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Algunas cofradías sorprendentes y pintorescas

En Marruecos se hallan establecidas muchas  que podríamos llamar cofradías religiosas, entre las cuales las más importantes son la de los ‘Aghmacha e Isaugas’. Cada una de estas hermandades tienen su zauya o santuario, en donde se reúnen en ciertos días señalados y especialmente en los viernes, a celebrar sus ceremonias.
Por lo general, los marroquíes se hallan afiliados a alguna de ellas, se  designan sus hermanos con el nombre de Jaun. En cuanto a las ceremonias, se diferencian muy poco unas de otras; reúnense sus miembros en los patios de las zauyas que son espaciosos, y allí el son del tamboril o algún otro instrumento músico se entregan a danzas especiales en las que se agitan descompuestos como si se hallasen poseídos de algún espíritu infernal lanzando grandes aullidos hasta que sus facciones adquieren un aspecto feroz y echan espuma por la boca. Entonces según creen, se hallan poseídos de la gracia del santo Patrón.
Comen animales venenosos, estopas encendidas y aún brasas como si fueran unos saltimbanquis, hasta que, rendidos caen al suelo cubiertos con un copioso sudor. Tapados con sus jaiques permanencen inmóviles por espacio de horas enteras y después se les introducen en el santuario, en donde por medio de sahumerios de hojas de benjuí, que para los musulmanes tienen la propiedad de ahuyentar  los malos espíritus, vuelven en sí de aquel estado de sudor y embrutecimiento.
Los Isaua  reconocen como patrón a Sidi ben Isa, a quien todos los marroquíes invocan contra las serpientes y animales venenosos. La mayor parte de los cofrades se proveen de reptiles de todas clases y así recorren las poblaciones en grupos de cinco a seis, acompañados de algunos que tocan flautas muy  largas, de timbre lúgubre, y tamboriles con un ritmo especial y cadencioso. En los pueblos, en las aldeas especialmente en los adures de las tribus nómadas, exponen al público aquellos repugnantes animales y los hacen ejecutar, extraños juegos, en medio de los corros que forman en las plazas.
Muchas veces se ha visto presentar a una de estas serpientes un cordero que, a los pocos momentos de ser mordido, muere en medio de las más terribles convulsiones y una vez hecha esta prueba, los isauas manejan a su capricho aquellos reptiles, llevándolos entre la camisa y la carne y metiendo la mano desnuda en las cestas en donde las llevan sin  experimentar mal alguno.
Aseguran los marroquíes que todos los isauas están exentos de la picadura de aquellos terribles animales y así cuando cualquiera ve uno de ellos lo primero que hace es invocar el nombre del santo patrono de esta cofradía. El que lo haga se hace para siempre invulnerable contra aquella mordedura y a los isaua cierta cantidad, y entonces las enroscas al cuellos algunos de aquellos reptiles pronunciando el nombre de Side Ben Isa y recitando una corta oración y desde aquel instante se le asegura que puede ir donde quiera, sin temor de ser acometido por ningún animal venenoso.
En corroboración de lo que llevamos dicho sobre este particular, refiere Sir James Richardson, gran explorador que visitó el imperio a mediados del siglo pasado y que refiere que había oído hablar muchas veces de las terribles serpientes de la provincias del Sus, entre los cuales si debemos de creer a los moros, que se encuentran algunos ejemplares pitones capaces de obstaculizar la marcha de las caravanas y por su tamaño de figurar al lado de las  famosas serpientes de Barada, de clásica memoria que dicen los historiadores romanos, que al pasar a África el procónsul Régulo, durante la primera guerra pública, se adelantó hacia el río Megrada, en  donde encontró una serpiente monstruosa, contra la cual hubo necesidad de emplear las máquinas de guerra y su piel llevada a Roma medía cien pies de longitud.
Una mañana nos encontramos en la plaza del mercado con una cuadrilla de estos hombres, tres de los cuales eran músicos, cuyos instrumentos consistían en largas y gruesas cañas en forma de flautas, con las que producían a enseñarnos para que no opusieran dificultad alguna.Comenzaron por elevar sus manos hacia el cielo y murmurando al unísono una oración dirigida a la divinidad. Invocando después el nombre de Sidi Ben Isa, patrono de los encantandores de serpientes. Terminada la invocación  empezó la música y el encantador de serpientes se puso a danzar dando vueltas con gran intensidad alrededor de un cesto de juncos, cubierto con una piel de cabra, bajo la cual se ocultaban los reptiles. De repente se detuvo el Isaua metiendo su brazo desnudo en el ceso del cual sacó una cobra ‘capello’ que rodeó su cabeza como si fuera un turbante, al mismo tiempo que continuaba con su singular baile.
Dando vueltas más rápidamente todavía volvió el encantandor  a meter su mano en el ceso, del cual sacó dos serpientes muy venenosas de la especie que habitan en la provincia del Sur, designada con el nombre de leffas. Estos reptiles tienen de dos y medio a tres pies y su piel es blanquecina, con manchas negras. Colocadas en el suelo las teffas seguían  con mirada brillante los movimientos del Isaua y cuando este se aproximaba a ellas, le atacaban rápidamente, siendo rechazadas con el jaique de que el encantandor se servía para defenderse sus piernas desnudas.
Invocando entonces el nombre de su patrono se apoderó el isaua de una de las serpientes y sin cesas en el baile abrió con una vara pequeña las mandíbulas de reptil para enseñar a los espectadores los aguijones de donde  fluía una materia blanca y grasienta. Presentó en seguida su brazo al leffa, que tenía hundido en él sus dientes, mientras que el encantador se abandonaba a terribles contorsiones, sin cesar de dar vueltas invocando a su patrón.
Cuando retiró el reptil nos enseñó la sangre que corría de sus brazos, que llevó enseguida a la boca estrujándola con sus dientes y continuó la danza por algún tiempo, hasta que se detuvo la danza por algún tiempo rendido por la fatiga.
Pensado que todo esto no era más que una farsa se podía pedir permiso para tocar la serpiente a lo que el encantador respondió que si era un Isagua, caso contrario moriría, y para demostrar estos poderes el encantandor pidió que le trajeran una gallina o cualquier otro animal. Y trayéndole una gallina a una de sus reptiles le hizo que mordiera el ave que, puesta en tierrra al poco tiempo cayó muerta y después su piel tomó un matiz blanquecino.
Por esta descripción se concibe perfectamente como se verifican sin peligro estos juegos, por más que tienen cierto carácter que sorprende a los que no están acostumbrados. Ya que a las serpientes de veneno más activo se les extirpan las glándulas que segregan el líquido mortífero y después sin perder en la apariencia nada de su terrible aspecto son del todo inofensivas. Las leffas tienen veneno suficiente para matar un ave, pero no produce efecto alguno en el hombre, acudiendo en tiempo a chupar la herida para impedir que el líquido que destila entre en la circulación de la sangre mucho más si se tiene en cuenta que entre las serpientes las habrá de diferentes clases, unas más peligrosas que otras y estos encantadores las conocen bien.

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