Se llama Amine Zarghil. Nacido en Tetuán hace 29 años. Tiene mujer, dos hijos y un trabajo en una carpintería de Rubí, en Barcelona, que cuida con esmero. En el año 2005 era un MENA, uno de aquellos cientos que llegaron a vivir en el centro de San Antonio ubicado en el Monte Hacho hasta que la Fiscalía dio orden de cerrarlo. Cinco años de su vida tienen a Ceuta de protagonista, algo que lleva con orgullo porque, reconoce, “voy por donde voy, Ceuta quedará marcada en mi vida. Lo es todo: el centro de menores donde estuve es lo más. Soy lo que soy gracias a Dios y gracias a estas dos cosas”, Ceuta y el centro.
Amine, que ahora además es organizador de torneos deportivos para niños españoles y marroquíes, ha girado visita a la ciudad y no ha podido evitar emocionarse con los recuerdos de aquel periodo 2005/2009 en el que su vida fue solo Ceuta, tras cruzar con poco más de 14 años la frontera del Tarajal. Hoy, en esta entrevista con FaroTV, alza su voz no solo en defensa de muchos niños como él sino contra la extensión de una concepción generalista que ataca por sistema a todos los menores marroquíes etiquetados como MENA y criminalizados como tal.
Amine recuerda perfectamente ese día que, siendo estudiante, cruzó desde Marruecos porque unos amigos le habían hablado de Ceuta. “Un día hice el pasaporte de estudiante pero solamente para venir de visita. Había dejado el pasaporte a un chico para que no me lo robaran, estaba paseando y me cogió la Policía, me llevaron al centro. Ahí me encontré con Makran, mi amigo que murió tras caer en una playa. Yo le estaré agradecido toda la vida porque estuve en el centro gracias a Dios y gracias a él”, recuerda emocionado, señalando cómo se le conocía a su amigo, que murió en Ceuta tras una salida a una playa de la ciudad.
“Cuando te ingresan en el centro del Hacho te llevaban a una habitación que se llamaba fase cero. Los primeros cinco días los pasabas ahí para las pruebas, el médico… Yo lo veo bien para así conocer la reacción de la gente. Saliendo al comedor me encontré con mi hermano Makran, me dijo que no me fugara, que el futuro estaba aquí. No tenía más remedio que quedarme, mis padres no sabían nada. Me quedé hasta los 18 años”, explica.
Y así fue como quien ahora es un adulto trabajador que intenta formar a sus propios hijos y a otros niños en Barcelona fue formándose para tener una vida que en Marruecos no hubiera sido la misma.
“Es la mejor experiencia de toda mi vida. He tenido que vivir con más de 90 personas, compartir habitación, duchas, comida… es una experiencia increíble. Cuando estás ahí no sabes la importancia de ello hasta que lo dejas. Si volviera al centro ahora -y mira que he aprovechado todo- mejoraría muchas cosas que no hice. Hay cosas que me arrepiento de no haber hecho pero era una época de niños. Ahora cuando oigo hablar de MENA no me gusta, porque son niños”, añade, lamentando las generalizaciones que sirven para unos menores pero no para otros. “Si tienes niños te puede pasar, niños que tienen sus padres, su casa, su trabajo… pero uno te escucha y el otro es fiestero”. Igual que en cualquier hogar, pasa en un centro como el de San Antonio ahora llamado ‘La Esperanza’. “Sales del centro y dices, qué pena no haber aprovechado todo... Yo al menos aproveché algo, estudié, era mi reto porque sin estudios no voy a ningún sitio”.
La visita esporádica que ha girado Amine a Ceuta le ha servido no solo para contar su historia a El Faro y romper una lanza en favor de los llamados MENA, sino también para emocionarse cuando recuerda a los educadores y policías locales con los que convivía en el antiguo centro del Hacho como si fueran una familia.
“Los trabajadores eran mi segunda familia; el más top era Celia Álvarez, también María del Mar, Mustafa, Serafín y su mujer Cristina, Quique, Gonzalo…”. La lista se corta no porque no se acuerde de más trabajadores o ya extrabajadores, sino porque la emoción le puede, sobre todo al citar a Gonzalo. “Es una persona que la ves y dices... este es el más malo que existe pero no, es una de las personas mas increíbles que hay en este mundo. Ojalá tengan a alguien como él en otros centros”, indica, recordando también a la jefa del área de Menores, Toñi Palomo, y a policías locales como “Jesús Tabares, Miguel... todos... los vigilantes... era una familia. Cuando estas ahí y te pasa un problema, crees que están en tu contra. Pero cuando un educador te recrimina desde fuera se ve que no, que no está en tu contra; al revés, esa persona solo quería lo mejor para ti”, razona.
Ahora, residiendo en Barcelona, valora aún más lo que vivió en el centro de San Antonio, porque “aquí no hay trabajadores, hay educadores monitores, director… pero tienen el nombre el mismo significado. En el centro de Barcelona son trabajadores, ganan un sueldo y se van... no hablo de todos, no voy a generalizar, pero casi todo es así. En Ceuta no, los educadores cuidan el mínimo detalle. Para mí hay gente que no esta ahora como María del Mar, Celia, Mustafa… que me acuerdo mucho de ellos. Les tengo especial cariño y teníamos una convivencia tanto trabajadores como menores”.
La muerte de su amigo Makran, de quien era para él un hermano, supuso un “palo muy grande”. “No lo he superado, se me quedó grabado, era mi hermano”. Entre los recuerdos queda también espacio para las anécdotas como cuando “una vez fuimos once menores a Bahía Park en Algeciras y se fugaron 7. Nos quedamos cuatro. Ahí estaba María del Mar, el abuelo también, me dio pena, pero había motivos. En esa época no daban tarjeta de residencia, esos menores no tenían un futuro en el centro. De los 4 que quedamos, me acuerdo que cuando llegamos al centro los menores nos recriminaban, nos decían sois tontos por que no os habéis fugado. Pero no nos fuimos. Fue un momento muy duro para el centro”.
Cuando el 10 de enero de 2009 Amine cumplió 18 años tuvo que abandonar ‘San Antonio’, consiguiendo un contrato de trabajo por formación en una tienda de electricidad en Ceuta. Después marchó a Barcelona, donde se quedó. Ahora, dejando atrás los recuerdos, reconoce que le duele cuando escucha los programas de televisión o lee determinadas informaciones críticas con los MENA.
“Me duele, no es la verdad. Sé que hay MENA que no valen para nada, que son problemáticos... lo que quieras, pero no son porque son menores no acompañados, son conflictivos como puede ser el hijo de Juan, Amine o Abdula. Yo tengo dos hijos y me puede pasar, que mis dos hijos no estén en la misma condición. Lo que me duele es generalizar. Yo he sido un MENA, tengo dos hijos, una vida de la que estoy muy orgulloso. Imagina que no me hubieran dado la oportunidad, ¿qué hubiera sido?”, se pregunta.
Amine recuerda con emoción cómo vio el programa de Telecinco ‘Got-Talent’ y cómo se sintió al ver actuar a menores del centro de Melilla. “¿Sabes cómo me sentí? ¿Sabes lo que es escuchar a un niño? Son al fin y al cabo niños, llámales MENA, moros, lo que quieras, son menas, menores, niños... tú no puedes generalizar, ojalá la gente cambie. Yo no soy el único que ha salido bien, conozco a muchos que han salido muy bien, incluso uno trabaja en el centro de menores, otro en el CETI… imagina que no hubieran tenido esa oportunidad”.
Amine lo tiene claro: “Es la mejor decisión que he tomado, nunca me voy a arrepentir de haber cruzado la frontera y de no volver, lo que me ha dado el centro de menores… Ahora voy donde voy, Ceuta quedará marcada en mi vida porque lo es todo”.
El centro en donde estuvo viviendo parte de su vida Amine estaba situado en el Monte Hacho, lo que ahora es la casa donada a la Cofradía de San Antonio. El Gobierno tuvo que buscar una salida de urgencia para dar alojamiento a los menores marroquíes que entraban en Ceuta para quedarse, evitando así su permanencia en las calles. Fueron años complicados, ya que hubo picos de asistencia que hacían imposible mantener durante mucho tiempo aquellas condiciones. De hecho el Ministerio Fiscal, en una de sus inspecciones, ordenó cerrarlo, trasladando con urgencia a sus ocupantes al actual centro de La Esperanza en la barriada de Hadú.
Son muchos los menores que han pasado por estas instalaciones, muchos los que, además, han conseguido tener un trabajo después de una formación que les ha garantizado integrarse en nuestro país. Amine es uno de ellos y su testimonio es un ejemplo de lo que puede llegar a conseguirse con esfuerzo y ganas de integración.
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