Llevo casi dos meses sin venir hasta aquí para contemplar el amanecer. Esta siendo un tiempo difícil con la enfermedad de mi padre y mis compromisos profesionales y científicos. Ayer me quedé con las ganas de hacer lo que estoy haciendo ahora, pero no tenía fuerza para levantarme de la cama. Hoy, sin embargo, me comprometí conmigo mismo a levantarme y a no desaprovechar la ocasión de presenciar la salida del sol.
La disposición y forma de las nubes prometen un amanecer espectacular, pero nunca se sabe con certeza cuál será el resultado final. Yo aguardo expectante escribiendo estas líneas con la máquina fotográfica colgando de mi cuello.
En este preciso instante las nubes empiezan a iluminarse y pintarse con tonalidades rosáceas. Las nubes cubren esta mañana el horizonte y demoran la visión de sol hasta que no encuentra un claro entre las nubes. Cuando asoma lo hace sobre un hermoso fondo celeste y un extraordinario cuadro de nubes.
Una enorme nube negra avanza a velocidad de crucero en el cielo a media altura. Parece un barco fantasma de guerra romana con su espolón de proa. Su paso coincide con la aparición del sol que inunda con su luz todo el paisaje. Visto a la luz del sol, ya no me parece un barco, sino un extraño animal marino que surca las aguas del firmamento.
El sol explosiona delante mía encendiendo los colores de la naturaleza y dispersando un calor que logra desprender las contenidas fragancias compuesta por las flores y el agua del rocío nocturno.
Cuando miro el reloj me sorprende que apenas hayan pasado veinte minutos desde que empecé a escribir, es como si el tiempo se hubiera ensanchado para contener todas las sensaciones y emociones que he atesorado en este rato. Reflexionando sobre esta percepción me cruzo con un caracol que avanza muy lentamente y, acto seguido, me tengo que apartar a un lado para evitar que me atropellara un ciclista. Esta sincronía pone de manifiesto dos maneras distintas de estar en la naturaleza. Yo me identifico con el caracol con su paso lento y su ausencia de prisa. Sin embargo, como humano que soy siento una gran curiosidad por todo lo que me rodea y me mueve el deseo de retener este momento transcribiéndolo en palabras.
Las gaviotas de adouín son muy escandalosas. Se los reconoce fácilmente por sus picos rojos. Se trata de una especie amenazada, por lo que las autoridades ambientales tienen la obligación de tomar medidas para proteger sus colonias.
Al bajar hacia la cala del Desnarigado me llega el aroma a tierra mojada. Ayer cayó un buen chapetón por la tarde y en esta curva se ha acumulado el rocío de la noche, aún apreciable en las hojas de las zarzas.
Me siento en el extremo oriental de la cala del Desnarigado. Aquí se escucha el constante batir del mar, un sonido que echaba de menos y que asocio con mi infancia. Siempre me ha gustado el mar, aunque no ha sido hasta traspasar el meridiano de mi vida cuando he dado el salto para expresar por escrito mis percepciones, emociones y pensamientos que me evoca el mar y, en general, la naturaleza.
El azul del mar es muy intenso y de tal belleza que hasta la luna se ha quedado esta mañana para disfrutar de su tonalidad.
A la vuelta he ido cogiendo flores para llevárselas a mi padre al hospital. A él le gustaba mucho tomar fotos de las flores.
En uno de los lados del Camino de Ronda han crecido abundantes ejemplares de capuchinas entre las que vuelan muchas mariposas blancas que me traen el recuerdo de Walt Whitman. Da la impresión que a esta especie de mariposa les gusta de manera especial las capuchinas.
Ceuta, domingo, 28 de abril de 2024.
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