El ideal de la Ilustración era el uso de la razón y la ciencia. Y a través de esa práctica creían los pensadores de esa época que se podía mejorar el florecimiento humano. Aunque esto no suponía creer que los seres humanos somos agentes perfectamente racionales. Así lo pensaban Adam Smith, Kant, Spinoza, David Hume o Hobbes. Es lo que nos explica el psicólogo y científico americano Steven Pinker en su libro “En defensa de la Ilustración”.
El libro de Pinker es de esos manuales que hay que releer varias veces. Aparte de la monumental relación de citas bibliográficas, es que da una serie de datos impresionantes, que van desmontando una a una las razones que de algunos para defender el neofascismo, el populismo autoritario y el nacionalismo romántico, que “se justifica mediante una versión rudimentaria de la psicología evolucionista en la que la unidad de selección es el grupo, la evolución está impulsada por la supervivencia del grupo más apto en la competición con otros grupos y los humanos se han seleccionado para sacrificar sus intereses en aras de la supremacía de su grupo” .
Es bastante curioso cómo rebate la idea de algunos de que la ausencia de la religión llevará a las sociedades a la anomía, al nihilismo y al eclipse total de todos los valores. Según nos explica, la historia y la geografía de la secularización desmienten este temor. Muchas sociedades no religiosas como Canadá, Dinamarca y Nueva Zelanda, nos dice, figuran entre los lugares más agradables para vivir en la historia de nuestra especie, en tanto que muchas de las sociedades más religiosas del mundo son verdaderos infiernos. Y nos pone el ejemplo de Estados Unidos, mucho más religioso que sus homólogos occidentales, pero que obtiene peores resultados que ellos en felicidad y bienestar, con tasas más altas de homicidios, encarcelamientos, abortos, enfermedades de transmisión sexual, mortalidad infantil, obesidad, mediocridad educativa y muerte prematura.
Pero también se adentra en el mundo islámico. Reconoce que la civilización islámica vivió una revolución científica precoz y, durante buena parte de su historia, fue más tolerante, cosmopolita e internamente pacífica que el Occidente cristiano. Y atribuye algunas de sus costumbres más regresivas, como la mutilación genital femenina, o los asesinatos por honor de las hermanas e hijas impuras, a antiguas prácticas tribales de África o de Asia Occidental, que sus perpetradores atribuyen erróneamente a la ley islámica. El problema estriba en que muchos de los preceptos de la doctrina islámica, tomados al pie de la letra, son palmariamente antihumanistas, nos explica. Como también lo son algunos pasajes de la Biblia. Lo que nos documenta es la existencia de un cuadro de intelectuales, escritores y activistas musulmanes que están impulsando la defensa de una revolución humanista del Islam.
Una de las cuestiones que más me han impresionado ha sido la descripción que hace de Nietzsche. Según opina, Nietzsche contribuyó a inspirar el militarismo romántico que condujo a la Primera Guerra Mundial y el fascismo que condujo a la Segunda. Según explica, las conexiones entre las ideas de Nietzsche y lo movimientos que han causado millones de muertos en el siglo XX son evidentes. “La glorificación de la violencia y el poder, el deseo de arrasar las instituciones de la democracia liberal, el desprecio hacia la mayoría de la humanidad y la indiferencia inmisericorde por la vida humana”.
Y de aquí llega a afirmar que la influencia de Nietzsche en personajes como Stephen Bannon y Michael Anton, asesores de Trump, son evidentes. Por eso afirman que nadie puede ser cosmopolita, un ciudadano del mundo, pues para ellos ser humano significa ser parte de una nación. Y una sociedad multiétnica y multicultural jamás puede funcionar, pues sus miembros se sentirán desarraigados y alienados. Se trata de la peligrosa ideología reaccionaria del denominado teoconservadurismo. Pero la tesis de que la uniformidad étnica conduce a la excelencia cultural es falsa. Evidentemente jamás tendremos un mundo perfecto, pero las mejoras que podemos lograr no tienen límites si continuamos aplicando nuestros conocimientos en aras del florecimiento humano, nos recuerda Pinker.
Evidentemente, el neofascismo se está apoderando de muchas instituciones. El próximo episodio peligroso serán las elecciones americanas, con un Trump cegado por su egolatría, que ha vuelto a la carga. Pero también en Italia tenemos el fascismo instalado. Y en Francia acechan desde hace tiempo. En Brasil, afortunadamente ha vuelto Lula, aunque por la mínima. Y en España tenemos a una reconocida trumpista instalada en la Puerta del Sol, que se permite ofender, mentir y ningunear a todos aquellos que no piensen como ella, y que está a poco de hacerse con el control del partido de los conservadores españoles, apoyada por potentes medios de comunicación.
Quiero terminar con unas bonitas palabras del libro de Pinker, que comparto. “La historia no es patrimonio de ninguna tribu, sino de toda la humanidad, de toda criatura sintiente con el poder de la razón y el impulso de perseverar en su ser”. Es el espíritu de la Ilustración que hay que aprender y practicar.
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