lo más extremo que veríamos sería la aparición del coche de seguridad en caso de que un accidente de gran calado conllevara riesgo de males mayores. Se podrían dar ejemplos hasta la saciedad, incluso dentro del mismo ciclismo; tal vez el texano Lance Armstrong, si echara la vista atrás y no recordase sólo las acciones que le interesa, rememorara reacciones muchísimo menos ortodoxas que la del campeón español.
En estos últimos días se ha sido tremendamente injusto con la actitud de un Alberto Contador que nunca ha dado visos de mal competidor, y que mucho menos tiene por qué darlos en este momento. El bicampeón del Tour de Francia merece más respeto del que le han mostrado algunos medios españoles y sus principales audiencias, incluyendo en este grupo a determinados diarios extranjeros que han intentado cebarse con el de Pinto, quien ha sido socorrido por personajes de la talla de Jalabert o Hinault e incluso rivales potenciales como Bruyneel, antiguo jefe del Astana y actual director de orquesta del RadioShack de Lance Armstrong, entre otros. A pesar de contar con importantes apoyos Alberto no tuvo reparos en pedir perdón para que su amistad con el joven Andy Schleck no se resquebrajara por este insignificante incidente; un gesto que le ha ennoblecido todavía más. Seamos, de verdad, cabales y serios: ¿qué podemos reprocharle al madrileño?