Tengo un buen amigo que hace poco y con la sombra de las navidades planeando ya sobre nuestras cabezas me comentó que le gustaría que eso de las amistades fuera siempre como en la serie Friends y no etapas de bonanza emocional que compartes con alguien afín a tu situación e igualmente necesitado de compañía. Obviamente, ambos éramos conscientes en el transcurso de la desalentadora conversación de que lo propuesto por el canon hollywoodiense edulcorado, amable e irreal, equivale sólo a cuando estás disfrutando de un momento de expansión con otros seres con los que tengas algo en común, saltándose a la torera todo lo demás (añadido a la fiesta) que forma parte del ser humano. El caso es que el tema parece haberme rondado los adentros desde entonces y varias de las respuestas que no se me ocurrieron en su momento se me han ido viniendo a la cabeza al toparme vía DVD con Pequeñas mentiras sin importancia; la cinta es una recomendable sátira deprimente a ratos y muy corrosiva sobre un grupo muy dispar de personas unidas por esa palabra que debería escribirse con A mayúscula y en negrita para distinguirla del resto de personajes que pasan por la vida de uno tangencialmente. Lúcida, moderna y sin complejos, estilo que el cine francés firma orgulloso, se trata de una nueva incursión del inquieto actor Guillaume Canet en el mundo de la realización, para la que cuenta con un reparto en el que seguramente el espectador español sólo reconocerá el rostro de Marion Cotillard, nuevamente seductora, aunque todos ellos cumplen a la perfección la tarea de transmitir verosimilitud a sus personajes, tan mundanos y maravillosos. Con el punto de partida de un suceso potente que les atañe a todos y que aporta empaque al principio de la historia, los protagonistas navegan en aguas emocionalmente turbulentas para exponer al espectador que no hay dos personas iguales, que cada cual requiere una atención individualizada y que un amigo es del todo irreemplazable por otro. Celos, temores, complicidades, alegrías, perdón (una y otra vez a lo largo de las dos horas y media que el proyecto copa para desarrollarse con la necesaria tranquilidad) e innumerables aristas de personalidades con tres dimensiones son suficientes alicientes para pasar un buen rato sin miedo en la siempre peligrosa compañía del cine francés del que reconozco no ser fiel amante.
Es por ello que esta producción hace removerse alguna que otra entraña, obliga a sonreír con los buenos momentos que plantea e igualmente te deja meditabundo con otros pasajes menos amables con el simple requisito de poseer mayor sensibilidad que un mejillón al vapor. La amistad te obliga a hacer sacrificios, a sufrir, es exigente, te impulsa a acompañar a aquel que en cada momento consideres que más te necesita, también enferma, se contagia, puede morir e incluso resucitar, aunque, por supuesto, es fuente constante de apoyo y ánimo.
Una palabra que aglutina tantos sentimientos, entérate, mi querido amigo, no tiene más remedio que existir y gozar de todo el crédito del mundo…
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