Las lecciones más elementales de astrofísica nos indican que cuando a una estrella le llega su final, previamente ha crecido y crecido hasta que explota, dejando en su lugar un enorme vacío aparente (la realidad es mucho más compleja y no vamos a entrar en complicaciones innecesarias) que denominamos agujero negro. Pues bien, el pasado 7 de enero, al cine se le ha apagado una de las mayores luces que ha tenido, y la estrella del gran Sidney Poitier ha dejado en su lugar un enorme agujero negro que no será rellenado nunca con partícula alguna.
Declarado admirador de su calidad interpretativa, debo destacar además de una extensa, meritoria y merecidamente premiada carrera, el hecho de que se trata del primer actor de raza negra que logró un oscar no honorífico (en esta categoría lo había recibido en 1947 James Baskett). Es considerado una leyenda del cine de todos los tiempos. Además de ganar su primer y citado oscar en 1964 por Los lirios del valle, anteriormente había estado nominado a las estatuillas como Mejor actor por su papel en Fugitivos. Imborrables son sus trabajos en películas como la obra maestra imprescindible que es Adivina quién viene a cenar esta noche (en la que comparte reparto con Spencer Tracy y Katharine Hepburn, casi nada), En el calor de la noche o Rebelión en las aulas entre otras muchas.
El trabajo de Sidney Poitier era como su personalidad, exquisita, elegante (quizá el más elegante que Hollywood ha visto), con fuerza y naturalidad, con una presencia arrolladora.
El mítico actor no solo derribó barreras, sino que ha hablado con su trabajo más que de cualquier otra forma, normalizando que el origen, la raza o cualquier tipo de condición no deben ser impedimento ni tampoco ventaja para ser uno de los más grandes en una trayectoria profesional, sino el esfuerzo y el talento, por supuesto, que en su caso lo tenía a raudales. Tanto era así que, lejos de utilizar sus minutos de gloria en la ceremonia con ningún discurso de reivindicación, el suyo fue directo y discreto. Dio gracias por el premio y nombró al director y al guionista de la película, sonrió emocionado y se marchó. Pero, además de actor, era persona, y fuera del cine sí que se vinculó a lo largo de su vida entre otras con la causa antirracista. En sus últimos años, Poitier recibió muchos reconocimientos, incluido un premio honorífico en los Oscar de 2002 y una Medalla Presidencial de la Libertad en 2009.
En alguna ocasión ha sido acusado por sus detractores (toda estrella los tiene, si no, no es una estrella), de ser un vendido al sistema establecido por el hombre blanco: él, que en una ocasión estuvo cerca de ser asesinado por el Ku Klux Klan en Misisipi, contestó rompiendo con ese rol secundario y simplón del intérprete negro en la época, aportando al cine películas memorables con personajes protagonistas.
Ha muerto a los 94 años, dejando atrás una intensa vida y una filmografía para revisar una y otra vez no sólo por cinéfilos, sino también en las escuelas de interpretación de todo el Mundo. Nuestra más sentida despedida y homenaje a la memoria de un símbolo del glamour de los mejores tiempos del cine.