Opinión

El águila de Franco

Cada tarde, los niños del Callejón del Asilo después de dejar el colegio, nos encaminábamos a la plaza de África que era nuestra zona de juegos y de casi todos los jóvenes de la zona centro de aquella Ceuta de los años cincuenta…

Hacia el rincón donde se situaba el Parque de Artillería lindando con «la brecha y la playa de la Ribera» se situaba el cuartelillo de la Falange; y, a su lado junto a las escalinatas de las puertas de la catedral, se erguía solemne y mayestática el Águila imperial del régimen que instauro franco a partir del fin de la Guerra Civil.

Los niños del Callejón del Asilo crecimos con el régimen franquista, cantando el «Cara el Sol», y el «Viva España» con letra del dramaturgo y poeta gaditano, José María Pemán y Pemartín*. De tal modo, que los emblemas nacionales de la patria nos eran asiduos y los compartíamos tanto en la calle como en las clases de Formación del Espíritu Nacional que, como un catecismo, se aprendían en el colegio y luego en el Instituto.

Los niños, ya se sabe aprenden todo aquello que se les enseña, y normalmente están por encima de  los condicionantes y las ideologías políticas que se les pretenden inculcar. Y de tal modo esto es así, que Juan Antonio -amigo de infancia de juegos y milagros por el callejero de nuestra ciudad- y yo; y. algún que otro acompañante como Antoñito que a veces se allegaba al patio a ver a su abuela Ángela, después de estar hartos de deambular de farola y farola por la plaza de África y de subirnos al monumento de la guerra de África y tocar con nuestras manos a los valeroso soldados que recreaban los retablos de bronce, dirigíamos nuestros pasos a la catedral con la intención iconoclasta de subirnos a las alas del Águila** de Franco.

Tal vez no fuera de Franco, ni siquiera que Franco supiera de esta magnífica escultura que dibujaba un águila en el escudo nacional en el centro de la bandera rojigualda. Sin embargo, para la mente inocente de un niño este águila con las alas extendidas era la más fiel representación del régimen victorioso del general, pues ahí se hallaban juntos  los dos poderes más representativos de una nación, a saber: La Catedral, como el poder religioso sujeto al mandato de Dios; y, el Águila, como el otro poder político que sujetaba las mentes y el buen hacer de las gentes del país…

Bien es verdad, que estas reflexiones acerca de la emblemática cercanía de la Catedral y el Águila, como los dos poderes del Estado confesional católico de la dictadura sólo nos rozaban; sin que salvo casos contados moldearan nuestras almas en la posterior juventud que más adelante habría de venir. Porque los niños van de manera irremediable a lo suyo; y, lo nuestro, a decir verdad, era atravesar los jardines y arremolinarnos junto a las alas pulidas del Águila, subirnos como gatos a su picuda cabeza; y, luego, dejarnos caer poco a poco sin miedo, y sin el menor temor de resbalarnos y rompernos la crisma; claro está,  por sus majestuosas alas extendidas hasta alcanzar con los pies el suelo firme.

-¡¡Niños, niños… fuera, fuera del Águila, a verse visto poca vergüenza y descaro de estos niños subidos como gatos al Agila del emblema nacional!!

No podía ser de otra forma, porque apenas nos columbraban desde el cuartelillo de la Falange algún mando, ya salían indignados y enfurecidos para entre maldiciones echarnos de las alas del Águila a la que como el mejor juguete teníamos incorporados a nuestros juegos.

Piensen y mediten y verán que los mayores nunca sabemos comprender a los niños; porque pasada la niñez y la juventud, nos volvemos serios y trágicos;  sí, excesivamente serios y trágicos, como si la vida por sí misma no fuera lo suficiente sería y trágica…

Queda aquí mi relato de ayer –mis lectores-, de hace aproximadamente más de sesenta años que ocurrieron esta afinidad manifiesta entre  el Águila de un régimen político que gobernó a los españoles durante cuarenta años; y, que hoy son ya brumas y sombras del pretérito que nos llega en la postal que tuvo bien exponer en las páginas de Internet mi amiga Teresa Ruiz, donde se allegaba el paisaje de la plaza de África, la Catedral y nuestra entrañable Águila de juegos infantiles…

Y, ahora pasadas tantas décadas de aquella primera y nostálgica niñez, cabría preguntarse: ¿Dónde estará apartada «del salón en el ángulo obscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa», como cantara Gustavo Adolfo Bécquer en la famosa rima VII del arpa? Acaso los poderes democráticos del Estado actual de España, podrían enseñárosla en cualquier museo de la ciudad -si acaso no fue ya destruida- con una leyenda escrita que anunciara: «Aquí yace para siempre jamás, y sírvase para nostálgicos y curiosos, la escultura del águila del escudo nacional del régimen de Franco, donde unos niños utilizaban sus pulidas alas a modo de resbaladera para disfrute y gozo de sus juegos infantiles».

Así fueron las cosas y así las hemos contado…

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