Conocí a Alfonso antes de trabajar en 'El Faro'. Quería ponerme en forma, por salud, por mujeres, lo que sea, pero me bastó menos de una semana para huir despavorido de su gimnasio. Mucha tela.
Alfonso era una roca, detrás de una perilla y un rosto fiero que habría servido perfectamente a Velázquez en su famoso cuadro 'La Rendición de Breda' para ilustrar a uno de aquellos fieros españoles de los Tercios de Flandes.
Su gimnasio, en los bajos del puente del foso de San Felipe, era una especie de caverna, húmeda y que se caía a pedazos, en donde Alfonso era una especie de 'amo del calabozo' que torturaba, en el buen sentido de la palabra, a todos aquellos que pasaban por allí.
No voy a mentir. Su carácter no era fácil, una especie de 'enanito gruñón' con una voz que era un trueno y un humor y una lengua de serpiente capaz de humillar con su ironía al más fortachón de los allí presentes.
Sin embargo, cuando ayer pude estar presente en la pequeña concentración que se organizó a través de internet junto a su gimnasio, mientras los políticos de turno se daban palmaditas de satisfacción en el auditorio del Revellín, pude comprobar, mirando los ojos húmedos y las caras descompuestas de los que fueron sus alumnos, que se le quería.
Cuando comencé a trabajar como redactor de deportes mi relación cambió a ser más profesional. Todas las semanas aparecía por la redacción con un sobre con resultados de controles o de alguna prueba en la península, escrito a máquina (no era amigo de las tecnologías), para su publicación (o no).
Poco amigo de los periodistas (nunca me concedió la entrevista que le pedí mil veces), una vez mantuvimos una larga conversación en donde no ocultó que vivía desencantado con el deporte.
La falta de implicación de los jóvenes, el llevar él solo la Federación de Atletismo sin que nadie le echara un cable, su gimnasio yéndose a pique sin el apoyo de las instituciones... Todo eso minó su ánimo, hasta que abandonó su cargo y le perdí la vista.
Se marchó sin que la Ciudad le reconociera su aportación. Muchos años de legislatura conservadora, "y yo soy un 'rojo' confeso", me decía con esa sonrisa suya sin alegría.
Durante todo el día de ayer leí los comentarios en las redes sociales alabando, en la mayoría de los casos, la figura de Alfonso. Me pregunto si él sería realmente consciente de ese cariño... Seguramente no, porque la muerte ajena es muy buena para refrescar la memoria, pero en vida falla.
Alfonso se ha marchado por la puerta de atrás, dejando un vacío en el mundo del deporte ceutí, al menos de los que sí tenemos memoria.
Sí, sería bonito que recibiera un homenaje, que se recordara su figura, quién sabe, ponerle su nombre a la futura pista de atletismo que ya no verá.
Consuelo de vivos por otra parte, actos vacíos que Alfonso no conocerá nunca más.
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