Cuando todo se nubla en la sociedad y una tormenta nos acecha, nos sentimos amenazados por el miedo ante las circunstancias. Aprender de situaciones desfavorables, tomar nota de nuestras limitaciones y carencias, airear las debilidades con las que convivimos e intentar hacer una radiografía profunda de lo que tenemos y debemos mejorar es lo que nos ha enseñado la pandemia.
Hemos aplaudido a los sanitarios jugándose la vida luchando contra un monstruo desconocido: los profesionales de la salud han abierto sus puertas para que pudiéramos ver el día a día de sus condiciones laborales. Tomar nota de todo ello implica repensar el sistema sanitario. La precariedad laboral, falta de médicos de atención primaria y un largo etcétera de asuntos que debemos mejorar. Aprendimos también a poner en valor a un colectivo que se deja la piel , que no renuncia pese a las dificultades con las que se encuentran.
En la docencia quedó comprobado que el éxito educativo pasa por la reducción de la ratio en las aulas. Dividir los turnos, utilizar soporte informático, facilitar el contacto estrecho con el alumnado, atención individualizada, preparación de materiales y todo tipo de actividades supuso lo que una y otra vez repetimos, mantener la ratio con tantos alumnos es la piedra angular del fracaso escolar. Nunca entenderé por qué los docentes estamos tan desprestigiados en grandes ámbitos de la opinión pública; me imagino que el desconocimiento sobre el ejercicio docente es ignorado incluso por los que tienen la responsabilidad política de tomar decisiones. Fuimos nosotros los que tuvimos que aplaudirnos.
También el sentido de la responsabilidad ha dejado huella: ciudadanos que en nombre de la libertad siguen poniendo en peligro otras libertades: negacionistas, conspiranoicos, vendedores de pócimas sagradas y personas que no serán consecuentes cuando sufran en sus propias carnes el virus que puede ser letal en colectivos más vulnerables.
También ha habido tiempo para asomarnos a la economía. Sostener un país en el sector turístico hace que podamos depender de un hilo que puede romperse en cualquier momento: bares, restaurantes, hoteles, turistas... son piezas de un castillo de naipes que cualquier ventolera podrá derribarlas.
Las residencias de ancianos abren martillazos la conciencia pensar en nuestros mayores. Su realidad, el silencio, el ostracismo y el olvido ponen de manifiesto el arrinconamiento de los que estuvieron al pie del cañón durante toda su vida y de los que heredamos lo que poseemos.
El desempleo, el echar persianas de muchos negocios, las colas del hambre, la pobreza y lo generado por esta coyuntura nos invita a reflexionar que la solidaridad y una reforma profunda en las leyes son una tabla de salvación y que no podemos mirar al otro como si fuera invisible, como si no existiera.
Mientras tanto, seguiremos quitando del mapa a millones de seres humanos que no se mueren del covid sino del hambre y han sido " rescatados" porque podían poner en riesgo nuestra salud. Como decía Eduardo Galeano " Valen menos que la bala que los mata".
Ojalá esta pandemia nos haya dado una lección, aunque solemos olvidar con facilidad. No vale cualquier cambio si no estamos dispuestos a cambiar. La tarea del pensamiento crítico la hemos llevado a las clases de ética y Filosofía y mira tú por donde, los gurús del Ministerio de Educación la esquilmarán en la enésima reforma educativa.
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