Era una gélida mañana de invierno cuando estaba dándome una vuelta por el pueblo, a un trote bastante alegre, cuando al pasar junto a un árbol, para ser mas exacto un alto eucalipto, observé la figura de un hombre colgado en un tronco. No se movía por lo que considere que estaba muerto. Volví por mis pasos y me dirigí lo más veloz posible hacia la casa cuartel de la Guardia Civil. Allí casi sin poder respirar puse en aviso del macabro hallazgo que había tenido la desgracia de ver. El mismo hombre que me recogió la denuncia me acompañó con su vehículo oficial al lugar donde se encontraba el cadáver. Cuando comprobó el hecho a través de su radio comunicó a la central que vinieran primero una ambulancia, luego los bomberos para descolgar al pobre infeliz y después al juez para levantar el cadáver.
Yo aunque no estaba a gusto en el lugar estuve acompañando a este hombre durante unas horas que fue lo que duró toda esta burocracia. Aunque primero llegaron los voluntarios de la Cruz roja donde como es lógico había un médico, no podían hacer nada sin la ayuda de algo que pudiera llegar hasta el tronco de árbol que podría estar a unos tres metros del suelo. Por eso se esperó a los bomberos que con su escalera mecánica pudo llegar hasta esa mole de carne muerta. Pero lo único que pudo decir el médico era que estaba muerto. Pero faltaba otra parte el juez que apareció casi a la hora de llegar los primeros coches. Este tras escuchar que estaba muerto dio la orden para que fuera descolgado del lugar. La policía científica antes hizo un montón de fotos del pobre hombre. Fue cuando me dijo el guardia civil si quería que me podía llevar a cualquier sitio que le indicara. Le dije que no. Que prefería andar un rato sólo. Quería apartar las tensiones a través del cansancio. Era una buena terapia ya hecha muchas veces por mí. Cuando llegue a casa mi madre me dijo cómo me encontraba. El policía había estado en casa para hablar con mi madre. Le hizo unas pocas de preguntas. Creo que la dirección para buscar a un culpable no era la correcta. Pero cada maestrillo tiene su librillo.
Aquella noche fue una de las muchas que no pude pegar ojo. Después de cenar y ducharme pise la cama con unas ganas locas. Estaba muy cansado y deseaba coger el sueño conciliador. Al principio conseguí el objetivo. Pero sobre las tres y pico de la mañana me vino una fuerte pesadilla. Estaba sentado en una piedra en el campo y de repente escuché algo raro que provenía del cielo al poner mi vista hacia el lugar del ruido vi como un hombre planeaba sobre mi. Iba vestido con una chaqueta negra larga que le llegaba hasta las rodillas, unos pantalones vaqueros azules claro y unos zapatos negros. Se le veía una cabellera larga de color negro. Fue tal la impresión que me desperté de inmediato. Me levanté y fui hacia el cuarto de baño. Abrí el grifo y me lave la cara. Me la sequé y me miré al espejo. Tenía los ojos como dos platos de grande. Estaba realmente despierto. Pero, ¿que había sido eso que yo suponía que podría ser un sueño? Me fui a la cocina y puse a calentar un vaso de leche. Me conozco y sabía que la noche iba a ser muy larga. Y así fue. No me hizo efecto tomar mi leche. Estaba allí en el cuarto boca arriba y sin poder pegar ojo. Hasta que el despertador sonó. Eran las ocho tenía que ir al colegio. Soy profesor y no debo de llegar el último. Estuve durante muchos días con la misma repetición del sueño. Hasta que un día conseguí reprimirme y poniéndole todo el valor del mundo pude esperar hasta la escena donde el hombre se dejó de caer junto a mí y puso sus labios junto a mi oído derecho y me dijo con voz alta y clara: “Me llamo Juan me ahorqué por que no podía conseguir el amor de Juanita”. Con esta pista fui nuevamente hacia el cuartel de la Guardia Civil y le dije lo que me había dicho el sueño. Y fue cuando me comentó este funcionario que el fallecido se llamaba Juan. Que era un forastero y que como podía saber eso. No se creyó lo del sueño. Y yo la verdad cada vez entiendo menos a mis sueños. Es una confidencia de un amigo de Almería.
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