Categorías: Opinión

Alivio

El anuncio de elecciones generales para el próximo noviembre ha provocado una lógica sensación generalizada de profundo alivio. La ciudadanía en su conjunto está plenamente convencida de que la derrota del PSOE es buena, e incluso necesaria, para nuestro país. La coincidencia es amplia aunque los motivos son muy diversos. Desde la perspectiva de la izquierda, que debe llevar a cabo un indispensable proceso de redefinición y rearme ideológico, es urgente que no se siga identificando una política nítidamente reaccionaria con el ideario socialista, so pena de sepultarlo definitivamente. No podemos permanecer por más tiempo secuestrados en la ratonera dialéctica que supone votar al PSOE para evitar que gane el PP. Si los ciudadanos no votan siguiendo el dictado de su conciencia, sino con la única intención de evitar que gane un tercero previsiblemente peor, estarán alentando y acelerando un proceso degenerativo de las ideologías que terminará por hacerlas irreconocibles. La aplicación continuada y constante de la teoría del “voto útil” ha pervertido la democracia en España hasta un punto insoportable, y no sabemos si irreversible.
Lo cierto es que el PSOE debe perder. Y merece perder. No por las razones que esgrime la derecha, rotundamente falsas. La forma en que el Gobierno del PSOE ha gestionado la crisis económica, no se diferencia en lo sustancial de lo que hubiera hecho el PP. Quizá en el grado de aplicación de las medidas, pero nunca en el sentido y en el contenido de ellas. Porque, desgraciadamente, en materia económica la línea divisoria entre el PP y el PSOE es tan difusa que ya es imperceptible. Esta es una consecuencia obvia de la pérdida de soberanía, que se ha puesto de manifiesto de manera descarnada en este contexto de crisis mundial. Existen dos razones muy poderosas para explicar este fenómeno. Por una parte, la globalización económica, que implica la absoluta y descontrolada libertad de movimientos del capital (es lo que ahora llaman los mercados), determina un escenario en el que los instrumentos de política económica en manos de nuestro gobierno son inútiles o, en el mejor de los casos, notoriamente insuficientes. Por otro lado, nuestra pertenencia plena en materia económica a una entidad supranacional (Unión Europea), nos sitúa en un papel de economía regional subordinada, dirigida por otros centros de decisión y condicionada por otros intereses. La estremecedora conclusión es que la salida de la crisis para España, por sus propios medios, es imposible. Simplificando mucho en aras a la claridad podríamos afirmar que la virulencia de la crisis en nuestro país se debe a que el crédito se había convertido en un “sector económico” por sí mismo, que llegó a generar y sostener tres millones de empleos. La brusca desaparición del crédito destruyó los puestos de trabajo que de él dependían, perjudicando de manera indirecta al resto de sectores. La recuperación es sumamente complicada porque requiere una reconversión muy considerable de la economía productiva, en un país que se ha quedado en tierra de nadie. No podemos competir en salarios con las economías emergentes, y no podemos competir en productividad con las grandes potencias tecnológicas. En las actuales circunstancias, y sin cuestionar los fundamentos del sistema, el margen de maniobra para PP o PSOE es muy estrecho, prácticamente inexistente. En definitiva, ni el éxito económico de la primera legislatura de Zapatero era imputable a la política del PSOE, ni ahora lo son los efectos de la crisis.
¿Por qué es justo en ese caso que el PSOE pierda las elecciones? Por respeto a los principios democráticos. El PSOE pidió el voto comprometiéndose a mantener intactos los derechos de los trabajadores y garantizando que, en ningún caso, habría recortes sociales. Posteriormente, y con el voto de los trabajadores apalancado, ha abaratado el despido, ha reducido sueldos a los empleados públicos, ha recortado las pensiones, ha debilitado la negociación colectiva… Por una cuestión de higiene democrática, quien ha traicionado de una manera tan brutal a sus electores, incumpliendo flagrantemente sus compromisos más importantes y significativos, tiene que pagar el precio de su conducta aranera en las urnas. De lo contrario, estaríamos firmando el parte de defunción del sistema democrático.
Pero hay más. El PSOE, instalado en el poder desde hace décadas, tanto en el Estado nación como gran parte de las Comunidades Autónomas, ha ido formando una casta de políticos profesionales radicalmente apartados de los postulados que deberían representar. Son individuos sin ideología ni escrúpulos, cuyo único objetivo es la defensa de sus propias prebendas por encima de cualquier otra circunstancia. Es imprescindible y perentorio erradicarlos de todas las instituciones, si se pretende que la izquierda recobre credibilidad. Es lo que podríamos llamar el “efecto desalojo” que se ha producido, por ejemplo, en Extremadura. Perfectamente comprensible. No se puede acabar con el vicio manteniendo en el poder a los viciados. Y no pueden seguir abusando de la buena fe de la gente de izquierda, utilizando como parapeto el “que viene la derecha” para perpetuar sus bicocas.  El hartazgo provocado por la actitud innoble de estos trileros de la política  ha convertido su desalojo en una prioridad apremiante.
En Ceuta podemos comprobar fácilmente este hecho en toda su plenitud. El Delegado del Gobierno, designado como valedor de una política presuntamente progresista, no sólo no es respetuoso con la ideología que debería profesar sino que la mancilla y prostituye impunemente, convirtiéndose en el aliado más fiel de la derecha más recalcitrante. Adornado con siglas socialistas, ha atacado con dureza a los trabajadores y ha colaborado estrechamente con el Gobierno de la derecha en la política de marginación y división que amenaza el futuro de Ceuta. Como único registro reseñable de su nefasta trayectoria quedará la traición consumada en complicidad con su socio Vivas (alianza no explicable con argumentos confesables), al habernos devuelto la condición de Ciudad Presidio. Desde un análisis objetivo y riguroso, no puede quedar ni una sola persona de convicciones progresistas que no ansíe la rápida desaparición de este personaje de la vida política local. Por el bien de la izquierda, el PSOE debe abandonar el poder.

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