Opinión

El alma está en el paisaje

Estos días he vuelto a ver un documental de Stephen Segaller, producido en 1989 y titulado “La sabiduría de los sueños”, dedicado a las ideas del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. En este reportaje se recogen los testimonios de quienes conocieron personalmente a Jung y que conformaron la primera generación de analistas junguianos, como Marie Von Franz o James Hillman. Precisamente, de este último analista tengo un vivo recuerdo, ya que cuando escuché por primera vez sus declaraciones en este reportaje estábamos documentando el cementerio islámico hallado en la calle Fructuoso Miaja.

Dice James Hillman “que cada lugar tiene una psique propia y esa psique habla por medio de lo que se muestra”. De su tierra, Estados Unidos, comentó que “tiene algo oscuro. Se nota el recuerdo de los indios muertos, de las brujas muertas, de los pantanos muertos, caminamos sobre los muertos y ellos le dan al suelo, a la psique del suelo, más alma”. Aquellas palabras resonaron con fuerza en el año 2018 mientras desenterrábamos cientos de cuerpos en pleno centro de la ciudad. No es la única necrópolis oculta bajo edificios o el asfalto en Ceuta.

Sabemos también por las fuentes escritas que fueron muchos los habitantes de la Ceuta de 1415 que murieron enfrentándose a las tropas portuguesas que tomaron la ciudad. En la intervención arqueológica en el baluarte de la Bandera aparecieron cuerpos mutilados de época bizantina que es probable correspondieran a soldados que murieron en combate. Podríamos aportar otros hechos históricos de los que tenemos constancia de muertes que, como dijo Hillman, han “empapado de sangre la tierra y le han aportado profundidad y alma al lugar”.

Como apuntaba Hillman, no solo podemos referirnos a nuestros antepasados muertos, también merecen que recordemos a las siete colinas de la Almina que dieron nombre a la Ceuta romana y que hoy son apenas reconocibles; a los arroyos rellenados y transformados en viales; a las vides que según al-Bakri (siglo XI) ocupaban el espacio entre la Almina y el Monte Hacho; a los hermosos jardines que existieron entre el Afrag mariní y la Medina y que los portugueses arrasaron para evitar emboscadas contra la ciudad; a las numerosas encinas que poblaban el monte de Garcia Aldave y que fueron taladas para hacer leña; a los castaños que se quemaron en uno de los últimos incendios; a las especies marinas que han quedado sepultadas con las construcciones portuarias o las “regeneraciones” de las playas; a todos los restos arqueológicos que fueron destruidos durante la construcción del parking subterráneo de la Gran Vía y que sirvieron para el relleno interior del puerto; a la madrasa al-Yadida que fue derribada a finales del siglo XIX.

"Tal y como hemos comentado en anteriores ocasiones en esta sección de opinión, cada día nos interesa más conocer y reconstruir de manera imaginativa la Ceuta original"

La lista de elementos del paisaje ceutí y del patrimonio natural y cultural que han desaparecido es muy extensa.

James Hillman concluye su alocución en el mencionado documental afirmando que “la atmósfera está en el paisaje, no sólo en tus ojos, sino también en el paisaje, luego cada lugar tiene un alma y parte de ella consiste en la historia de ese paisaje”.

Tal y como hemos comentado en anteriores ocasiones en esta sección de opinión, cada día nos interesa más conocer y reconstruir de manera imaginativa la Ceuta original, tal y como la pudieron conocer los primeros pobladores del territorio ceutí durante la prehistoria. La información que se ha podido obtener de los resultados de las excavaciones arqueológicas en los yacimientos del abrigo y cueva de Benzú indican que no había grandes diferencias en cuanto a la flora, aunque sí respecto a la fauna. Sirva con ejemplo que en el yacimiento protohistórico de la catedral se documentaron restos de osos.

Para época romana no se han hecho estudios polínicos o antracológicos para conocer el paleoambiente de este periodo histórico. Lo que sí se ha estudiado son evidencias de ictiofauna que ponen de manifiesto la amplia variedad de especies capturadas y su abundancia.

Ceuta fue conocida en época medieval por su coral rojo y, en general, por la riqueza del mar. La explotación de los recursos marinos durante esta etapa histórica tuvo que ser intensa debido al progresivo crecimiento de la población. No obstante, no parece que se viera demasiado afectada tal y como se desprende del comentario del historiador portugués Jerónimo Mascarenhas, quien en el siglo XVI comentaba que era tal la abundancia de peces y mariscos que se podían coger con la mano en la misma orilla.

"Si se pasea por el borde marítimo entre Fuente Caballos y la barriada del Sarchal, y se presta atención, se podrá reconocer un elevado número de barrenos de forma circular y triangular"

La primera mitad del siglo XVIII fue bastante complicada para Ceuta como consecuencia del cerco de Muley Ismail (1694-1727). De aquellos difíciles años en nuestra ciudad hemos heredado un impresionante repertorio de fortificaciones, para cuya construcción se requirió abundante piedra y cal. Para obtener este material era necesario construir hornos y alimentarlos con gran cantidad de madera obtenida de la tala de los bosques que poblaban el territorio ceutí. La mayor parte de las piedras utilizadas en las construcciones civiles y militares de aquella época procedía de los acantilados del Recinto, el Hacho y el Sarchal.

Si se pasea por el borde marítimo entre Fuente Caballos y la barriada del Sarchal, y se presta atención, se podrá reconocer un elevado número de barrenos de forma circular y triangular. También sabemos que se explotaron las vetas de hierro y cobre del Hacho desde al menos el siglo V d.C y con seguridad en época almorávide, tal y como atestigua el horno de forja que documentamos en la calle Eduardo Pérez.

Acabado el conflicto con el vecino reino de Marruecos, alguien del gobierno de nuestro país pensó que nuestra extra-peninsularidad y la eficacia de nuestras murallas podían servir no tanto para evitar que nadie indeseado pueden penetrar en su interior, sino para evitar que alguien pudiera escapar de ella. Impulsados por esta idea se fue conformando, durante la segunda mitad del siglo XVIII, la condición penitenciaria de Ceuta que se extendería hasta la primera década del pasado siglo XX.

"Del tradicional centro histórico que Manuel Gordillo en su obra 'Geografía urbana de Ceuta' describía comparándolo con los pueblos blancos de Cádiz no queda nada"

Durante este tiempo nuestra ciudad entra en un letargo, como algunos importantes sobresaltos como la Guerra de África (1859-1860), del que despertará en 1910 con la abolición del penal y la construcción del puerto. A partir de esta fecha la ciudad se vio desbordada ante la llegada de muchos emigrantes procedentes de Andalucía y otras regiones españolas. Desde entonces, Ceuta no ha dejado de crecer en población y en extensión urbana. Del tradicional centro histórico que Manuel Gordillo en su obra “Geografía urbana de Ceuta” describía comparándolo con los pueblos blancos de Cádiz no queda nada.

La renovación del centro de la ciudad se aceleró en los años desarrollismo urbanístico español (1959-1975), así como la ocupación del Campo Exterior. Con la recuperación de la senda democrática, abandonada durante la dictadura franquista, el desarrollo urbano de Ceuta prosiguió convirtiéndose, como en el resto de España, en uno de los sectores económicos más activos e importantes de nuestra ciudad.

El crecimiento del turismo actuó como deflagrante de una explosión inmobiliaria que arrasó los centros históricos de muchas ciudades, alteró las costas, llenándolas de cemento y hormigón, y transformó los paisajes hasta hacerlos irreconocibles. Este proceso de escala mundial llevó a activistas cívicas como la estadounidense Jane Jacobs a denunciar “la muerte de las ciudades” en su obra del mismo nombre. No se trata tan solo de su muerte material, sino del alma o espíritu del lugar al que se refería James Hillman.

"Ya ni siquiera pueden ir allí, así que tenemos la McDonalización del mundo exterior y ahora el mundo interior ha sido destruido"

En la misma línea, el maestro sufí Llewellyn Vaughan-Lee declara en su libro “The return of femenine and the World Soul” que “la gente puede ver la devastación ecológica, pero la mayoría de las personas no pueden apreciar la profanación espiritual que se ha hecho. Es horrible. Ciertos templos en el mundo interior han sido destruidos. Ya ni siquiera pueden ir allí, así que tenemos la McDonalización del mundo exterior y ahora el mundo interior ha sido destruido”. De esta idea se deduce que resulta imprescindible reconstruir los templos interiores para que pueden acoger de nuevo al Alma del Mundo que adopta en cada lugar una personalidad diferente.

El espíritu de Ceuta pide a gritos que le devolvamos la vida. Se resiste a morir sin que nadie le preste la atención que merece. En el aludido libro de Vaughan-Lee se cuenta una historia conmovedora cuya protagonista es la monja tibetana Tenzin Palmo, de origen británico. Ella aprendió de un maestro tibetano y pasó doce años en una cueva. Tiempo después construyó cerca de este lugar un pequeño convento de monjas “en las colinas donde la gente ha estado meditando durante cientos de años. Un amigo que fue a verla allí se sorprendió al descubrir que las colinas estaban vivas.

Nunca se había dado cuenta de lo que es experimentar la tierra cuando está viva”. Los pobladores de esta colina la han conservado viva porque han mantenido sus tradicionales prácticas de meditación y revitalización del alma del lugar. Nosotros, los ceutíes, podríamos hacer lo mismo para mantener vivo el espíritu de Ceuta.

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