La opinión es un espacio para el análisis subjetivo saliéndose de la pauta formal de la objetividad y frialdad de la noticia. En la actualidad en todos los medios de comunicación cuentan con un ramillete de firmas que aportan su punto de vista y lo divulgan en la prensa escrita, radio, televisión o en Internet mediante paginas webs o los populares blogs. Esa opinión que a primera hora de la mañana es limpia y clara comienza a interpretarse y a desvirtuarse cuando las tertulias en los medios las cuestionan, pasando a formar parte del discurso de otra persona, entendiéndola a su manera y tratándola con un criterio reeditado al original.
Las reglas de lo políticamente correcto y la no agresión al color de los medios hacen que pocas tertulias aporten algo, es decir, la verdad de la noticia es la que leemos en caliente y de primera mano por los columnistas habituales que mantienen un criterio original, aquellos que se apoyan en la realidad y no desdibujando con matices la certeza de quién sí se atreve a llamar las cosas por su nombre.
Torear a toro pasado o intentar interpretar el riesgo y el atrevimiento de aquellos que sí se arriesga con la opinión es como torear de salón sin fijeza y con poco tiento. Pocos son los valientes fundamentados en su magistral forma de sintetizar la noticia y que sean capaces de no alejarse ni un ápice del sello de su personalidad aplicada a su trabajo. La certeza de quién tiene el arrojo de exponerse no le llega ni de lejos a los maletillas que hacen de su labor el miserable acopio de la limosna de la palabra.
Saber distinguir y llegar a discernir sobre quién maneja los códigos apropiados como para difundir la opinión es una tarea que cada vez se hace más costosa, pues los medios son muchos y la cantidad ha sobrepasado la calidad llenando la prensa y la red de difusores del chascarrillo, del rumor y de versiones críticas poco documentadas y escasas de fundamento. Mantener viva la opción de la palabra nos deja en multitud de ocasiones con la incertidumbre de la fiabilidad y con la sospecha de la mentira.
Actuar de forma firme y alejada de las corrientes de opinión se ha convertido en una labor difícil, siendo un suicidio tirarse al ruedo con el nombre por delante y llevando como protección sólo una disposición respaldada por la agudeza de una pluma.
Un peligro que muy poco están capacitados para asumir, donde se pone en riesgo la integridad profesional y el rechazo de una sociedad acostumbrada al suave y manejable juego de lo políticamente correcto. Sacar los pies del plato buscando dar media vuelta más a la tuerca de la actualidad trae como consecuencia un descrédito, siempre potenciado por el cobarde incapaz de salir al paso con argumentos, manteniéndose en la sombra más ruin, colmada de resentidos y recelosos murmullos.
Acostumbrarse a mostrarse mediante un mensaje definido sin grietas e íntegro no es lo habitual y significa salirse de la monótona sin razón de los pocos iniciados en discurrir con un posicionamiento claro. Muchos no ven más allá del bosque de sus intereses, especialista en una dignidad ficticia que sólo oculta una escasez de facultades y de temores.
Tan sólo nos queda refugiarnos en la opción del compromiso y abandonar la relatividad en un momento marcado por la necesidad de firmes respuestas.
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