Categorías: Opinión

Ambición nociva

Desde hace una década, el PP ostenta una indiscutible hegemonía política en nuestra Ciudad. Sus resultados electorales son incontestables. Sin embargo, existen indicios muy evidentes de que el régimen comienza a resquebrajarse. Este declive no obedece a una sola causa, como es lógico pensar; pero sí existe un factor clave que está actuando de manera especialmente corrosiva en su base social (electoral): la escasez de dinero. Desde el Gobierno de la Ciudad se ha ido tejiendo una extensa e intensa red clientelar utilizando un caudal de fondos públicos jamás conocido en nuestra pequeña Ciudad. El presidente administraba a su antojo ingentes recursos económicos para captar adhesiones, procurar afecciones o comprar voluntades. La ciudadanía llegó a la conclusión (cierta) de que cualquier expectativa de bienestar, individual o colectivo, debía pasar por la caja municipal y pagar su correspondiente tributo en forma de voto al PP. La adulación, el servilismo y la sumisión se convirtieron así en las pautas de comportamiento identitarias. La consolidación de este simple y eficaz mecanismo (similar al utilizado antiguamente por los caciques en los pueblos) ha ido construyendo una realidad ficticia asumida por casi todos. Pero era muy frágil. Todo lo que se sostiene con dinero es frágil. Ahora el dinero escasea. Y las expectativas creadas no se pueden satisfacer. Y llega la desazón. Y la desesperación. Y se cae la venda de los ojos. Y cada vez más ciudadanos  se empiezan a preguntar: ¿pero qué estamos apoyando nosotros con nuestro voto?
Esta reacción también se produce en el seno del Partido Popular. La militancia del Partido Popular no soporta a Juan Vivas. No es de los suyos. Nunca lo fue. Todos cerraban filas porque nadie se atreve a toser a quien obtiene dos tercios de los votos. Entre otras cosas, porque todos los influyentes  comían de ese pesebre. Es bien conocido que el mejor pegamento que existe es una cartera bien repleta. Mientras la tribu cobraba todo era alegría y Vivas era exhibido como un tótem infalible. Ahora el pesebre es más pequeño. Mucho más pequeño. Y se empieza a desvelar el verdadero rostro de los falsos aduladores.
Todo esto podría no tener ninguna importancia para el conjunto de la sociedad.  ¡Allá la militancia del Partido Popular con sus cuitas internas! Pero, desgraciadamente, sí tiene relevancia pública. Porque éste es el germen de cosas que están pasando, sin explicación aparente, y que terminan perjudicando injustamente a los ciudadanos. En este contexto de deterioro de la figura de Vivas, se está creando una corriente crítica en el Partido Popular que pretende liderar el delegado del Gobierno. Está utilizando la palanca de poder que le ofrece la Delegación del Gobierno para hacer visible un liderazgo mejor insertado en la ideología de la derecha más ortodoxa. El mensaje es muy claro: la época de las concesiones del blandengue Vivas se ha terminado, la Ciudad necesita un líder fuerte capaz de enderezarla. De ahí las constantes bravuconadas, más propias de un lenguaje tabernario que de un cargo público de tanta responsabilidad. Ahí se inscribe la estúpida prohibición de una concentración de profesores. Cada gesto del delegado del Gobierno es un dardo en esta dirección.
Los ejemplos recientes son abundantes y suficientemente ilustrativos. Por primera vez en muchos años, la Delegación del Gobierno (Partido Popular) ha presentado alegaciones a un acuerdo plenario (mayoría del Partido Popular), como sucedió con la modificación de la ordenanza para posibilitar el enganche de energía eléctrica en las viviendas fuera de ordenación. La semana pasada, la Comisión Ejecutiva del SEPE (Partido Popular) ha tumbado los criterios acordados por el Pleno para que los planes de empleo sean adjudicados a los más necesitados. Desde hace dos meses tienen bloqueada una reunión del presidente de la Ciudad con el presidente del Foro de la Educación para tratar la puesta en marcha de un Proyecto Educativo de Ciudad.
La ambición mal entendida, ejercida sin límites ni principios, se convierte en veneno. Muy peligroso cuando, además, se dispone de poder. El delegado del Gobierno tiene todo el derecho a discrepar políticamente del presidente de la Ciudad; y le asiste toda la legitimidad posible para disputarle el liderazgo dentro de la organización en la que ambos militan. A lo que no tiene derecho es a utilizar a los ciudadanos para lograr sus objetivos. Ceuta no está para juegos de despacho.

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