Categorías: Opinión

Agustina de Aragón “La Artillera” (II)

Tras recibir invitaciones del general Blake y el marqués de Lazán para que fuese a Sevilla y Cádiz donde se deseaba agasajarla; Talarbe y Agustina viajan juntos a Sevilla donde es homenajeada por la Junta Central, que le reconoce el grado de Alférez, después viajan a Gibraltar donde se embarcan para Alicante y posteriormente a Tortosa donde se esperaba el asedio del ejército francés mandado por Suchet. La ciudad capitula en enero de 1811 y Agustina vuelve a caer prisionera junto a su pareja. Ambos son enviados a Zaragoza y ambos vuelven a escaparse, pasando a ser destinados a la división del general Morillo que participa a las órdenes de Wellington en la Batalla de Vitoria. Después de esta victoria se dirigen a Valencia, donde Talarbe ostenta ya la graduación de Teniente Coronel.
Palafox escribe a Agustina en agosto de 1814 cuando esta se encontraba en Zaragoza y le comunica “que el rey ha mostrado deseos de conocerla y por tanto, esta Vm. Precisada de complacer a Nuestro Monarca pasando a la Corte…” siendo recibida el 25 de agosto por Fernando VII.
En Valencia recibe una carta de su marido el subteniente Juan Roca que reclama. En Agustina prevalece el deber conyugal por encima del amor que profesa a Talarbe, y regresa con su marido, mientras que Talarbe sin otro interés que le mantenga en España parte para América a las órdenes de Morillo para luchar contra los partidarios de la emancipación colonial. Salió de España en 1815 y tomó parte en la sumisión de isla Margarita; pasó a Perú y combatió en Jujuy y Salta, ocupó Arequipa en 1820, y ascendió a brigadier a las órdenes de Canterac, se distinguió en las últimas campañas del Perú y redactó las bases de la capitulación. Regresó a España a los diez años de su marcha con el grado de general y casado; se destacó en Cataluña y norte de España combatiendo contra los carlistas, derrotando a Zumalacárregui en Ormaiztegui.
Agustina tiene en el trascurso de estos años su segundo hijo, llamado Juan como su padre, pero la situación termina mal y se separan hasta que Roca cae enfermo de tisis en la ciudad de Barcelona. Esto hace que Retornase a Barcelona y requiera de los estamentos la ayuda necesaria para hacer frente a una enfermedad tan costosa, dictándose la Real Orden de 16 de enero de 1823, en la que por sus méritos se accede a lo solicitado; sin que ello impidiese el fallecimiento del Teniente Juan Roca en el hospital militar del seminario de la ciudad de Barcelona, el día 1 de agosto de 1823, en la que por sus méritos se accede a lo solicitado; sin que ello impidiese el fallecimiento del Teniente Juan Roca en el hospital militar del seminario de la ciudad de Barcelona, el día 1 de agosto de 1823, cuando Agustina tenía 37 años.
Agustina por su parte; sin solicitar la preceptiva Real Licencia para contraer matrimonio por su condición de Subteniente de Infantería, se casa en marzo de 1824 con un médico alicantino, que era 12 años más joven, tenía 26, Juan Cobos Mesperuza y en julio de 1825, nace en Valencia su hija Carlota Cobos.
La familia se traslada posteriormente a vivir a Sevilla y mientras su hijo Juan estudia medicina como su padrastro, su hija Carlota se casa con Francisco Atienza y Morillo, Oficial 2º del Cuerpo de Administración Militar que es destinado a Ceuta en el año de 1847, esto hace que Agustina se traslade a esta ciudad con su hija, viviendo a partir de entonces en la “casa grande” situada en la calle Real antigua propiedad del general O´donell.
Durante la Guerra de la Independencia la ciudad pasó por momentos muy difíciles. El 11 de diciembre de 1811, el comandante general José María de Altos envió al Congreso de las Cortes un drástico documento sobre la situación que se padecía, explicando que abriría las puertas que dan al campo para quien desee marcharse:
“Las generales penurias que afligen a esta plaza de mi mando lejos de remediarse van en aumento de un modo espantoso; se tocan ya extremos difíciles de explicar y las necesidades y miserias de casi todos los que viven del sueldo del erario han llegado a su colmo. Sin víveres, sin dinero, sin recursos sin socorros ni contestaciones a las continuas reclamaciones solicitándolos sobrecargada de infinitas personas refugiadas en ella, con un considerable número de enfermos y heridos…”

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