La estrecha escalera conducía a un desván polvoriento. Las maderas crujían y los libros almacenados no eran ajenos al pasar del tiempo. Al fijar la mirada comprobé que los títulos hablaban de un tiempo anterior, cuando los hombres habitaban la tierra en causa justa. Pensé: “¡Qué espíritu anduviera despierto mil años para leer todo entero!”
En el fondo de la habitación, como emergiendo de las sombras, y presidiendo un despacho de perfecta arquitectura, un fecundo amanuense parecía tomar notas: “Los libros nos devuelven a la historia que un día olvidamos, y a los caminos, que no por infinitos son menos concurridos”. “¿De qué hablas?”- pude decir.
“Hablo de nobles peregrinos, de filósofos que perdieron la fe, de escritores celestiales que vivieron su existencia averiguando el lenguaje de las estrellas, de almas atormentadas”.
El aire denso del interior parecía contener el secreto de la creación, y como quien mira a la luz del sol en su centro, pregunté: “Entonces, ¿hay alguien al otro lado de los astros?”
“Mal comienzo empezar por el final. Hablo de leyendas desconocidas, de playas por donde bulle el agua dulce, de las fórmulas del conocimiento, de encrucijadas indescifrables”.
“Entonces, ¿por qué me has hecho llamar?”- Dije.
“No es por casualidad que enviara a mi mensajero, el búho Fisce, en tu busca. Pues he visto en ti el afán por aprender, la esencia de la que están hechas las cosas, el idioma más universal, la fuerza que separa las nubes antes de la tormenta.”
“Sigue diciendo”- le invité a decir. “Al principio la pureza nos divierte, pero entonces sentimos la llamada de las dudas, y los caminos se bifurcan. Se hace necesario desandar nuestros pasos en busca de las llaves que nos abran el corazón, y un mundo de certezas inunde con su luz el órgano vital”.
El pensamiento escrito es esa forma de hablar que tienen las almas inquietas, y por cientos de años (que quien los tuviera) ha ido configurando un mapa de orígenes y de providencias, aunque la dispersión de los pueblos y la falta de adherencia al estudio ha hecho que la conciencia colectiva carezca de imagen y de referencias, y así el hechizo de la confusión firme su imperio.
En la medida que me permite mi reloj de arena, me adentro en el desván de las musas y de las novelas, ya sea para hablar un rato con protagonistas de una historia que se vacía por las heridas; de hombres orgullosos y de oráculos, orgullosos también.
No debiera distraernos el cuento de la polilla que se quema al perseguir el foco de la luz; más bien debiéramos temer el proceloso avance de la oscuridad.
Quizá en el punto medio de halle la solución: no quemarnos con la luz en batalla desigual, pero tampoco perderse en el espacio oscuro de las miserias. El fruto de la abundancia nos ha sido prohibido, así que echemos mano del ingenio y de la imaginación.
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