Categorías: Cultura y Tradiciones

Antonio Mira. Los naufragios del 12 de diciembre de 1948

A finales de agosto del año pasado, remitimos, al diario El Faro, una crónica-homenaje titulada: “Antonio Mira, ¡Un hombre de mar!”  Hoy, pasado un año de aquella fecha, cuando me disponía a llevarle el relato sobre “Los naufragios de  12 de diciembre de 1948”, que juntos fuimos elaborando, me dieron la terrible noticia de que ya no hacia falta que le llevara ningún nuevo escrito, ni siquiera lo acontecido en la tragedia del “Lobo”… Porque Antonio, Antonio Mira nos había dejado para siempre…
Y yo, por un momento me sentí aturdido, perdido en mi quehacer de ir tomando notas acerca de la flota de pesca de Ceuta, de la flota, sobre todo, de la traíña, del arte de cerco para la captura de jureles, boquerones, sardinas, bonitos, melvas, etc.
Fuimos Joaquín y yo, junto al camino de San Amaro, a rendirle el últimos adiós…En el camino nos encontramos a Juani, a Mariluz, a Cayetano León, a Almenta, y otros amigos; y naturalmente a sus familiares -su hermana, sus hijos y sus nietos-,  y nos abrazamos, y en el dolor, aún pudimos desgranar, su forma de ser, su carácter, la manera tan gallarda y valiente de interpretar las cosas de la vida… Como ya dije en otra ocasión, Antonio, ya no era un personaje de ahora… Antonio, era un personaje de  José Conrad, de “Azorín”, de Pio Baroja, de Neruda… Antonio era un personaje de otro tiempo; de un tiempo donde la flota de pesca de nuestra ciudad era una flota formidable de más de  cien embarcaciones que faenaba  en las aguas bravas del Estrecho, y hasta el Sur de Larache en el Atlántico, y al Este de Uad Laou en el Mediterráneo.
Cuando alguien como Antonio se nos va, se rompe irremediablemente parte de nuestro paisaje, y nos dejan huérfanos y con el regusto amargo del dolor o la tristeza, como quieran ustedes llamarlo… Sin embargo, si esto es una perdida, aún es peor que  ahora  hayamos perdido la referencia histórica de aquella flota de pesca que tanto prestigio dio a nuestra ciudad. Con él se fue la última traiña que surcaba nuestros mares; con el se fue ese mundo romántico de bravos patrones y de resignados pescadores… Con él se fue el mundo épico de la pesca del siglo XX: aquel Muelle Comercio -viva estampa marinera del oficio ancestral del pescador; bullicio y trajín de cajas de “pescao” que arrastran los marineros desde las bodegas cargadas con hielo, hasta su subasta a “la baja” voceada a gritos por la figura clave de esta industria, que fueron los subastadores-;  el  antiguo edificio de la cofradía y el salón de la cafetería-bar, donde se repartía “a la parte”, la venta de las capturas;  la vieja y la  nueva  lonja;  y los muelles plateados  por la luna en  la descarga a millares de las melvas al alba…
Navega, de nuevo, con el “Dorinda Dapena” -la barca familiar, por el oleaje azulado del cosmos… Navega, pues, con la mar de leva, y por la espuma infinita e inabarcable de Dios… Con la rebeldía que siempre te caracterizó. No te rindas nunca…Vete con los tuyos, los mayores… También con mi padre, tu amigo… vete, porque al despuntar el alba, con los primeros rayos, navegarás libre para siempre…
He aquí el relato que la misma mañana de su viaje definitivo, yo le llevaba para que me diera su necesario e imprescindible  reconocimiento. Ahora, sin tiempo para realizar alguna corrección, espero que sepas personar mi torpeza si, como es posible, de seguro  la cometiera:
«Como ya apunté en el capítulo del Lobo de “Ceuta mi niñez perdida…”, toda mi infancia transcurrió en el patio donde vivía José Fortes León “El Chache”, armador de este pesquero, de tal suerte, que en las tertulias que los vecinos solían tener era motivo de  comentario el naufragio del Lobo y de dos traíñas que lo acompañaban montando  las puntas  Almina y Santa Catalina.
Antonio Mira, viejo pescador, le tocó vivir de cerca, en una de las traíñas que montaron los acantilados del Hacho, el hundimiento de estos barcos. Algunas mañanas al filo de las once, y algunas tardes pasadas las seis, he ido a buscarle a tomarme un café con él, y a que me desgrane aquellos terribles acaecimientos. Y así, a ratos, a través de muchos meses de andar preguntándole y tomando notas en mi cuaderno, he ido desentrañando, gracias a la memoria prodigiosa de Antonio, lo acontecido hace ahora más 60 años, de aquellos sucesos. Puede que algunos hechos hayan quedado en la bruma inescrutable del pretérito, pero otros, los que el ha podido rescatar de los años donde ha ido cayendo el olvido están expuestos tal como él me los ha relatado; quizás Antonio sea de los últimos viejos lobos de mar, que estuvieron presentes en ese tiempo, en esas circunstancias, y sobre la combada cubierta de madera de una traíña  de Ceuta.
He aquí, pues, lo que aconteció:
El día 11 de diciembre del 1948, alrededor de 30 traíñas de la flota pesquera de Ceuta, se encontraban faenando en el litoral de Marruecos, a la altura en Uad Laou, el viento era del Norte y nada presagiaba la terrible tragedia que al día siguiente habría de acontecer.
Antonio me apunta algunos de los nombres de esos pesqueros, a saber: Nuestro Sebastián, María López, Sebastián y Gracia, El Africano II, La Joven Antoñita, Hermanos Cantón, General Varela Iglesias, El Lobo Grande, Juan Piñero, Los Mellizos, San Carlos, Joven y Joaquín, el Gracia Mates, etc.
El viento del Norte comenzó  a arreciar  y a levantar la mar, y ante la dificultad de continuar las tareas de la pesca, sobre las una y las dos de la madrugada del día 12,  las traíñas arrumbaron  a refugiarse tras Cabo Negro y la playa de la Restinga, y echar el “hierro”  para aguantar fondeados  y esperar la  deriva del tiempo.  Apuntó la mañana, de manera inesperada, con un zarpazo brutal de una fiera enloquecida. El Levante infló sus velas y arremetió con todas sus fuerzas, barriendo toda la costa. La mayor parte de los pesqueros levantaron los rezones y pusieron rumbo a Ceuta para remontar Punta Almina alrededor de las diez de la mañana.
Otros barcos: El Lobo grande, Los mellizos, El San Carlos, Juan Piñero, Hermanos  Cantón, más rezagados aguardaron un tiempo en la “Ribera”, hasta que se decidieron  al filo de la tarde a montar Punta Almina.
La suerte estaba echada y, aquellos pescadores, aguantaron bien los embates del temporal hasta pasar los acantilados de Pta Almina; todo parecía ir bien, las amuras habían ganado barlovento y ahora se dispusieron a girar la rueda del timón a babor para ir arrumbando al oeste y presentar popa a la mar.
Y en este punto, cuando la arribada al puerto de Ceuta parecía asegurada se desato la tragedia. La zona de mar entre Punta Almina, el bajo Isabel  y Punta Catalina, la línea de sonda desciende vertiginosamente desde los 100 metros  hasta los 6 y 13 metros, con lo cual se produce un contraste de mareas y corrientes que conforman  fuertes “Hileros” que dificultan y hacen peligrosa  la navegación.  A ello, apunta Antonio: “la mar de Norte estaba hecha, y se confrontaba con la mar arbolada del Este”;  con lo cual todos estos elementos cartográficos descritos, unidos a la violenta adversidad de los vientos y la mar reinantes en la penumbra de la caída de la tarde -18 y 19 horas-, hicieron inevitable el naufragio del Lobo Grande, Los Mellizos y EL San Carlos.
Los Hermanos  Cantón, y el Juan Piñero, que venían a la popa de ellos, cuando vieron desaparecer las luces de alcance, intuyendo la tragedia, se abrieron al momento poniendo “agua a la quilla”  y levantando el timón hasta aproar Gibraltar y ganar aguas más profundas del Estrecho.
Del lobo* se rescataron cinco supervivientes (Un padre con sus dos hijo; el patrón de papeles y el chiquillo del barco). De Los Mellizos y del San Carlos,  se ahogaron todos.
Desde que fui adquiriendo los conocimientos náuticos de mi profesión, siempre me pregunté si fueron los elementos meteorológicos o  pericia de los patrones la causa última de estos hundimientos. Si bien con la ayuda de Antonio he podido seguir  las condiciones de mar, y la derrota de la flota en aquel  día aciago;  me quedaba por decidir la responsabilidad de los patrones de las traíñas. Y en este punto, Antonio, con la lucidez que siempre le caracteriza, me dijo: “Manuel, nuestro barcos, los de Ceuta, siempre acortábamos la distancia arrumbando por dentro de los Hileros; era nuestra seña de identidad que caracterizaba nuestro conocimiento sobre los bajos y las rocas ahogadas de nuestro litoral. Los patrones conocían este mar del Estrecho mejor que la palma de su mano...”
Las palabras de Antonio -palabras en el tiempo, como diría Machado-, fueron definitivas… Sólo la fatalidad de conjugarse todos los elementos meteorológicos y de mar en un momento y un lugar determinado, fueron la verdadera causa que los pesqueros zozobraran. No fue la falta de pericia -que estaba sobradamente demostrada-, ni el miedo al temporal desencadenado los causantes de la tragedia; sólo la fatalidad que a veces acompaña a los siniestros  para que se dé lo inverosímil, hicieron -como una garra descomunal y terrible-, posible la tragedia… Y yo, que he conocido la fragilidad y la desesperanza de encontrarnos desarbolados en medio de la tormenta, puedo apuntaros que contra la fatalidad de nuestro destino nada podemos hacer…
Antonio, tras el último sorbo de café -ya frío-, quiso sentenciarme: “Nosotros pasamos por el mismo sitio unas horas antes, y si me apuras, si hubiésemos estado allí, a la misma hora, también el temporal nos habría tragado como al Lobo…”
Descansen, pues, en paz estos bravos marineros… En la mar, en la mar azul e infinita se encuentran, para siempre, escritos sus nombres…»

Otros acaecimientos
y naufragios
* “El  Lobo” pudo finalmente ser localizado el lugar de su hundimiento, y una grúa pontón lo sacó a la superficie; luego lo transportaron al varadero “Cadu” en el muelle España. Siempre he escuchado decir que Jesús Fortes, Joaquín Castillo y Juan Vallejo, en días posteriores  a la tragedia, salieron en un bote de remos y sondando a mano fijaron  el casco del Lobo hundido.
-Un barco marroquí, “El Esperanza”, dedicado a transportar carbón vegetal que se encontraba atracado en el muelle España, rompió amarras y embarranco en la playita del tintero, luego llamada del CAS.
- La traiña   “Luis León”, a la fuerza del viento garreo su rezón, y yéndose contra la muralla se destrozó.
- Otro barco marroquí, cargado de carbón, quedo a la deriva y su casco golpeándose contra las piedras de la Ribera se hundió. Algunos de sus tripulantes se ahogaron. El carbón de su bodega pudo ser aprovechado por algunos vecinos de la Ribera.
- El Juan Piñero, trajo un marinero del Lobo, lo dejo en Alfau, y dio la voz de que el Lobo se había hundido..
- El Mira, patroneado por “Realillo”, enfilo las murallas del “Foso” hasta quedar embarrancado; todos sus tripulantes fueron rescatados.
- “El  Lobo” pudo finalmente ser localizado y una grúa pontón lo saco a la superficie; luego lo transportaron al varadero “Cadu” en el muelle España.
- El Cantón, rozó  la fatalidad, pues entrando por la bocana del puerto se le rompió el motor. Pudo ser remolcado a la dársena pesquera.
-El Comandante de Marina mando poner un reflector junto a la muralla del “Espigón”, para  que alumbraran a los barcos que habían quedado en la Ribera capeando el temporal.
- En este día trágico del 12 de diciembre de 1948, pudieron ahogarse más de 70 hombres.

cedida

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