Categorías: Colaboraciones

Agustinos siempre en el camino

La rutinaria presión laboral y la urgencia familiar de cada día han impedido que hasta ahora mismo pudiera sentarme, con un mínimo de paz y de tiempo, para escribir sobre mi experiencia en la peregrinación agustiniana a las gélidas tierras de los Zares rusos de la primera semana del mes de abril.

Las ideas y las sensaciones revivieron, no obstante, a mi mente y a mi corazón al contemplar, por vez primera, las 1521 fotos tomadas por mi obediente cámara réflex, pero sobre todo al recordar la extraordinaria Eucaristía en la iglesia católica de San Juan Bautista en Púshkin (a 30 km de San Petersburgo) tan gentilmente ofrecida por los Párrocos José Francisco Teijeiro García y Juan Manuel Sánchez, auténticos misioneros españoles en las estepas rusas.
Desde mi escasa experiencia como auténtico peregrino novato en estos menesteres, transmito con gozo y con esperanza que valen la pena, y que son hermosas y gratificantes en todos los sentidos de la palabra. Constituyen sin duda un reflejo inequívoco del pueblo de Dios en marcha continua e itinerante. Han calado con hondura y vigor en el alma de los fieles. Las peregrinaciones reavivan las señas de identidad de los cristianos, marcando lazos que van más allá de la amistad. La peregrinación como fenómeno de estirpe católica es algo más que un turismo religioso, pues pertenece a la historia de la Iglesia, a su DNI y ADN humano y cristiano. Es una seña de identidad espiritual que no sólo hay que vivir, sino también transmitir como antorcha del relevo generacional de la fe. En estos tiempos que nos ha tocado vivir a los católicos de continuas amenazas de creciente y hasta imparable secularización, en tiempos de relativismos conceptuales, de etéreos pensamientos y conductas débiles e incoherentes, ¿qué mejor que fortalecer nuestras propias raíces, potenciando nuestra propia identidad cristiana mediante estas peregrinaciones, que ofertan razones y sentimientos para sabernos miembros de un pueblo unido, de una familia agustina, de la piedra angular sobre la que Pedro edificó nuestra iglesia?
Nos hemos reído mucho, antes, durante y ahora también después del viaje. Hemos rezado y caminado mucho, con un sufrimiento llevadero, «porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11, 28–30), siempre compartido con vosotros, los Padres Agustinos David, Isidro, Esteban y Emilio. Nos hemos acordado de los que ya no están con nosotros pero nos protegen desde el cielo, de los que no han podido venir, los que nos han seguido en la distancia (pero a tiempo real gracias a WhatsApp y Facebook), los que han caminado con nosotros en el corazón, y por supuesto de nuestros compañeros peregrinos. Especialmente a éstos, compartidores de hoteles, de reflexiones, de reencuentros, del cansancio acumulado, de contemplación, de íntimas y compatidas Eucaristías, de oración y guía, de autobiografías, de historias contadas y escuchadas, de canciones inacabadas, de desayunos, de bocadillos, de habitación, de cafés, de biodramina, de ibuprofeno o alprazolam, de literas altas y bajas en trenes de largos pasillos y estrechos compartimentos, de cervezas y tertulias improvisadas, de fotografías compartidas, prometidas y colgadas en la red, de sorpresivos cumpleaños, de ánimos contagiosos, de infantiles juegos en la nieve, de chistes sin rombos, de ensimismamiento espiritual, de sello inequívoco del peregrino conquistador de la fe por las todas las tierras de Jesús Resucitado…
Ha sido un peregrinar de contagioso dinamismo. A medida que iban pasando los días veíamos que no cambiaba mucho el paisaje pero si el tiempo, el espacio y las relaciones en el grupo de peregrinos, y por supuesto, íbamos cambiando cada uno de nosotros, la presencia del Espíritu Santo -como en los discípulos de emaús- era más que evidente. Y el paso firme del caminante hacia las Rusias de los Zares hacia crecer la hierba de todo lo que pisaba. Sin embargo también había miedos: a perder aviones ya concertados, a unos suelos resbaladizos por el hielo invisible y traicionero, a unas comidas desconocidas pero dulcemente compartidas. ¿Volveremos a vernos de nuevo el año que viene? Confiamos y nos esforzaremos en que sea así con la ayuda de Dios.
Si nos pidierais una palabra diríamos que el viaje a Rusia con vosotros ha sido impresionante en todos los sentidos. Materialmente porque deja en la retina, en el oído, en el paladar, y en la piel un sello imborrable de la grandeza de Dios, que renace poco a poco en las extensas estepas un país de antiguos zares poderosos y temibles dictadores, pero sobre todo espiritualmente porque conmueve hondamente el alma, porque marca un antes y un después en las relaciones interpersonales, porque profundiza las raíces, cimbrea las ramas más altas dejando caer las hojas caducas, maduran los frutos verdes, y profundizan las raíces del frondoso árbol de nuestra fe .
Los Padres Agustinos siempre han estado con nosotros en el camino. Su constante peregrinación nace de sí mismo y de sus seguridades, eso se percibe y se trasmite. Desde hace cuatro años se arriesgan a trazar distintos caminos que conducen a Dios, aun cuando amenace la incertidumbre del destino, la nieve, el viento o el frío de un invierno cansino que parece que nunca acaba. Gracias a su compañía y guía espiritual nos hemos desposeído de nuestras certezas, autosuficiencias y comodidades. Y ya dijo el poeta “caminante no hay camino, el camino se hace al andar”. Mi humilde agradecimiento a todos los agustinos, tanto sacerdotes como laicos, que con su trabajo y esfuerzo nos han brindado este maravilloso regalo; un largo camino a veces duro, gélido, tortuoso pero lleno de Fe, Alegría, Amor y Esperanza, un destino que, sin duda, nos lleva siempre a Dios.
Cuando en la noche del pasado domingo 7 de abril, levantados desde las 3 de la mañana, regresábamos desde San Petersburgo a Ceuta sanos y salvos, me preguntaba, una vez más, como agradecer a los progenitores del viaje nuestra inmensa gratitud. Pensaba durante el largo regreso como con su constante y humilde labor pastoral estos humildes  sacerdotes contribuyen a la revitalización de nuestra Iglesia, cómo rearman nuestra fe, cómo hacen más fácil y creíble el testimonio de Cristo Resucitado, cómo desperezan a nuestras almas a veces dormidas y cansadas por la inercia de nuestra vida cómoda, sedentaria y desmotivada. En definitiva, reconocer públicamente su caminar siempre en la presencia del Señor, haciendo que el Doctor de la Gracia, San Agustín, nazca de nuevo con nosotros en cada viaje, en una nueva ciudad de Tagaste, ya sea Moscú, San Petersburgo, en el monte Tabor, en las llanuras de Esdrelón o en el templo sagrado de Jerusalén, y que esta ciudad crezca en todos y cada uno de nosotros, tus peregrinos, para hoy y para siempre. Gracias a Nuestra Señora del Camino por haber guiado nuestros pasos hasta Rusia con amor y por seguir iluminando el impredecible sendero de nuestras vidas.

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