Me distraje unos instantes y cuando me fui a mirar en el espejo, me encontré con una cara totalmente diferente, mi interior decía que no podía ser. Era mi subconsciente el que negaba esa expresión, ese rostro nuevo. Sin embargo, el que se estaba rasurando era yo. Y lo digo por que me di un pequeño corte en la barbilla y estuve sangrando. Noté el dolor y también las gotas de mi sangre correr por mi rostro. Fui quién con papel higiénico me puse un pequeño trocito.
¿Verdaderamente había pasado tanto tiempo? Sé que soy una persona muy ocupada. Pero esto nunca me había pasado. Me vi con muy poco pelo, el cual era casi blanco.
¿Qué me había pasado? Pensaba rápido y no podía dar respuestas que me convencieran. Tenía un día muy ajetreado y por la tarde a las 6 había quedado para jugar al ajedrez. Allí me presenté y observé los rostros de mis compañeros de fatiga. Y también tenían unas faces con marcados que los podía catalogar de sesenta años.
Hace poco estuvimos compitiendo para mantenernos de categoría.
Luchamos para que el ajedrez estuviera en el escalón preferente, no en la zona de banquillo donde solo llegaban los malos humores y las sobras de los minutos de desperdicios.
Pero jugando seguimos los mismos. Esos que cada vez que podíamos quedábamos a través de las redes sociales. Los demás eran ángeles. Aparecían, sí, pero cuando ellos querían. En los momentos de felicidad. El resto del tiempo, ese que estábamos poniendo en duda si había pasado o no, éramos los mismos. Esos que preferían el taxi antes de la caminata. Y mira que los médicos recomiendan una buena pateada diaria. Pero somos jóvenes del siglo veintiuno. La tecnología priva de las buenas costumbres que son un buen arraigo para que nuestra salud pueda ayudarnos en estar en este mundo unos pocos de días más.
Entre jugar y escuchar, a los que saben más que nosotros, se nos pasan los minutos y las semanas de reuniones.
Son muchas cosas aprendidas. Tantas que parece un rosario de esos antiguos. Todos lo saben y nadie los aplica. Solo en los momentos más íntimos de recogimiento.
Para mí ese instante es la partida que debo de jugar de campeonato. Esa tensión acumulada de las semanas esperando. El estudio previo de nuestros posibles rivales e intentar buscar la fórmula mágica para contrarrestar a ese ogro que nos ha tocado.
Muchos nervios. Mucha tensión. Y todo queda aparcado cuando nos sentamos delante del tablero y vemos las piezas bien puestas. El reloj preparado y nuestro contrincante intentando disimular también sus cosillas que tendrá.
El árbitro da la orden, nos saludamos y comienzan las blancas.
El suplicio de lo que van a hacer las negras hace el corazón ponerse a mil y cuando lo hace entramos en un momento de recuerdos. Esto se jugaba de esta forma y hay que hacer esto.
Mucho estudio, mucha práctica, mucha teórica y estamos inmersos en una batalla. No queremos defraudar a nadie. Y menos a mi orgullo de jugador. Y pienso, analizo, intento hacer un juego dinámico y a la vez práctico.
Mis planes están definidos. Pero. Nuestro oponente no es manco y también sabe jugar a esto. Los segundos se van transformando en minutos y los mismos en horas y así hasta que seamos capaces de buscar los tres pies al gato y conquistar eso que queremos escuchar " jaque mate", o abandono.
Hemos ganado.
O hemos perdido.
Lo principal es participar.
Aunque todos seamos egoístas y querríamos ser los héroes de la contienda.
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