Era el 11 de julio de 2002. Y de aquellas ha llovido. La toma de la isla de Perejil colocó a Ceuta en el foco de todos los medios y a ese trozo de tierra en análisis de debate en las más altas instancias.
La diplomacia quebró exponiendo una de las crisis más complejas entre España y Marruecos, mientras que el desembarco de la patera para pescar atunes en la isla pilló en bragas a los servicios de información.
Ese 11 de julio, mientras unos marroquíes en barca se acercaban a la isla, los militares celebraban un acto con copa de vino incluida -como se hacía antes-. Delegación del Gobierno, entregada a prácticas oscuras y desinformativas que todavía en algunos casos perduran, se dedicaba a intentar que lo que estaba sucediendo no se conociera, buscando tapar con una tirita el brote de sangre que manaba.
Fue histórico que negara la veracidad de la información hasta que las evidencias la arrinconaron, como que después buscara el origen de la filtración de las fotos del desembarco a este periódico para no fastidiar la exclusiva que habían pactado con un medio nacional como pago a favores prestados.
22 años después de todo aquello, el aniversario de la toma de Perejil ha pasado sin pena ni gloria, sin mención a la mítica operación Romeo Sierra ni a la forma en que se ejecutó el desalojo de los ocupantes de la isla.
Hoy ni se recuerda aquello ni existe preocupación por un punto explotado por narcos y traficantes de personas en donde una abuela había criado a sus cabras.
Poner el foco en lo que pasó ayuda a entender las causas de todo aquello, las crisis que precedieron a ese estallido y las frágiles líneas que la política exterior no supo atender.
Porque las consecuencias tienen un origen marcado por fracasos políticos y por nulos criterios. De ellas se debe aprender para entender qué fue realmente todo aquello.