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“Amaba, defendía y luchaba por Ceuta”

La hija de Antonio Millán pidió que se le recuerde como el “doctor de la pipa y el perrito blanco".

El doctor Antonio Millán, a título póstumo, fue distinguido ayer con la Medalla de la Ciudad, en la categoría de oro, la cual se encargó de recoger su hija, Marta Millán. Las primeras palabras de su intervención estuvieron dirigidas la Fundación Eduardo Gallardo, en señal de agradecimiento por haber propuesto a su padre para el galardón, además del apoyo unánime de la Asamblea. Un sentimiento que extendió a todos los ceutíes por el “cariño” demostrado en todos estos años y, en especial, en los últimos meses.

“Mi padre amaba, defendía y luchaba por esta querida ciudad”, comenzó. Aunque Millán nació en Jerez de la Frontera, “su corazón era caballa”, señaló la familiar encargada de recoger la Medalla en su nombre. El servicio militar quiso que el doctor iniciara su relación con la ciudad y, años más tarde, el destino quiso que Millán volviese para quedarse en Ceuta. “El Hospital Militar de O’Donnell fue como su casa, y recalco lo de su casa, pues de allí nos llevamos una magnífica familia”, valoró la portavoz de los Millán. Un tiempo en el que “han vivido, crecido, reído y, por desgracia, también llorado en esta ciudad”. Ceuta, el lugar en el que el propio doctor pidió que permaneciesen sus cenizas. Un lugar, estimó Marta Millán, en el que han creado una gran familia “no de sangre, sino de esas que se eligen”, donde han encontrado infinidad de “magníficos amigos”.

“Mi padre era un gran médico”, una impresión nada subjetiva ya que lo dice la “cantidad de gente que nos para por la calle porque le echan de menos”. Un listado en el que repasó tanto a instituciones como a eventos deportivos.

Su consulta ocupó parte del discurso de su hija, donde atendía a los pacientes “aunque solo necesitasen hablar”. Hasta el salón de su casa, o la terraza de un bar, “ha sido consulta improvisada en muchas ocasiones”. Sin distinciones por condición o circunstancias, el doctor atendía a todo aquel que requiriese de su ayuda, rememoró.

Para finalizar, pidió a los presentes un favor: “Recordad a mi padre como el médico de la pipa, ese señor que se paseaba por la calle Real acompañado de un perrito blanco y su impresionante mujer, mi madre”. Ese hombre que, conectado a la quimioterapia, “siguió trabajando en el hospital y daba ánimos y fuerza mientras pasaba consulta”. El mismo que, estando en la UCI, pidió su portátil o, recibiendo tratamiento en Jerez y sin apenas ver bien, pedía a sus hijos que le leyesen los mensajes y qué contestarle. “En definitiva, ese señor que, ante todo, amaba profundamente a su profesión” y “un gran padre que se fue demasiado pronto”, concluyó la hija.

 

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