Los territorios cuando no son decisores en la construcción de sus estructuras socioeconómicas solo les queda vender sus recursos naturales al mejor postor para satisfacer las necesidades de su población.
En esta línea, con una premisa de centralismo estatal muy clara determinadas tierras debían dedicarse a productos con un alto contenido tecnológico mientras al resto les dejaba con las migajas. Esto ha provocado, un resultado de desarrollo dispar entre las regiones del país como así lo muestran los diferentes indicadores socioeconómicos relacionados con la desigualdad y pobreza.
Pues bien, Andalucía, dirigido por el centralismo, vincula su estructura socioeconómica, directamente, con su entorno natural; es decir, generalmente, turismo y agricultura.
En este sentido, al igual, que ocurre en otros hemisferios, como por ejemplo en Latinoamérica, donde sino posees una estructura productiva altamente competitiva relacionado con bienes de alta productividad debes de vender tus recursos naturales.
Volviendo al caso latinoamericano, esta región posee recursos naturales relacionados con los bienes fósiles, gas y minerales, de gran valor económico, que les sirven para poder venderlo y así reducir sus preocupantes tasas de pobreza. No obstante, este modelo extractivista genere externalidades negativas como dependencia, éxodo de la población, destrucción del medio ambiente y concentración de la riqueza.
De igual manera, ocurre en Andalucía con el turismo. Si no construyes una estructura productiva adecuada y diversificada que contribuya a vislumbrar oportunidades a tus conciudadanos estás condenado a mercantilizar, exclusivamente, y como única carta, tu entorno y recursos naturales; atendiendo así a un pacto con el diablo.
El turismo andaluz si genera riqueza pero ¿a qué precio? Vivimos con un turismo que afecta a tres apartados: medios de vida, dependencia y concentración de los recursos.
Cuando dedicas tu economía a un turismo descontrolado esto condiciona gravemente a los medios de vida de los habitantes autóctonos hasta tal punto del posible éxodo de la localidad. De ahí, la causa efecto es inmediata: saturación de los servicios públicos (sanidad, entre otros); aumento de la contaminación (mayor influencia de personas en lugares como playas, ciudades, entre otros); mercado laboral no digno ( salarios ridículos y jornadas laborales interminables) y el incremento del precio medio en los elementos que configuran la cesta de la compra (sube el precio de los alimentos y de la vivienda de manera exponencial) obligándoles a cambiar de residencia y, de esta manera, los barrios van perdiendo su identidad.
También, la ciudad va generando una fuerte dependencia a medida que el tiempo va transcurriendo y este sector se va consolidando ya que, por un lado, la ciudad queda estructurada económicamente (empleo y físicamente) por y para el turismo; y, por otro lado, los inversionistas no van a permitir que las instituciones cambien de rumbo económico. Asimismo, las localidades compiten entre ellas (bienvenido darwinismo social), desapareciendo la cooperación entre ellas, y dejando la ciudad a merced de los grandes capitales.
Además, la mayoría de los excedentes económicos que provoca este tipo de turismo con rostro extractivista no serán repartidos de manera redistributiva entre todos los agentes participantes sino que serán destinados a un grupo reducido de personas. Por tanto, la concentración de la riqueza sigue su curso y lo que se distribuirá, como siempre, serán los empleos precarios.
A partir de aquí, hay que reconocer la importancia que tiene el turismo puesto que no sólo sirve como motor económico para muchos territorios sino que se ha convertido en una disciplina académica dentro de las universidades con sus grados, master y tesis doctorales. No obstante, tenemos que buscar alternativas ya no sólo para no depender excesivamente del sector en sí. Sino que, dentro del turismo, es conveniente establecer líneas de actuación que modifiquen sus pautas socioeconómicas puesto que, repitiéndome, arrastra problemas medio ambientales y sociales de gran calado y, además, están destruyendo la personalidad de las mismas localidades.
"La alegría de los turistas que quieran visitarnos no puede ser a costa de la tristeza de los autóctonos"
Desde el punto de vista de las políticas locales es plausible medidas contra la turificación (y al propio sector turístico) como limitar las viviendas con fines turísticos y/o incrementar inspecciones de trabajo para que se cumpla los convenios colectivos relacionados con la hostelería para posibilitar así una mayor dignidad a sus trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, no es suficiente.
Acaba de publicarse un estudio de la Universidad de Mannheim donde señala que los Fondos de Cohesión, donde su gran propósito era disminuir las disparidades económicas entre las regiones de la UE, están provocando mayor desigualdad. Así que, éstas políticas de cohesión están sirviendo como palancas para impulsar el crecimiento económico de las regiones más pobres, pero que a su vez beneficia a los actores más caudalosos mientras que sus efecto hacia los hogares con menores recursos son prácticamente nulo. En otras palabras, lo de siempre, el rico se hace más rico y el pobre más pobre.
En el caso andaluz (región que es nombrada en el informe y catalogada como pobre), es más que probable que un porcentaje importante de las inversiones que ha recibido, ha tenido como destino un turismo que está reproduciendo un impacto ridículo hacia las personas más vulnerables y que está beneficiando, entre otros, a las grandes capitales del sector.
De esta manera, una posibilidad que tiene las instituciones locales es investigar la ejecución de esos fondos y denunciar la concentración de recursos que estamos padeciendo los andaluces y andaluzas por culpa del destino de tales transferencias económicas.
Una vez llegado a este punto, proponer estructuras socioeconómicas alternativas (inclusive turismo alternativo) y gestionadas por organizaciones empresariales donde sus balances no sean, exclusivamente, económico-financiero, sino que incorpore elementos como la viabilidad social, cultural, y medio ambiental, entre otros.
No obstante, para cumplir con lo anterior es imprescindiblemente, de un andalucismo de izquierda en las instituciones. De lo contrario, siempre estaremos atados de pies y manos de un centralismo que planifica el destino de Andalucía hacia una tierra de desigualdades, como hasta la fecha.
Por ello, que el turismo no se convierta es un sector extractivista como ocurre con el petróleo en el Amazonas donde su gente son expulsada de sus tierras, y la naturaleza deja ser prioritaria. Asimismo, la alegría de los turistas que quieran visitarnos no puede ser a costa de la tristeza de los autóctonos que se tienen que marchar como causa de un turismo que no les está ni cuidando ni respetando. Así que esta paradoja del turismo actual no puede consentirse ni un segundo más.
Y, en el caso particular andaluz, que el turismo no les robe a nuestros barrios trimilenarios lo único que poseemos que es la “esencia” de su gente.
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