Antonio es un chaval joven, extrovertido y sabiendo lo que quiere. Le gustaban todos los deportes, siempre estaba en contacto con la naturaleza, su padre tenía una finca y eso le indujo tener unos valores mucho más puros que los de hoy en día.
Tenía las cosas muy claras, tanto que cuando se cruzó su amor de su vida en el horizonte tuvo más que claro, clarísimo, contraer matrimonio.
Lo destinaron a Ceuta y allí ambos condujeron una vida llena de objetivos, entre ellos llenar a la familia con eso que todos dicen, que trae la bendición de Dios y un pan debajo del brazo.
Empezó con Antoñito, como era tradición y él lo tenía tan evidente... como su enseñanza y ser tan campechano.
Y no esperó mucho y la fábrica sigue “hasta el infinito y mucho más”, como los dibujos animados que el tuvo el placer de ver y soñar.
No le reprimió ver una de las cosas más “saca vómitos” que el siempre ha tenido, los detritos de su hijo. Y con mucha “testiculina” y buen padre estuvo allí atendiendo a su retoño para que no lo pasara mal.
Este “nene”, pasó por delante de la pareja con unas ganas locas de crecer en el olvido de los malos meses de crianza, ya que su vicio solo era el de tener un bollo de pan en sus hocicos y chocolate en abundancia, de ahí que tenga esa salida de fluidos por su ano.
Una de sus aficiones es practicar el submarinismo, donde siempre ha puesto sus límites dentro de un reto tras otro, y gracias a ser tan campechano, los nervios de acero y practicar el yoga, tiene una apnea bastante grande.
Gracias a ella contaba que observo bajo el agua un brillo que no era natural, y se dispuso a hacer una inmersión de aproximadamente diez metros, y encontró un objeto que parecía un anillo.
Se lo metió en uno de los bolsillos de su traje de neopreno y subió de inmediato hacia la superficie, respiró tranquilo y se dirigió hacia tierra, llevando ese botín para analizarlo.
Una vez que pudo, lo cogió y lo estuvo escudriñando con tranquilidad, no tenía ninguna inscripción dentro, estaba roído y oxidado, cortado por uno de sus extremos, pero lo principal era que podría ser de oro.
Cuando llegó a casa se lo enseñó a su mujer y le dió una misión: que fuera a una joyerí para que se lo tasaran.
Y ella lo miró y con ojitos de buena mujer y madre y el entusiasmo de podérselo quedar, se dirigió hacia el centro donde consultó lo que le había mandado su marido y a la vez mando arreglarlo y ponerlo a su medida.
Cuenta la pareja que algo ocurrió desde aquel día que se puso el anillo en las delicadas manos de aquella mujer enamorada de Antonio. Tuvo muchos sueños agradables.
Uno de ellos se presentó una mujer anciana que le dijo: “Fui la mujer más feliz del mundo, desde el día que me dieron ese anillo, que tienes puesto, no te lo quites nunca, y yo te ayudaré durante toda la vida. Cuando fallecí, se lo puso mi hija y ella fue ayudada por mi, pero al fallecer su marido lo tiró al mar en una noche de Luna llena y me hizo estar más fuerte y buscar una nueva mujer que pueda llevar este anillo mío y ahora tuyo.
Gracias por llevarlo.
Un beso”.
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