Opinión

Las alcantarillas son para otros

Se lo digo con conocimiento de causa. Por donde está usted, gracias a Dios por poco tiempo, pasé hace ya más de veinte años y luego tuve la oportunidad de repetir en otros departamentos de la administración. A las alcantarillas, el verdadero sentir de los gabinetes de apoyo a los cargos públicos, están obligados a descender más que a subir a los cielos porque esta última posibilidad se queda más para el jefe. Pero para bajar a los infiernos no queda más remedio que ser astuto, tantear el terreno, conocer al adversario, pensar con frialdad en más de una ocasión, aconsejar al jefe con total lealtad y, en definitiva, más parecer una sombra que se desliza con sigilo. Entiendo que no es su caso.

¡Ah! Se me olvidaba. No había tenido oportunidad todavía de presentar a quien va dirigido este artículo. Hablo del que todavía es, desconozco la fecha en que se marcha, asesor de la delegada del Gobierno, Roberto Rodríguez Calderay. A quien algunos definieron como un golpe de viento fresco en la Delegación más bien deberíamos bautizarlo como un elefante en una cacharrería. Cuando uno tiene ínfulas de convertirse en político profesional, que es muy distinto a ser servidor público, el mejor camino no es una asesoría de una delegada. En todo caso puede servir como aprendizaje de las entrañas de la administración. Cuando uno se quiere adentrar en la política la actividad se hace en los partidos y allí uno se postula para ir en una lista, si de verdad quieren contar contigo.

Es verdad ese dicho, que por más tiempo que pasa, sigue siendo la Biblia: “si quiere conocer a zutanito, preséntalo en sociedad”. Roberto Rodríguez Calderay ha sido alguien que, desde luego, lo que se dice lealtad no ha tenido mucha para con la delegada. Roberto Rodríguez Calderay ha sido alguien al que no le ha importado criticar cuando simplemente se cuenta algo que había hecho. Roberto Rodríguez Calderay ha querido jugar a ser el más listo de la clase y al final ha terminado, como hacían los maestros antiguos, de cara a la pared, con los brazos en cruz soportando sobre sus manos dos pesados libros y con las orejas de burro.

Cuando se juega con fuego uno puede terminar por quemarse. Cuando se intenta ir por un grupo de padres y madres de familia, desde luego, se debe estar entero y con espíritu real. Si se tienen cartas buenas se ha de estar seguro del triunfo, no puedes ir de farol porque al final terminas dándote de bruces con la realidad.

Aquí como muchos, pero algunas y algunas tenemos ya muchos tiros dados. Pero tiros dados con enemigos de verdad, de los que no amagan, sino que tiran a dar y si te pueden llevar por delante no les importa. Por esos nuestros cuerpos están curtidos en mil y una cornadas como para que venga ahora un bravucón a intentar sacarnos de nuestras casillas.

He esperado hasta el final para decirle adiós porque, en realidad, después de tantos años he conocido infinidad de asesores en esa casa, antes y después de mi estancia, pero nunca tan torpes como usted.

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