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Antonia, otra vida silenciada en Ceuta por el virus

“Mamá, mamá”... Ya con dos palabras Carmen tiene que hacer una breve pausa para poder seguir hablando. La familia Rodríguez Reina sabía que llegaría un día en el que tendrían que despedir a su madre, Antonia Reina Gómez, pero jamás imaginaron este triste final: “Sin poder darle la mano y sentirla, sin poder tranquilizarla y sin el cariño de sus hijos. Eso es lo que más nos duele”.

El vacío que sienten los dos hijos, el hermano y el yerno de Antonia no podrá llenarse jamás. Era el centro de una gran familia, el pilar sobre el que todos se sostenían. En la tarde de este pasado domingo Ceuta lamentaba la pérdida de una vida más a consecuencia del coronavirus. Antonia Reina Gómez fallecía a sus 89 años en el Hospital Universitario de Ceuta tras luchar durante casi dos semanas contra este maldito bicho.

Una mujer buena, noble, bondadosa y demasiado fuerte que iba a cumplir los 90 en abril. “Hay madres y madres, pero para nosotros era la mejor que podíamos tener. Era una mujer de las de toda la vida, de pueblo, de su casa, siempre atendiendo a su familia y muy buena siempre para todo el mundo. Ha trabajado por nosotros siempre, ha luchado con uñas y dientes desde que se quedó viuda de mi padre”, comenzó explicando su hija Carmen Rodríguez.

Antonia trabajó y trabajó durante muchos años por sacar adelante a su familia. Así es como la recuerdan sus dos hijos. No nació en Ceuta: “Ella era de Málaga, nació en Almogía, un pueblo, y allí conoció a mi padre y nacimos nosotros y todo. Pero aprobé las oposiciones y me vine a vivir aquí a Ceuta y hace seis años le dio un ictus. Se le quedó medio cuerpo paralizado y me la traje para Ceuta a ella y a su hermano que siempre ha vivido con nosotros”, se emociona su hija.

“Ha trabajado y ha luchado con uñas y dientes desde que se quedó viuda”

A Antonia le encantaba pasear con su carrito de la compra por la avenida de España. “Le gustaba mucho salir y pararse a saludar a todo el mundo. Era de estas personas que disfrutaba de todo y que estaba todo el día en la calle paseando por Gran Vía y por el centro. No decía más de tres frases porque no coordinaba bien, pero ella siempre tenía historias para contar y se sabía todas las canciones de memoria. Por eso era muy conocida y todo el mundo la quería”, rompía a llorar Carmen.

Su “niña”, como ella la llamaba, era una mujer sana, salvo por los achaques típicos de la edad y los muchos años de trabajo que comenzaban a hacer mella en su salud. Pero desde hace una semanas comenzó a encontrarse peor.

“Nos confinaron el 5 de enero por un contacto con un positivo y todos éramos negativos en la casa. Pero el día 8 al hacernos la prueba da positivo la chica que la cuidaba. Entonces, yo aislé a mi madre en un cuarto ella sola por si acaso, pero el virus ya estaría aquí. Ella tenía moquillos y así, como un resfriado. Entonces el día 11 di la alerta, le hicieron la prueba otra vez y dio positivo. Los dos primeros días siguió como un resfriado, pero el tercer día se empezó a encontrar peor y fue cuando llamamos a la ambulancia”.

Antonia estuvo durante dos días en observación y posteriormente la subieron a planta, donde estuvo una semana entera hasta que su vida se esfumó. “Cuando la suben a planta ya no estaba ella igual. Había dado un cambio muy grande y ya no era ella”.

Desde entonces y hasta este pasado domingo Antonia estuvo ingresada en el HUCE, pero en planta porque se encontraba “estable”. “No tenía fiebre, pero sí tenía problemas para respirar. Hasta que el domingo sobre las cuatro de la tarde dejó de respirar después de todo lo que ha luchado. Ha estado aguantando con todo mi niña, pero no ha podido con esto. Al final ya cogió neumonía y como los riñones los tenía mal, nos han dicho que ha sido más un fallo renal.

Nosotros pensamos que le ha llegado la hora y así lo ha querido Dios y ya está”, lamenta la hija. Una mujer a la que todo el mundo quería. “Todo el barrio la quería. No tenía enemistad con nadie y luchó para que no le faltara nada a ninguno de sus hijos. Mi madre era mi vida. Una mujer muy buena, que no le faltaba ni un detalle con nadie, muy religiosa y devota de su virgen del Carmen, que quería dar besos todo el rato, que siempre sonreía y todo el mundo se paraba con ella. Pero si pudiera hacer algo en esta vida sería tenerla conmigo otra vez. Quién nos iba a decir que se la iba a llevar esta enfermedad”, recordó.

Una mujer dulce e inocente con un gran corazón. Pero su recuerdo no se esfuma. Su familia no ha conocido mujer con más fuerza para luchar por la vida de los suyos y con la alegría que tenía siempre.

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