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Amada, la chica de Ceuta que se enamoró por cable

A sus 90 años, aunque el día 1 de julio soplará los 91, Amada Córdoba Hodaz aún recuerda de memoria las frases que repetía una y otra vez en su trabajo de telefonista cuando era una chiquilla hace más de siete décadas, cuando las delicadas manos femeninas conectaban los cables de las centralitas para establecer las llamadas. “Eran muchas y no podíamos atenderlas. Entonces los graciosos nos decían: ¿está usted dormida o está hablando con el novio?”, rememora.
Esta caballa también recuerda con exactitud el examen que aprobó en 1947, con apenas 18 años, para conseguir un puesto en la central de Madrid de la también joven Compañía de Telefónica Nacional de España. Además de cumplir los requisitos para presentarse a las oposiciones (ser soltera, tener entre 18 y 27 años, no utilizar gafas, ser capaz de separar los brazos 1,55 metros o mostrar un certificado de buena conducta), realizó una prueba con los auriculares de memorización de líneas y respondió algunas preguntas sobre geografía.
“Me sabía muchas líneas. Ahí no hubo ni trampa ni cartón... y en Madrid, que no veas todas las que se presentaron. En aquella época no pude estudiar Bachillerato, lo único que estudié fue el graduado escolar y económicamente hacía falta”, explica Amada. Aquellas pruebas a las que se presentó marcarían su futuro y el de muchas otras jóvenes, sus compañeras y la gobernanta, de las que aún se acuerda y que pasaron a trabajar delante de un panel repleto de clavijas y luces.
Pero la historia de Amada Córdoba Hodaz comienza mucho antes. Nació en Ceuta en 1929 “en una casa que había en la primera curva de la cuesta de las Balsas, subiendo para arriba para el Hacho”, aunque de esa casa ya no queda nada porque la tiraron. Hija de militar, concretamente sargento de la Maestranza de Ingenieros de Ceuta, Antonio, y de un ama de casa, Luisa, que tuvo que buscarse las habichuelas para sacarles adelante.
Amada creció feliz en Ceuta junto a su hermana Isabel, Pilar (su melliza que falleció hace cinco años), Antonio y “el pequeño” Luis (que es el único que también vive). Aunque recuerda que ya se veía que algo gordo iba a pasar, tendría tan solo siete años cuando la “verdadera” guerra, la Guerra Civil española, comenzó. Era el 17 de julio de 1936 cuando los generales Emilio Mola y Francisco Franco iniciaron una sublevación para derrocar a la República elegida democráticamente.
La Guerra les pilló en Málaga, pero poco tiempo después se fueron a Valencia. “Nos metieron en una colonia escolar. Ahí estuvimos tres años y de allí, cuando terminó la guerra, los que estábamos en la colonia nos querían llevar a Rusia. Mi madre cuando se enteró fue corriendo y nos sacó a mí y a mis dos hermanas”.
Después se irían a vivir a Barcelona pero no estuvieron mucho tiempo. “Cuando terminó la guerra todo el mundo buscaba a sus familiares por la radio y nos buscaron y volvimos a Ceuta. Pasamos horrores. Cuando en el 40 volvimos, ya estaba todo más tranquilo y estábamos mejor. Mi madre se tuvo que poner a trabajar en Intendencia, pero aquello fue horrible. Mi hermana con 8 años, nosotras con 7, otro 5 y el pequeño con 3. Lo que pasó mi madre...”, recuerda.
Ya en Ceuta, con 11 años hizo la comunión, un día que rememora con cariño, pero económicamente la cosa no estaba bien. “Con 13 años nos llamaron de un colegio de huérfanos de militares en Pinto, Madrid, y ahí estuvimos hasta los 18 años que salieron las oposiciones en Madrid para Telefónica, me presenté y aprobé”, continúa.
Después ya en el 50 Amada pidió traslado a Ceuta, y ella y su familia volvieron a su ciudad natal. Ser soltera le permitió conservar ese trabajo durante nueve años, pues las casadas, en aquella época, eran obligadas a dejar su puesto de telefonistas. En el 57 tuvo que dejarlo porque Cupido hizo de las suyas pero no con flechas, sino con cables.
Amada prosigue contando su historia a El Faro, y es que tiene cuerda (o cable) para rato. “Estoy haciendo la comida porque mi hija hoy está trabajando. Ella trabaja en una peluquería. Es esteticién. Estoy guisando unas patatas con carne. Ya he echado todo y lo he puesto al fuego”, nos cuenta. Como amante de la tortilla de patatas también ha hecho una “porque me encanta y la como a todas horas”. Parece que el confinamiento lo está llevando “estupendamente” junto a su hija Pilar Serrán Córdoba, con la que vive en la calle María Salud Tejero.
“Sobre las diez de la mañana salgo a darme dos o tres paseos por la zona que vivo. La calle es muy larga y no tiene cuestas ni nada. Me doy tres vueltas y me vengo”, comenta. Normalmente sale con su hija, pero como está trabajando, ayer fue su hijo a darle su paseo. “Hago mis deberes y cuando estoy cansada me siento en la terraza a hacer sopas de letras y a ver quién pasa, si lleva máscaras o no, vamos a criticar a la gente yo sola, pero aburrirme no me aburro”, confiesa entre risas.
“¡Esto qué va a ser parecido a una guerra!”, prosigue. “Aquí estamos encerrados y en la guerra, mientras no vinieran los aviones, podíamos salir a la calle... no se parece para nada. Desde que empezó el confinamiento esta caballa no ha salido “hasta que dijeron que podían hacerlo los mayores”, por lo que ha estado “cuarenta y tantos días aquí encerrada”. Le parecía que “una ya no iba a saber andar pero sí, todavía me defiendo”.
Si Amada pudiera retroceder en el tiempo, volvería a sus escapadas de vacaciones en septiembre junto a su marido y sus hijos en su casa de la playa en Fuengirola. “Mi marido y yo compramos una casa allí y nos íbamos a veranear o en Semana Santa, pero vivir hemos vivido aquí siempre. Nos gustaba mucho coger el coche e irnos a la Península”, menciona.
La generación de la guerra y posguerra está siendo la más castigada por el maldito bicho, el coronavirus. Los mayores de 70 años son mayoría entre las víctimas mortales. Una generación que se sacrificó por nosotros y por nuestras libertades y que marcó el camino a las siguientes. Las grandes batallas las pelearon en vida. Hoy el aplauso va para Amada, por su alegría, dulzura y vitalidad, y por los que nos acompañan desde arriba.

Una familia humilde de Ceuta:
Tenía 7 años cuando comenzó la “verdadera guerra”, la Guerra Civil Española

La ceutí recuerda que “había mucho jaleo”, pero, como tantos que vivieron esa época, no son recuerdos de los que le guste hablar. “De mi infancia recuerdo que hemos pasado mucho por la guerra porque nos fuimos a Málaga, donde vivía la familia de mi padre y porque le destinaron allí y nos pilló allí la guerra. Con siete años mataron a mi padre y mi madre, pobrecita, con 33 años se quedó viuda y con cinco niños”.

Un amor a través del cable:
Amada, como muchas telefonistas de la época, se enamoró de su marido por teléfono y a los tres años se casaron

“Mi marido era practicante de aquí, de la Cruz Roja antigua. Una amiga de la Telefónica me lo presentó. Me dijo, ‘hay un muchacho que parece que le has gustado y tal’. Al principio, solo hablaba por teléfono con él, nos gustaba mucho hablar y hablando, hablando, nos gustamos y empezamos a salir”, comenta entre risas Amada. En el 54 lo conoció y el 27 de mayo de 1957 se casaron y dejó su trabajo de telefonista. “Entonces, empezaron a venir los niños hasta los cinco que tengo. Cuatro los tengo aquí en Ceuta (Lola, Marisa, Pilar y Manolo) y el chico, Antonio, está en Málaga, en Fuengirola, que es taxista”, explica.

Una gran familia:
Sus cinco hijos, doce nietos y cinco biznietos son el “regalo más grande” que la vida le ha dado

Aunque su marido, Manuel Serrán Cazalla, también de Ceuta, falleció hace tres años, Amada no ha dejado de quererle y confiesa que perderle fue “más duro” que los años de la Guerra. Pero está orgullosa porque juntos formaron una familia muy grande. La ceutí de 90 años tiene cinco hijos, “tres hembras y dos varones”, doce nietos y cinco biznietos “chicos todos”, con 2 años las mellizas de su nieto “el policía” que vive en Barcelona, otro de tres añitos que vive en Málaga y el pequeño, de cinco meses.

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