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Antonio Benítez

Ceuta ha perdido a un preclaro hijo adoptivo. Paradigma del amor por este pueblo y arquetipo de una peculiar ejecutoria empresarial y humana hasta el momento de su óbito, acaecido ayer, esta tierra fue siempre su norte, su pasión y el único escenario posible donde él concebía su existencia.
“Sólo tengo envidia de que mis hijos, nietos y biznietos tengan un título que yo nunca podré tener: ser hijo de Ceuta (…). Daría todo lo que tengo por ser como mis ramales”, dijo hace tres años cuando, con toda justicia, se le impuso la Medalla de la Autonomía. Un momento, aquel, en el que el gran corazón y los sentimientos de Antonio Benítez pudieron más que su entereza, derrumbándose materialmente abrumado por una profunda emoción.
Jubilado desde hace muchos años, era habitual verle, a diario, pasear por el centro de la ciudad, embelesado en la contemplación de las transformaciones experimentadas por la misma. Una imagen nada parecida a aquella otra Ceuta a la que arribó al principio de los años treinta, procedente de su Gaucín natal, junto a sus padres y hermanos, en busca de unas mejores expectativas que las que tenía la familia en aquel pueblo malagueño.
Para una persona de su laboriosidad no le fue difícil encontrar trabajo, en concreto en la desaparecida papelería ‘La Española’, donde después estuvo ‘Comercial Africana’. Frente por frente de ésta, en lo que es hoy ‘Perfumería Roma’, se había establecido con su primera joyería Epifanio Hernández, al que el joven Benítez ayudaba ocasionalmente en su negocio, labor que simultaneaba con sus obligaciones en la papelería. Conocedor de sus cualidades, Hernández no dudó en contratarle al poco tiempo. Tenía por entonces sólo 18 años. Aquel nuevo empleo fue providencial pues habría de suponerle el nacimiento de una vocación y una carrera que, con los años, terminaría por convertirle en un destacado empresario de la orfebrería local.
“Yo jamás podría haberme imaginado todo eso, ni siquiera durmiendo. Como aquella noche en la que soñé que subía a Hadú conduciendo mi propio coche en lugar de mi vetusta carretilla cargada siempre de papel…”, me contaba.
Después de trabajar durante años con Hernández, Benítez, en sociedad con su hermano José, se independizó. Ambos montaron un pequeño bazar junto al ‘Bar Canarias’. Era la época de los manteles de plástico, de las medias de cristal, las estilográficas o de los relojes suizos. Como el negocio funcionó, se trasladaron unos metros más arriba buscando un local mayor. Mas la ilusión de Antonio era la joyería, consiguiendo abrir la suya gracias al préstamo que les concedió el Banco Hispano, con la intercesión de Pasamar, su cuñado, que trabajaba en dicha entidad.
En tiempos de gran prosperidad para Ceuta, no sólo sacaron adelante su negocio sino que se lanzaron a una nueva aventura con otra joyería, en 1962, en la recién creada Galería Ibáñez. Posteriormente y en medio de aquel aluvión de compradores peninsulares, llegaba la inauguración de ‘Orly’, en 1973. Fallecido su hermano, la sociedad continuó con su viuda, Maruja Núñez hasta su disolución. Entonces Maruja y sus hijos se quedaron con el bazar y la joyería de la galería, y Antonio y los suyos con ‘Orly’ y la tienda pequeña, para posteriormente recalar en el Rebellín, a donde han vuelto recientemente, en el local que, con anterioridad, fue la peluquería de Fernando Pérez.
La joya de la corona, ‘La Esmeralda’, llegó después. Las fraternales relaciones de Antonio con la familia Hernández propiciaron que ésta le ofreciera dicho establecimiento, operación que se materializó en 1991, celebrando la joyería su 50 aniversario ya con Benítez como nuevo propietario, un año después.
En sus diarios paseos por la ciudad nuestro hombre hacía siempre un alto obligado en ‘La Esmeralda’, el prestigioso establecimiento que desde hace años regentan sus hijos, uno de los escasos locales históricos por excelencia del actual comercio ceutí y una auténtica obra de arte en su género.
Antonio Benítez se vanaglorió siempre de no tener ningún negocio en la Península, a pesar de los múltiples ofrecimientos. “Los he rechazado todos. Mire, como Ceuta no hay nada. Aquí me formé como hombre, aquí hice mis negocios, aquí tuve a mis hijos, aquí vivo y aquí me quisiera morir”, me dijo en dos entrevistas.
A buen seguro que, conforme a sus deseos, D. Antonio descansará en paz  para siempre en la Ceuta de su alma. ¡Qué ejemplo de profesionalidad, gratitud y amor a una tierra el suyo! Dios lo acoja en su seno.

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