He leído con una cierta melancolía y lleno de ternura el relato In memoriam de Juan Bravo a Simón Chamorro. Tanto Simón como Juan fueron mis compañero en los años de bachiller en el Instituto de Enseñanza Media de Ceuta -en esos años sólo había uno-.. Y, he de decir, que Juan lleva toda la razón cuando narra que eran un grupo sumamente interesado por todas las cuestiones de la naturaleza. A tal punto, que junto con otros compañeros, a saber, Carlos Calvo y Manuel Álvarez, circundaban todos los extrarradios de la ciudad, a saber: Monte hacho, playas de Calamocarro y Benzú, monte de la Tortuga, Mirador de García Aldave, Tarajal; e incluso traspasar los límites fronterizos y allegarse a las faldas de la Mujer Muerta, en playa de las Barcas hasta los acantilados de la isla del Perejil.
Salvo Calvo que era de una excelente calidad pegándoles patadas al balón, los otros estaban siempre enfrascados en el conocimiento científico de la Naturaleza. Recuerdo que siempre llevaban en los bolsillos fósiles de pequeños animales y de plantas que iban recolectando en sus múltiples excursiones de fines de semana. En una de esas excursiones me invitaron a a acompañarles a la zona alta de Benzú. De tal forma, que la camioneta nos dejó en la parada de las casas blancas que habían junto a la playa de Benzú. Subimos por la carretera que subía a la cantera hasta llegar a un precipicio que cortaba la respiración desde donde se columbraba la cenefa azul de las aguas del Estrecho y al fondo el peñón de Gibraltar; y, hacia poniente la masa grisácea de la Mujer muerta, que a sus faldas se abría la amplia ensenada de las arremansadas aguas transparentes de la playa de las Barcas.
Tengo que decir que la contemplación de la playa de las Barcas me dejó por un momento en un estado emocional, que no podía articular palabra; pues desde la altura de la cantera, era tal la belleza de este paisaje de comunión perfecta entre la tierra y el mar que no podía dar crédito a lo que estaban observando mi atónitos ojos.
“Y mi última noticia es la que Juan Bravo ha dejado escrita para aquellos que tuvimos la fortuna de conocerlo y honramos su memoria...”
Todos llevaban sus máquinas de fotos y sus trípodes, y tomaban continuamente fotografías de aquel entorno mágico que contemplaba absorto por primera vez. Yo les preguntaban por aquella peña, por aquella colina, por las barcas en la playa, por el sendero que subía hasta la garganta de la Mujer Muerta, por el estrecho sendero que bajaba y luego subía hasta las pequeñas casas de la cabila que se asentaba en el litoral. Sin embargo, ellos no me hacían caso, y se reían de mis preguntas. Estaban tan acostumbrados a sus excursiones que no comprendían el estado de alteración y emoción en que me encontraba.
El camino que sube y serpentea desde la orilla del mar hasta la cumbre de la Mujer Muerta es algo asombrosamente lleno de belleza; y, a tal punto es así, que desde que escribiera mis primeros versos nunca he podido traducir la belleza natural de un entorno lírico como el paisaje que se describe y se pinta entre las casas blancas desaminadas por todo el verdor del valle, el mar oceánico y azul, y las nubes blancas y grisáceas que rozan en su constante viaje sin tiempo los lejanos peñascales más altos…
Estos muchachos tenían unas mentes lúcidas entregados a la luz del modo científico*. No eran como nosotros acostumbrados a leer de carrerilla los ríos o los montes de España; no, ellos se adentraban en la profundidad del conocimiento y deseaban conquistar el saber de todo aquello que ignoraban. Sentí sobremanera no poder continuar con ellos, la asignatura de la lengua de Séneca me lo impidió, mal que me pese. Ya nunca más puede oír este o aquel nuevo descubrimiento en sus continuos diálogos científicos, o una nueva excursión que seguramente les trajera nuevas experiencias.
Es curioso como los niños van madurando a diferentes edades según sus características y personalidad. En aquellos primeros años de instituto la reflexión y el estudio me parecían tareas demasiados arduas para la mente de un niño; donde su instinto natural consiste en captar el momento sin importarle nada lo que mi abuelo Joaquín me aconsejó tantas veces enseñándome a leer, a saber: «Tienes que estudiar para el día de mañana ser un hombre de provecho». La verdad, he de confesarlo, porque eso de «hombre de provecho» que tanto repetía Joaquín a modo de mantra, se contraponía con el sentido de la libertad sin ataduras que se encendía en mi interior ante la rigidez de la enseñanza que se llevaba a cabo en aquellos días donde pareciera que de antemano todo estaba acordado,
De Juan Bravo, por referencias sé que terminó la carrera de medicina en Granada y ejerció de médico. De Carlos Calvo y Manuel Álvarez sólo tengo breves noticias de ellos. Y, de Simón Chamorro, una vez terminado sus estudios en Granada retornó -como vuelven las cigüeñas a sus primitivos nidos- de profesor de biología y geología a su antiguo instituto de las Puertas del Campo donde iniciamos todas nuestras andaduras; más tarde, y con acertada dedicación, llevó la dirección del Instituto de Estudios Ceutíes. Y mi última noticia es la que Juan Bravo ha dejado escrita para aquellos que tuvimos la fortuna de conocerlo y honramos su memoria…
(*) Del laboratorio que Juan Bravo cita que nos dejó el antiguo director Juan Reyes, puedo anotar que tuve la experiencia de experimentar la “electrolisis” que Rita -la profesora de química- tuvo a bien enseñarnos, una tarde en ese laboratorio tan peculiar. Y, he de decir, que en una vasija de agua ella introdujo el ánodo y el cátodo de un cable eléctrico, y al dar paso a la corriente eléctrica, esta descompuso el hidrogeno y el oxígeno del agua, y por un polo se evaporaba el hidrogeno y por el otro el oxígeno. Al punto, Rita acercó un punto de ignición, y de manera sorprendente se fueron sucediendo las explosiones del hidrógeno.
Años después en un programa de televisión observe como un motor alimentado con agua arrancaba y se ponía en marcha. Y, aquello parecía como algo imposible lleno de magia. Sin embargo yo recordé, que el motor no es que funciona con agua, sino que el hidrogeno que se descompone en la electrolisis del tanque de agua en ciernes, puede alimentar los pistones del motor y traducirse en movimiento que mueva las ruedas de cualquier vehículo. Es claro que un día los vehículos se moverán con el hidrógeno del agua que se encuentra por doquier e inagotable por toda la naturaleza…