Opinión

Un ánfora romana como señal para el cambio

Esta semana se ha hecho público el hallazgo casual de un ánfora romana del siglo I d.C. en un punto no precisado del litoral de Ceuta. Es comprensible que no se haya querido dar detalle del lugar preciso en el que ha aparecido este contenedor cerámico destinado al transporte de salazón. Una de las más importantes amenazas al patrimonio arqueológico subacuático ha sido y es el expolio perpetrado tanto por particulares, como por empresas de “cazadores de tesoros”. La falta de control sobre la actividad de este tipo de empresas, interesadas únicamente en la extracción de piezas vistosas o de metales preciados, como la plata o el oro, constituyen un serio peligro para la conservación del patrimonio arqueológico. En general, la recuperación de piezas arqueológicas del fondo marino, sin supervisión de expertos, hace que la información histórica que se podría obtener de estos yacimientos se pierda para siempre.

La recuperación del ánfora por parte de los GEAS de la Guardia Civil me ha traído a la memoria el recuerdo de Juan Bravo Pérez. Según cuenta su hijo en el libro homenaje que le dedicó el Instituto de Estudios Ceutíes en el año 2004, Juan Bravo fue un amante del mar desde su infancia. Quiso conocer de primera mano todos los tesoros que se escondían bajo la superficie marina y para ello confeccionó con sus propias manos las primeras máscaras submarinas, imitando a las célebres Nemrod, y fue de las primeras personas que utilizaron los primeros equipos autónomos de buceo diseñados según el “aqualung” de Jacques-Yves Cousteau y Émile Gagnan. Gracias a la mejora de los equipos de buceo creció en Ceuta la afición por la pesca submarina y los primeros clubs de actividades subacuáticas, como el CAS. Juan Bravo se convirtió en uno de los más destacados pescadores submarinos de Ceuta, pero el destino quiso que su interés pasara de la captura de peces a la recuperación de piezas arqueológicas de los fondos marinos ceutíes.

Durante un concurso de pesca submarina en la Isla del Perejil, Juan Bravo observó que entre las arenas del fondo del conocido islote asomaban abundantes fragmentos de cerámica, así que dejó de perseguir a los meros para echar en su red algunas de estas piezas antiguas a las que nadie le daba ningún valor. El destino también quiso que por aquel entonces llegara a Ceuta el Profesor Carlos Posac Mon, un experimentado arqueólogo que fue destinado a nuestra ciudad para impartir las asignaturas de latín y griego. Él sí que supo darle la importancia que tenían aquellos fragmentos de cerámica que identificó como ánforas romanas y púnicas. Animado por el Prof. Posac, y guiado por su curiosidad y tesón, Juan Bravo constituyó un grupo de entusiastas buceadores que recuperaron un elevado número de ánforas y elementos de anclas romanas de distintos puntos del litoral de Ceuta. Estas últimas fueron las que más le interesaron, tanto como curioso investigador, como por hábil ebanista. Al estudiar las anclas romanas se puso al corriente de la distintas hipótesis sobre el ensamblaje de sus partes de plomo con las de madera, así como sobre otros detalles concernientes a la elaboración de las anclas durante el periodo romano. Nuestro insigne ceutí planteó una hipótesis basada en sus conocimientos sobre carpintería y siguiendo el método científico expuso su teoría al juicio de la experimentación y, de esta forma, pudo demostrar la validez de sus planteamientos.

"La recuperación del ánfora por parte de los GEAS de la Guardia Civil me ha traído a la memoria el recuerdo de Juan Bravo Pérez"

Además de su reconocida aportación al conocimiento de las anclas romanas, debemos a Juan Bravo una de las más importantes colecciones de ánforas de las más variadas cronologías y tipologías, así como la primera carta arqueológica subacuática del litoral de Ceuta. Esta colección anfórica y anclas antiguas estuvo inicialmente expuesta en el cuerpo de guardia y en las galerías subterráneas del siglo XVIII a las que se podía acceder desde la Sala Municipal de Arqueología en su día ubicada en los jardines de la República Argentina. Unos años después pasaron al Museo de la Ciudad en el edificio del Revellín nº 30, ocupando una amplia sala dedicada de manera monográfica a la arqueología subacuática en Ceuta. Juan Bravo puso mucho empeño, ilusión y esfuerzo en el diseño y montaje de esta sala que se desmontó, junto con otras secciones del museo, para ser trasladadas al Museo del Revellín de San Ignacio en las Murallas Reales. Sin embargo, la falta de adecuación del espacio expositivo para albergar la colección arqueológica de Ceuta llevó a que buena parte de las piezas lleven casi un cuarto de siglo embaladas esperando a que un día vuelvan a ser expuestas. Sólo una pequeña parte de la colección de ánforas y cepos romanos se puede ver en el Museo de la Basílica Tardorromana. El resto de piezas arqueológicas están, como decimos, guardadas en los almacenes del Museo de la Ciudad.

Desde distintas instituciones culturales ceutíes, como el Instituto de Estudios Ceutíes o nuestra propia entidad conservacionista, llevamos mucho tiempo reclamando un Museo Arqueológico de Ceuta acorde a la importancia y valor de nuestra colección arqueológica. Del trabajo de Juan Bravo, Carlos Posac o Emilio Fernández Sotelo recibimos la herencia de una colección de piezas arqueológicas impresionante a la que la siguiente generación de arqueólogos ceutíes y de colegas procedentes de otros lugares hemos enriquecido con relevantes aportaciones. Toda esta labor carece de sentido si no somos capaces de ponerla al servicio y al disfrute de la sociedad. Tal y como escribió Umberto Eco, “es la memoria del pasado lo que nos dice porqué somos lo que somos y nos confiere nuestra identidad”. En estos objetos del pasado, como el ánfora recuperada esta semana en las costas de Ceuta, se materializa lo que los ceutíes somos y puede que hayamos olvidado: gentes de mar abiertas al mundo.


Puede que no haya sido casual la aparición de esta ánfora romana intacta sobre un fondo repleto de basura. Me gusta pensar que se trata de un señal procedente de aquellas generaciones de ceutíes que vivieron por y para el mar siglos atrás y que desean llamar nuestra atención sobre lo que el pasado puede ofrecernos para mejorar nuestro presente y nuestro futuro. El racionalismo y el cientificismo han impuesto la idea de que el pasado nada tiene que enseñarnos y que es una rémora para avanzar hacia un futuro cada vez más incierto. Yo no comparto este planteamiento. Pienso que si queremos tener una oportunidad para salir airoso de los retos ambientales y civilizatorios a los que nos enfrentamos es urgente restaurar el alma del mundo y el espíritu de los lugares. Se trata de devolverles su dignidad, su identidad y su carácter sagrado. La profanación de la naturaleza y el olvido del pasado van de la mano. Objetos como el ánfora de la que hablamos en este artículo son una invitación a asomarnos a un pasado lejano en el que la naturaleza ceutí gozaba de un estado de conservación mucho mejor que el que ofrece en la actualidad. Imaginar cómo pudo ser “Septem Fratres” puede ayudarnos a diseñar un plan colectivo para revertir todo el daño que le hemos provocado a la naturaleza de Ceuta y emprender un ambicioso proyecto de restauración de nuestro entorno y de revitalización del espíritu de Ceuta.

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