Opinión

La alianza entre las armas y las letras

El 18-01-2007, a petición de la Comandancia General de Ceuta y de su entonces Director del Aula Militar de Cultura, mi buen amigo, coronel don Luis Manso López-Marizat, que durante tantos años dirigió con solvencia, entusiasmo y entrega el Aula, impartí en ésta la Lección Inaugural del curso 2007, que titulé: “Ilustres soldados de armas y de letras”. Asistieron al acto las primeras autoridades civiles y militares, jefes, oficiales y público civil. Con aquella disertación, rebatí que a lo largo de la historia hubiera existido enfrentamiento entre las armas y las letras, sino todo lo contrario, porque salvo casos puntuales o aislado que pudieran haberse dado, lo que más me consta a mí es la armoniosa alianza entre ambas. El tema creo que puede seguir siendo de interés para Ceuta, que tanto arraigo militar tiene.

Esa polémica sobre el supuesto enfrentamiento surgió a raíz de cuando don Miguel de Cervantes escribiera en El Quijote su discurso sobre las “armas y las letras”, aseverando: ¡Quítense delante quienes piensen que las letras aventajan a las armas, porque no saben lo que dicen!. Hay quienes ven en tan imperativo aserto una frontal colisión entre ambas. Sin embargo, a mi modesto juicio, Don Quijote no pretendió provocar tal controversia, porque, inmediatamente después, buscó el equilibrio, añadiendo: “Aunque las armas también tienen sus leyes, y éstas caen bajo el imperio de las letras y de los letrados”. Pero, si alguna vez las armas y las letras hubieran entrado en conflicto, vendría a conciliarlo otro soldado-poeta del Siglo de Oro, Calderón de la Barca, cuando afirmó: “Las armas y las letras no son contrarias, sino hermanas”. Y Julio César presumía muy ufano de haber conseguido el imperio “por las armas y las letras”.

Fíjense que tal Aula de Cultura ceutí, adoptó su nombre del general del Cuerpo Jurídico, don Manuel Alonso Alcalde, ilustre poeta, brillante escritor y magnífico autor teatral, que ganó los Premios Nacionales de Literatura y Lope de Vega. Más en el Aula, “Manuel Alonso Alcalde”, lo mismo han disertado generales de hasta cuatro estrellas, que diplomáticos, filósofos, historiadores, arqueólogos, juristas, poetas, etc, de reconocido prestigio. Eso significa que lo “militar” y lo “civil”, si bien son conceptos distintos y autónomos que cada uno debe de enmarcarse dentro de la esfera que le es propia, pero, por lo demás, la cultura no es exclusivamente civil ni militar, sino ambivalente, perfectamente compatible con ambos estamentos de la misma sociedad, de la que militares y civiles proceden.

Alonso Alcalde, rimó así a Ceuta: “Digo, un nombre, una ciudad ungida/ digo, perseverantes primaveras/ digo, una pirotecnia de palmeras/ digo, muros de cal enardecida/ digo, luz total incontenida/ y sombra de pinares y laderas/ y digo, en fin, el mar y sus fronteras/el mar y su continua acometida/ La ciudad que pronuncio, la que digo/ limita al norte con la siempre orilla/ con el siempre camino de las olas/ brújula al siempre mar por donde sigo/ el siempre rumbo de la siempre quilla/ hacia las siempre costas españolas…./ Siete colinas cuentan loma a loma/ siete continuadas primaveras/ un vaivén siete veces de laderas/ siete blancuras donde el sol se aploma/ para siete nidadas de paloma/ siete olas paradas y cimeras/ siete colinas donde perseveras/ Ceuta feliz, como la misma Roma…/”.

También por entonces Ceuta tuvo un hijo coronel-poeta, Luis López Anglada, muy amigo del anterior y ambos íntimos, a la vez, del gran novelista civil Manuel Delibes, escritor costumbrista, que con su erudita pluma enalteció la naturaleza, el campo y la caza. El pa sado 17 de octubre se cumplió el Centenario de su nacimiento. Y López Anglada también dedicó a su Ceuta querida este precioso verso: “Ceuta es pequeña y dulce; está acostada/, como si fuera/ una niña dormida que tuviera/ la espuma de las olas y sal del océano/ Y allí está entre la arena y la muralla/ como una niña que bajó a la playa/ y se le fue a la madre de la mano”. No veo tampoco aquí entre los tres ningún enfrentamiento, sino gran amistad y unión fraternal.

Garcilaso de la Vega (1498-1536) es, con Cervantes y más autores que citaré, otro soldado-poetas del fecundo Siglo de Oro, de los que tanto abundaron usando a la par pluma y espada. Y Garcilaso presumía mucho de estar utilizando “ora la espada, ora la pluma”. El mismo Cervantes en El Quijote, dice: “Ser militar obliga a tener buena astucia, cultura y discernimiento”. Y el gran José Ortega y Gasset, que: “El grado de cultura y perfección de un ejército, mide con pasmosa exactitud la moralidad de una nación”. Garcilaso combatió de simple soldado contra los Comuneros de Castilla; en la expedición a la isla de Rodas en 1522; en la de Túnez en 1535; con el Duque de Alba en Nápoles y Florencia; siendo herido grave tres veces.

Otro grande de las letras y las armas, Francisco Aldana (1537-1575), pretendió disuadir a Garcilaso para que eligiera una vida menos expuesta, respondiéndole éste en el castellano antiguo: “Yo acabaré, que me entregué sin arte/ a quien sabrá perderme y acabarme/ si quisiere, y aun sabrá querello/ que mi voluntad puede matarme/ la suya, que no es tanto de mi parte/ pudiendo, ¿qué haré sino hacello?”. El mismo Aldana, al que Cervantes llamó “El divino”, consagró su vida con la misma intensidad a las armas y las letras. Luchó como bravo capitán en la batalla de San Quintín de 1557, cayó herido en Flandes y murió combatiendo en la batalla de Alcazarquivir (1575), junto al rey portugués Don Sebastián, que estuvo tres años enterrado en Ceuta.

Lope de Vega (1562-1635), rimó para Aldana: “Tenga lugar el Capitán Aldana / entre tantos científicos señores/ que bien merece aquí tales loores/ tal pluma y tal espada castellana”. Y Gaspar Gil de Polo (1540-1584), escribió: «Este es Aldana, el único monarca que, juntos, ordena versos y soldados». Aldana le contestó: «Mientras, cual nuevo sol, por la mañana/ todo compuesto andáis ventaneando/ en mi jaca sin parar, lucia y galana/ yo voy sobre un jinete acá saltando/ el andén, el barranco, el foso, el lodo/ al cercano enemigo amenazando».

Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), soldado-poeta y diplomático; autor de El Lazarillo de Tormes, se distinguió en la revuelta de Siena y en la rebelión de los moriscos en las Alpujarras en 1568. Poeta satírico, que destacó con sus “Poemas al alma”. En 1538 fue embajador en Venecia, y rimó para los embajadores: “¡Oh embajadores, puros majaderos/ que si los reyes quieren engañar/ comienzan por vosotros primeros”.

El mismo Cervantes (1547-1616) que, como es bien sabido, fue soldado raso (el “Manco de Lepanto”) y escribió El Quijote, obra cumbre de nuestras letras españolas, cayó preso, sufriendo largo cautiverio. Luchó en Flandes, con el Tercio de Lope de Figueroa; contra los turcos en la galera “La Marquesa”, donde sólo se salvaron él y pocos más. El ataque le cogió en la bodega del barco, donde se encontraba enfermo con fiebre. Por eso escribió: “Señores, ¿qué se diría de Miguel de Cervantes cuando hasta hoy he servido a Su Majestad en todas las ocasiones de guerra que se han ofrecido? Y no haré menos en esta jornada, enfermo y con calentura”. Fue herido en el pecho y en el brazo izquierdo, empuñando su pluma con su “gloriosa” mano diestra.

Lope de Vega (1562-1635), llamado “Fénix de los Ingenios” y “Monstruo de la Naturaleza”, también fue soldado en el Tercio de Lope de Figueroa. Luchó en numerosas batallas, en la infortunada Armada Invencible; en la batalla naval de las Azores, enrolado con Don Álvaro Bazán, la primera gran contienda de la historia entre galeones, en la que España consiguió una aplastante victoria frente a la escuadra franco-portuguesa; y en la defensa de San Mateo, donde estuvo acorralado por tres galeones franceses.

Francisco de Quevedo (1580-1645), fue espía militar. Luchó en Italia a las órdenes del Conde de Osuna, que en 1618 lo utilizó en su malogrado intento de anexionar Venecia a España, siendo apodado por los turcos “El Virrey”, por lo audaz, intrépido y temerario que era con su espada; pero tuvo que huir disfrazado de mendigo. Autor de numerosos poemas, como: “Madre, yo al oro me humillo/ él es mi amante y mi amado/ pues de puro enamorado/ de continuo andar amarillo/ que, pues, doblón o sencillo/ hace todo cuanto quiero/ poderoso caballero es don dinero”.

Y luego está el soldado-poeta Calderón de la Barca (1600-1681). El que más enaltece a los militares, cuando escribió en verso: “Este ejército que ves/ vago al hielo y al calor/ la república mejor y más política es del mundo/ en que nadie espere ser preferido/ ni pueda por la nobleza que hereda/ sino por la que en él adquiere/ porque aquí a la sangre excede/ el lugar que uno se hace/ y sin mirar cómo nace, se mira cómo procede/. Aquí la necesidad/ no es infamia; y si es honrado/ pobre y desnudo un soldado/ tiene mejor cualidad/ que el más galán y lucido/ porque aquí lo que sospecho/ no adorna el vestido al pecho/ que el pecho adorna el vestido/. Y así, de modestia llenos/ a los más viejos verás/ tratando de ser lo más/ y de aparentar lo menos/. Aquí la más principal/ hazaña es obedecer/ y el modo como ha de ser/ es ni pedir ni rehusar/. Aquí, en fin, la cortesía/ el buen trato, la verdad/ la firmeza, la lealtad/ el honor, la bizarría/ el crédito, la opinión/ la constancia, la paciencia/ la humildad y la obediencia/ fama, honor y vida son/ caudal de pobres soldados/ que en buena o mala fortuna/ la milicia no es más que una/ religión de hombres honrados”.

Después del Siglo de Oro hubo estupendos soldados-poetas: Bernardo López García, “Cantor del Dos de Mayo contra los franceses, con su oda: “Oigo, Patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón/ sobre tu invicto pendón/ miro flotantes crespones/ y oigo alzarse otras regiones/ en estrofas funerarias/ de la iglesia las plegarias/ y del arte las canciones (…) Suenan patrióticas canciones/ cantando santos deberes/ y van roncas las mujeres/ empujando los cañones/ al pie de libres pendones/ el grito de patria zumba/ y al suelo le falta tierra/ y el ruido del cañón retumba/ y el vil invasor se aterra/ sin que quede suelo para abrir tanta tumba/ ¡Mártires de la lealtad/ que del honor al arrullo/ fuiste de la patria orgullo/ y honra de la humanidad/ en la tumba descansad/ que el valiente pueblo aunque/ jura con rostro altanero/ que hasta que España sucumba/ no pisará vuestra tumba/ la planta del extranjero”.

Y, aunque el papel lo aguanta todo, en este artículo sólo me cabe ya citar a Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891). Soldado-cronista de la Guerra de África, relatando la llegada a Ceuta de 466 voluntarios catalanes: «Son las cinco de la tarde y vengo de presenciar una escena arrebatadora. Prim arenga a la compañía de catalanes voluntarios: “¡Soldados!: Vosotros podéis abandonar esas mochilas, que son vuestras; pero no podéis abandonar esta bandera, que es de la Patria. Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas. ¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en su poder?. ¿Dejaréis morir solo a vuestro general? ¡Soldados! ¡Viva la reina! ¡Viva España!”. Todos lo siguieron, y la batalla de Los Castillejos se ganó, junto con los demás miles de españoles. Y yo me pregunto: ¿Dónde están hoy aquellos bravos patriotas catalanes de ayer?. Si Prim (catalán) hoy resucitara, de pena se moriría.

Creo que el mérito de todos aquellos valientes militares-literatos estuvo en que supieron aliarse para utilizar unidos su pluma y su espada, con la misma dignidad y templanza con que los viejos caballeros medievales las utilizaban, bajo el lema: ”Jamás desenfundarlas sin razón, pero nunca envainarlas sin honor”. Conclusión: Lejos de existir enfrentamiento entra la pluma y la espada, lo que yo más veo es una pacífica alianza entre ambas.

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