Opinión

“Mi apellido, el álamo”, Ceuta y Cataluña

Ayer, brujuleando por internet, tropecé casualmente con unos sorprendentes datos relacionados con mi apellido. Según la obra “Heráldica de los apellidos canarios” cuyo autor es Lino Chaparro, el apellido Olivencia tiene rama en Canarias, cosa nada extraña, pues, aunque en limitadas cantidades, está repartido por muchas de las provincias de España. Desde aquellas islas, el apellido Olivencia fue llevado a América, donde -y aquí viene el detalle más llamativo “entre los defensores de El Álamo abundan los Olivencia”.

Los mayores recordamos aquella famosa película de 1960 titulada “El Álamo”, dirigida y protagonizada por John Wayne, que encarnaba en la pantalla la figura del legendario héroe americano Davy Crockett. En ella se recogía la heroica gesta de un puñado de tejanos –en torno a los doscientos- quienes, durante trece días, resistieron en el fuerte de El Álamo los duros embates de un ejército de miles de soldados mejicanos mandados por el General Santa Anna, una cruel batalla de la que, a la postre, solo lograron salir con vida muy pocos de aquellos tenaces defensores, entre ellos, según se cuenta, el propio Davy Crockett, y quiero pensar que, también, algún pariente lejano mío. . Hay otra película más moderna –del año 2004- sobre el mismo tema, llamada “El Álamo, la leyenda”, que ya habrán visto otras generaciones más jóvenes que la mía, conociendo así dicha gesta.

Por lo que se ve, a los Olivencia nos ha tocado bregar con causas difíciles y complicadas. He dedicado gran parte de mi vida a la defensa de mi querida patria chica, Ceuta, unas veces con fortuna y otras, quizás demasiadas, sin éxito. Desde mi actual atalaya de los 83 años, miro hacia atrás, y veo, apenado, que se perdieron batallas importantes. Me autodefiendo al pensar que la tarea no podía recaer sobre una sola persona –eso sería una absurda presunción por mi parte- y que tales batallas no las logramos ganar un puñado de ceutíes. Otros, por desgracia, no hicieron nada más que quejarse. El Álamo cayó, pero todavía queda tiempo para evitar que caiga Ceuta. Eso está ya en las manos de personas de menor edad que la mía, decididas a hacerlo o, al menos, a intentarlo. Creo que, por fortuna, las hay. No muchas, pero las hay.

Y ahora, como todo no puede ser trascendente, paso a mirar, reconozco que con cierta ironía, aunque es muy serio, el problema de Cataluña. Los independentistas gritan una y otra vez que tienen derecho a decidir, que no aceptan la norma constitucional sobre la soberanía del pueblo español en su conjunto; que su Parlamento es soberano, que sus leyes prevalecen sobre las del Estado y que no aceptan ya las sentencias de los tribunales españoles. Una sarta de mentiras, en parte delictuosas, que, no obstante, siguen haciendo prevalecer en su Comunidad, tan tozudos como aquel cómico que decía siempre “yo sigo, yo sigo” o el conejito que no paraba del viejo anuncio de la tele sobre la larga duración de cierta marca de pilas.

Aunque la situación no esté para bromas, voy a aplicar tales ideas disolventes al ámbito de mi casa. Como tenemos derecho a decidir, hemos convocado solemnemente un referéndum para decidir si Cataluña es o no parte inseparable de España. Preparada una urna de cartón, depositados en ella los votos (confeccionados en una impresora como la del diputado Rufián) y practicado el correspondiente escrutinio, el resultado ha sido arrollador, pues por unanimidad de los sufragios emitidos (el 66.6% del censo) Cataluña es una parte inseparable de España. El perro, tras gruñir que si pero que no, y que no pero que sí, se abstuvo, demostrando .una vez más- que tiene ciertas tendencias podemitas. En definitiva, democracia pura.

De este modo, es decir, no aceptando la soberanía del pueblo español, reduciéndola a nuestro gusto, dando carácter soberano a nuestro Parlamento particular, haciendo prevalecer nuestro derecho a decidir y nuestras normas sobre las nacionales y eludiendo a los tribunales españoles, ha quedado definitivamente establecido que Cataluña es una parte inalienable de la España única e indivisible consagrada por la Constitución que aprobó el pueblo español, con el muy destacado apoyo de los electores catalanes, el día 6 de diciembre de 1978.

Fijado tal principio por votación popular, con aplicación estricta de los argumentos que emplean los separatistas, éstos quedan obligados a estar y pasar por los resultados del particular referéndum expuesto y, por tanto, deben desistir sin mayor demora del que están tratando de celebrar.

O no, como diría Rajoy.

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