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Amapola de sangre

Caía la tarde…Y nosotros, como aves prisioneras de la  nostalgia, íbamos buscando la línea del horizonte, que a lo lejos, se desangraba como los rojos pétalos de una amapola herida… Miren hacia Poniente, hacia el Atlas, hacia la silueta de piedra desnuda y gris de la Mujer Muerta…
En estas horas tardías y únicas de los crepúsculos, todo es ausencia en nosotros; pareciera que el alma nos ha dejado por habitar en otros espacios más sutiles de los acostumbrados; no se aviene a nosotros lo cotidiano, ni la voz imperativa de lo cercano, ni la palabra dada para que se consuma su verbo junto a las horas del día…
En estas horas de la tarde lo que principia en nosotros es sentirnos una copia exacta de todo lo creado, de todo lo que existe, de todos los caminos que hemos de andar apuntados por el norte de la brújula en nuestra pequeña historia, de otra historia más grande, inacabable,  atemporal, que es la historia de los Hombres…
La tarde sigue desangrándose… Del rojo, al violeta, luego cárdeno,  más tarde tinto y,  finalmente, una mancha azul marino que va tornándose cada vez más negruzca…Todo va extinguiéndose con agonía…Como si la tarde tuviese el propósito  de salvar estos momentos y hacerlos inextinguibles; diríase eternos, como si no fuesen momentos o instantes de un tiempo presente; diríase que no hablamos de adverbios de tiempo, sino de sentimientos; de sentimientos puros que salen del alma para pregonar en un susurro que la tarde, las tardes, son la imagen de Dios pintada en el lienzo azul de los cielos…
La tarde termino de deshojar sus pétalos   de sangre… Y nosotros, ausentes de la vida, hemos tocado  unos minutos la eternidad… Hemos aprendido que un instante bien puede ser eterno.  Que duramos lo que puedan durar los pétalos de una amapola, o quizás, también, ¿por qué, no?,  la eternidad de las cosas que mueren y nacen, y vuelven a morir y a nacer en un ciclo interminable.
Nada se muere y  se agota, mas todo pervive y renace… Todo queda y todo vuelve, nada queda en olvido ni deja de existir si ya en su día existió. La tarde se acaba y se extingue, es verdad, no podemos evitarlo; sin embargo, la metáfora de los rojos pétalos de la  amapola de sangre que hemos ido citando,  pervivirá en otras tardes,  y se transmutaran en otros momentos y en otras almas, para que otros muchachos de perdidos pasos, en la hora precisa donde los astros se alineen en la conjunción de sus orbitas, vuelvan a sentir lo que nosotros ya  hemos sentido a la caída de esta tarde única e irrepetible…
Y pasado el tiempo, acudirá otro poeta a la cita, y la tarde, como siempre, como si el tiempo no hubiese transcurrido, teñirá el cielo de rojo, como si fuese la misma amapola  que, enamorada y herida,   ensangrenta eternamente los crepúsculos…

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