Como un mero error ha sido tratada la polémica suscitada en torno a las plazas de la Policía Local, después de que un aspirante que había figurado en el listado y había celebrado por tanto la consecución de ese puesto, lo haya perdido al aceptarse una alegación que tenía todo su fundamento. En esta historia ni el que ha perdido su plaza ni la que la ha ganado tienen culpa alguna. Pero estoy segura de que al primero no le ha hecho gracia la posición en que queda ahora ni, mucho menos, se conforma con los ánimos dados desde el Gobierno para que vuelva a presentarse en próximas oposiciones.
Lo sucedido es algo más que un error. No puede ser despachado con cuatro palabras y una palmadita en la espalda. No se trata de hablar de falta de transparencia o de “ver fantasmas donde no los hay”, se trata de ir más allá del mero reconocimiento de un error de bulto porque se ha tirado por tierra el trabajo y esfuerzo de una víctima de un sistema que ha errado y que ha dado por bueno lo que no era.
Me temo que las peticiones de responsabilidades y los anuncios de posible apertura de expedientes queden en unas declaraciones políticas que hoy son noticia y mañana se olvidan. Nadie del ICD ha venido a dar explicaciones por lo sucedido cuando su obligación era supervisar los resultados que aportaba una empresa contratada para estas mediciones porque, nos cuentan, querían evitar suspicacias. ¿Cuánto ha costado esa contratación?, ¿quién o quiénes eran responsables de verificar que hacía sus funciones correctamente?, ¿por qué se presenta como argumento el no levantar suspicacias como excusa para esa contratación?, ¿acaso el propio Gobierno duda de la valía del ICD?, ¿por qué entonces no se encomendó al personal que está en nómina en esta entidad para hacer estas funciones?
Es imposible entender algo cuando no caben razonamientos. Si la persona que ha alegado se hubiera quedado parada hoy sería una víctima del sistema. El haberlo hecho, con todo su derecho, deja a otro aspirante desbancado de un puesto que había celebrado como suyo. Y ante este desaguisado por parte de la Ciudad solo se atreven a dar ánimos al ‘desterrado’ para que vuelva a presentarse. ¿Qué cachondeo es esto?
Estamos ante un nuevo culebrón político que choca con la misma piedra: ese ICD que siempre ha sido una caja de bombas sin que nadie haya osado en controlarlo.
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