Antonio Ríos Rojas (1972), doctor en Filosofía y profesor de instituto en Segovia, acaba de publicar su última obra, ‘La melancolía del cristianismo’. Este escritor nacido en Ceuta ha presentado su libro, que ya puede adquirirse en librerías tanto en papel como en formato electrónico.
–¿En qué se inspiró para realizar esta obra?
– En mi caso, la fuente de inspiración fue la lectura de psicología alemana actual, que insiste en la melancolía como un aspecto trascendental. A partir de ahí empiezo a rastrear y me encuentro con ‘El genio del cristianismo’, de Chateaubriand, y la contrasto con ‘La anatomía de la melancolía’, de Robert Burton. Uno alabando la melancolía, otro despreciándola. Esto es solo la superficie, porque el fondo fue mi necesidad vital de asomarme al arte cristiano y a sus ritos, donde siempre he visto una belleza sin igual. Una necesidad vital de retomar ese contacto que había tenido en la infancia con el cristianismo y que había abandonado por completo.
–¿Cómo definiría usted la melancolía?
–Yo la entiendo como el estado intermedio entre la alegría y la tristeza, entre la euforia y el abatimiento. Siempre he visto en esos estados intermedios lo más interesante del ser humano. Esto también lo vio Aristóteles cuando alababa el término medio como virtud, o más recientemente, o el filósofo español Eugenio Trías, hablando del hombre como ser fronterizo, intermedio, y todo esto es rico para él. Entonces así entiendo la melancolía, como un estado intermedio y fronterizo que nos lleva a la trascendencia, que nos posibilita más que otros estados.
–¿Cómo trata este concepto a lo largo de la obra?
– La obra la he dividido en tres bloques. El primero es una aproximación a la melancolía y al cristianismo, y a la relación entre ambas. El segundo es un bloque histórico sobre el concepto de melancolía. Y el tercero es una visión más de cerca del cristianismo como religión melancólica a través del arte y de los ritos. En todos estos tres yo diría que la melancolía, pese a abrirnos la trascendencia, pone al ser humano en un estado de realismo absoluto, y esto es muy importante. Si no aceptamos el realismo, tarde o temprano nos damos de bruces con la realidad, como en el caso de los idealistas.
–¿Qué relación tienen la melancolía y el cristianismo?
–La relación entre ambas creo que es conflictiva. El cristianismo no nace melancólico, sino eufórico, nace con la euforia de alguien que cree haber venido al mundo para salvarlo, y los que creen en él se sienten salvados. Solo hay que ver la euforia y la alegría con la que iban a ser martirizados los primeros cristianos. También hay que pensar que toda la ortodoxia cristiana ha considerado un pecado la acedia, que viene a endenterse por melancolía, entonces la melancolía es un pecado. El melancólico era el triste, y mi tesis es la contraria. Pero el cristianismo no es solo su dogma. Es también su arte, sus ritos, su liturgia, y si estamos atentos, la religión cristiana ha acogido en sus brazos la melancolía. No hace falta más que ver las vírgenes o la mayoría de los santos. Tienen un gesto de sobriedad, seriedad y trascendencia. Ese arte, esa liturgia y esos ritos cristianos son profundamente realistas, y en esto consiste la fructífera relación entre ambas. Sin embargo, la estética del cristianismo actualmente se ha abandonado.
–¿Cómo ha afectado la modernización de la Iglesia en el cambio de visión de la melancolía?
– Ha afectado tal y como afecta la modernidad en general, arrasándolo todo, porque la Modernidad es el progreso y este no puede parar. No hay que perder de vista que la modernidad pretende facilitar al hombre la vida en el mundo, pero de una manera radical. Le convierte en un ser volátil, levitante, y casi líquido. Como si la modernidad fuera una máquina licuadora. Esta sociedad del bienestar, lo que hace al fin y al cabo es huir de la realidad del hombre, la realidad inexorable de que al final vamos a morir. Y la modernización de la Iglesia ha dejado de mirar a la melancolía como algo trascendente, y se ha subido al buque de la modernidad.
–¿Qué otras obras ha realizado?
– Yo publiqué un ensayo sobre el escritor Tolstoi en 2015, ‘Lev Tolstoi, su vida y su obra’, y me precio de ser el primero que ha escrito un estudio sobre la obra de Tolstoi en lengua castellana. Fui un lector muy voraz de Tolstoi desde mis veinticinco años, con ‘La muerte de Iván Illich’ y ‘Guerra y paz’. En él tomo partida a favor y en contra del autor, y donde realizo un estudio de personalidades literarias comparadas como Dostoievski o Turgeniev. Y mi segundo libro se titula ‘Thomas Benhard, Viena y yo’, que se publicó en 2018. Es un ensayo muy personal donde me presento como un poseso de su literatura. Es uno de los grandes del siglo XX, sin duda, pero muy destructivo y pesimista. Entonces me meto en su piel y presento cómo entiendo su literatura. También presento cómo es Viena y cómo son los austríacos, su historia, etc. En ese sentido, el libro es más una guía de viaje.
–¿En qué se encuentra trabajando actualmente? ¿Algún proyecto en mente?
– Confieso que estoy leyendo e investigando mucho, pero sin saber si esto se convertirá en un libro, sobre la figura de Antonio Soler, un compositor español fundamental que creo que ofrece una época muy interesante para meterse en la vida de este personaje y su obra musical.
–¿Qué relación mantiene con Ceuta?
–En mi infancia, no fui un ceutí eufórico. Vivía en Ceuta sin interarme de que vivía en ella. Con el paso de los años, ahora es una relación de amor profundo, en parte por esto que comentaba de la melancolía como estado fronterizo e intermedio. Ceuta lo es en este sentido, no deja de ser una ciudad de frontera, y eso le da un carácter muy realista, escondidamente melancólico. También es una ciudad tradicionalista y realista. Esta relación de la ciudad con el realismo, político como de la vida, es algo que me hace muy grato venir a Ceuta, más allá de que también aquí sigue estando mi familia, y de que es una ciudad bellísima.
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