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Aguas negras

Curioso es que los tiempos complicados, ésos que los manuales de Historia tienden a etiquetar como “convulsos”, siempre tengan el epicentro de sus sacudidas en el mismo sitio con idéntica y cíclica brutalidad. En realidad, sólo cambia el color de las estampas que pasan, sucesivamente, del carboncillo a la tinta china, del sepia al blanco y negro y del color al 3D… pero siempre son las mismas trágicas escenas las que presiden las importantes efemérides. Más tarde, esas fechas son recordadas con grandes pompas, enormes coronas y colosales museos en memoria de quienes, con un poco de suerte, sólo pudieron dejar para la posteridad una foto totalmente desubicada, un número tatuado o, en la mayoría de los casos, un amasijo de polvo en una olvidada y perdida fosa común en tierras extrañas. Así es como, invariablemente, suelen acabar las crónicas que, en forma de epitafio, relatan cómo los de siempre acaban inmisericordemente bajo el yugo totalitario de turno.
Ahora, cuando a pesar de los pesares hasta los humos contaminantes parecen filtrarse y la basura es menos desecho desde que se recicla, ahora es cuando, precisamente, la podredumbre social hace superficie contabilizada en millones de seres humanos que no tienen nada para comer… y eso por hablar sólo de los países desarrollados. Los considerados menos que nada (los que sobreviven en las naciones piadosamente denominadas “en vías desarrollo” por no decir en la puta miseria) no cuentan en las estadísticas, para qué nos vamos a engañar.
Es precisamente en este ahora cuando aquí están aflorando las ratas, como si de una epidemia de peste negra se tratase en una realidad que ya es capaz, por sí misma, de esparcir el hedor del vómito a los cuatro vientos. Sin embargo, poca utilidad tienen las advertencias (de hecho, de poco han servido) cuando vienen de lo que, despectivamente, suele ser denominado ejército de los vencidos porque, en realidad ¿quién da crédito a los eternos perdedores? La respuesta, por sabida, no deja de ser mucho más que obvia e implacable.
Así, la despiadada realidad nos devuelve a los negativos de antaño en los que primaba la limpieza de sangre y la pureza de raza y que, de no ser cumplidas por el desgraciado de turno, este acaba pagándolo con su vida en unos autos de fe cuyo nombre camuflaba lo que en realidad eran las poco cristianas hogueras (para las lapidaciones también es válida la reflexión, conste). En la actualidad, aquellas prioridades se han trocado por porcentajes de balances económicos e incomprensibles primas de riesgo que, de una u otra forma, nos acaban condenando a una moderna esclavitud. Al mismo tiempo, la sacrosanta moralidad religiosa (ponga usted la etiqueta que le apetezca, es toda suya la elección porque para el caso, poco importa) se ha cambiado por la tasa de deuda mientras que la razonada convicción ideológica se ha transformado en puro clientelismo tipo “¿qué hay de lo mío?”… y poco más, muy poco más.
El caso es que cuando ninguna de estas eternas artimañas funciona y lo burdo es tan evidente que se estrella por su propio peso, al tiempo que las mentiras dejan de ser verdades maquilladas, la turba exige respuestas más allá de lo políticamente versallesco. Entonces surge la posibilidad de que gente como usted o como yo tomemos conciencia de nuestro estado de seres con capacidad de pensar y de decidir sobre nuestro destino. Como es de esperar, en ese preciso momento, el pánico más absoluto se adueña del sistema y, a la desesperada, se abren las compuertas de las aguas negras. Un clásico.
Ejemplos pasados no faltan y, asquerosamente, ejemplos presentes tampoco. En las Galias antaño conquistadas por Julio César, el pseudopartido que encarna la fascista Marine Le Pen proyecta ya su alargada sombra sobre el Hexágono.
Bueno será aclarar que, si bien a una formación política se le suponen –insisto, “suponen”- unos principios democráticos, los del Frente Nacional no se molestan en disimular sus fines, sabiendo aprovechar las posibilidades que –afortunadamente– ofrece el Estado de Derecho. Poco a poco, allende los Pirineos han ido ganando territorios de forma holgada (venciendo incluso a la unión de la derecha tradicional y de las izquierdas, que ya es decir) en unas cantonales que, en sí mismas, tienen poco valor electoral pero que representan toda una sombría tendencia en el país de la toma de la Bastilla.
La progresión electoral del Frente Nacional es escalofriante; ya encabeza todas las intenciones de voto de cara a las inmediatas elecciones europeas, algo que significa mucho más que la subida de la extrema derecha. El sólo hecho de analizar el espectro votante de los nuevos nazis franceses nos dejaría sorpresas de mayúsculo tamaño; por ejemplo, entre sus electores se encuentran antiguos militantes del Partido Comunista Francés mezclados con hijos y nietos de inmigrantes magrebíes, sin olvidar a los despechados de la llamada política al uso, y todo ello al margen de que el candidato ganador en las cantonales del Departamento del Var (Sur de Francia) se apellida López… un poema, vamos.
No obstante, ¿los frentes nacionales de todo pelo constituyen una opción real de gobierno en una Francia carente de liderazgo, en una Europa con tantas cabezas como estados o en una España diezmada por la crisis? En estado puro, probablemente no. No obstante, la guiada inclinación que provoca la crisis nos puede deparar unos resultados aún más sorprendentes.
Al igual que aquellos alumnos mediocres que veían cómo llevándole una manzana al maestro lograban aprobar calamitosos exámenes adulando al docente, los partidos no dudarán en sumergirse en el fango con tal de agenciarse parte del pastel de poder que siempre procura la demagogia fácil, algo que se agudiza en tiempos de crisis. Como siempre, como en todo, no se puede generalizar, pero viendo las colas interminables de seres humanos (como usted o como yo, tengámoslo todos en cuenta) en las puertas de organizaciones como Cruz Roja, Cáritas o similares no se puede menos que pensar que, al margen de vivir –cómodamente, eso sí– en un universo paralelo de suelos enmoquetados, la casta política parece constantemente dispuesta a reinar sobre los despojos… con tal de reinar. El caso es que para ello, y como invariablemente suele pasar en estas ocasiones, conseguirán, a costa de cubrirse de mierda, la cuota de votos que les permita seguir utilizando coches oficiales y dietas por kilometraje.
Inmersos en una suerte de esquizofrenia sin solución, los partidos que acaben optando por el fango dialéctico terminarán atragantándose con su propia porquería para, finalmente, implosionar ante el empuje de un electorado que, tarde o temprano, reclamará con virulencia las promesas recibidas buscando, a la desesperada, los restos de espíritu democrático que aún puedan quedar en unas formaciones políticas de carácter casi irresolublemente endogámico.
La resultante es fácil de prever. Agrupaciones que se autodenominarán “independientes”, al margen de los dos o tres partidos tradicionales, se irán infiltrando en las estructuras más “básicas” del conglomerado institucional hasta que, sin prisa pero sin pausa, puedan carcomer las sobras que del Estado de Derecho hayan dejado FMI y BCE, y ello hasta forzar unas elecciones generales.
Lo que sigue lo averiguaría hasta un niño o una niña de primaria, entre otras cosas porque se encuentra en esos libros de Conocimiento del Medio de nuestros hijos que ni solemos tomarnos la molestia en hojear.
Resulta interesante recordar que el resurgir del partido de Le Pen, Front National (Frente Nacional, un nombre que algunos humoristas galos aprovecharon para realizar una parodia, afirmando que “de Frente muy poca y de Nacional menos, porque de nazi muchísimo”) no fue fruto de la casualidad, ni mucho menos.
El impulso de la formación francesa de extrema derecha, una versión “un pelín” suavizada de la ilegalizada Ordre Nouveau (con quien tuvieron una suerte de unión, pero cuyo rechazo al juego de las urnas terminó por separar sus caminos en 1974) fue consecuencia, según cuentan las crónicas, de un experimento de laboratorio salido de los sótanos de la Izquierda francesa, recién divinizada por los medios europeos y encumbrada por las urnas en los inicios de los 80. El PSF necesitaba de un sólido asidero para consolidar una mayoría que le permitiese afianzar importantes avances, además de los logros adquiridos (y eso nadie lo duda) por y para el conjunto de la Sociedad francesa.
Dicen los que saben que, ante una hipotética revancha de los votos del conservadurismo tradicional, flanqueado por el eufemismo “Derecha de toda la vida” se preparó una estrategia. Los recién llegados al Elysée (residencia de la Presidencia de la República) y a Matignon (ubicación del primer ministro) no dudaron en alimentar a un, hasta entonces, muy residual Frente Nacional para que, mediante la ley de los vasos comunicantes, siguiera la izquierda en el Poder. Convendría apuntar que todos sabían (insisto en lo de todos) que entre la fauna que poblaba el Front National se encontraban, entre otros, los reciclados mercenarios de la OAS del extinto “Orden Nuevo” (traducción literal de Fuerza Nueva en español, ¿les suena?).
Fue, sin duda alguna, la tentación de cualquier político hecha realidad: dividir los intereses del adversario mediante la creación del esperpéntico guiñol-espantapájaros de turno. Este diseño, que no tiene ni época ni color ideológico definido, persigue un único objetivo: conservar el sillón o, en su defecto, conseguirlo. Aquí, todo vale, todo está permitido con tal de llegar a manejar las palancas del Poder. El problema es que las marionetas, al igual que los muñecos diabólicos de las películas de terror, acaban por tener vida propia, a coger fuerza para terminar esclavizando a todo lo que les rodea… y en esas estamos. El caso es que, al margen de cómo y dónde nació le Front National, lo cierto es que ha ido transformándose, poco a poco, desde aquella bolsa residual de “cabreados con todos”, “nostálgicos del Gobierno de Vichy” y “neoteóricos del facismo de nuevo cuño” a la fuerza con más intención de voto en Francia, uno de los dos países más importantes de Europa. Mal vamos.
Pese a que ahora muchos se echen las manos a la cabeza sorprendiéndose de cómo la Democracia puede alumbrar tamaña barbaridad, lo cierto es que resultan inevitables las comparaciones con otras convulsas épocas relativamente recientes.
Tras el 11 de noviembre 1918 (fecha en que se firma el armisticio que pone fin a la Primera Carnicería Mundial) las condiciones económicas que impusieron las potencias ganadoras sobre Alemania fueron tan draconianas que, irremediablemente, sumieron al país perdedor en la más absoluta miseria. Lo que siguió es de sobra conocido por todos. Aquí y ahora se están repitiendo las mismas condiciones impuestas tras el tratado de Versalles, con la salvededad de que (aún) no se ha disparado un sólo cañonazo Krupp... todo ha sido muchísimo más sutil y eficaz.
Al socaire de una crisis absolutamente fabricada desde los altos organismos económicos (por cierto, ninguno de los cuales ha sido elegido por los ciudadanos) se decidió que debían abandonarse las teorías económicas que habían regido las reglas del juego desde la Segunda Carnicería Mundial para, en toda lógica, seguir los dictados de la más que conocida Escuela Económica de Chicago. Entonces, coincidiendo con la caída del imperio soviético, empezó a aplicarse a saco la Doctrina del Shock en toda Europa (antes ya había caído toda Sudamérica). Así, las imposibles condiciones que están imponiéndonos FMI/BCE y demás instancias internacionales están provocando una situación de pobreza que se agudiza cada día más a costa, evidentemente, de los que menos tienen... si es que algo tienen aún, claro.
Bueno es advertir que los chicos de los recados, siempre tan diligentes a la hora de hacer reverencias y plegarse a los deseos de quienes mandan de verdad, no han hecho nada para oponerse a tamaña dictadura. Se ve que es más fácil suprimir derechos sociales adquiridos para dejarlos en manos privadas que, de una vez por todas, oponerse frontalmente a estas decisiones. A eso hay que sumarle la pestilente corrupción política que sale a flote, evidenciando cómo insultantes e indencentes cantidades de dinero van de mano en mano a cambio de millonarios favores mientras que, vergonzosamente, se alcanzan y superan día a día, las más alta cotas de pobreza.
El caso es que todas estas componendas han provocado la aparición de fenómenos políticos típicos en estos casos: la extrema derecha y los radicalismos religiosos conforman el más puro de los caldos de cultivo para su rápida expansión... a la vista lo tenemos. Lo más curioso es que, por muy antagónicos que nos parezcan ambos fenómenos, seguramente irán de la mano para transformarse en el brazo político/armado de quienes mueven los hilos del tinglado. Al tiempo. Desdibujado el posible panel situacionista Al Sur del Edén, parece que como solución sólo nos queda, por una parte, aceptar lo que se nos viene encima sin protestar, para evitar precisamente que frentes nacionales diversos alcancen el poder y, por otra, incrustar la cabeza dentro de la telebasura y olvidar la que está cayendo, sin dejar de pensar que todo esto es por nuestro bien. Pero frente a los que optan por rendirse a las primeras de cambio o encontrar la solución en un Orden Nuevo, hay quienes piensan que otra Sociedad es posible y, digan lo que digan, de utopía nada, oiga. Seguramente estamos buscando y rebuscando estructuras que, con un siglo y medios de adelanto, ya se pusieron en práctica demostrando que organización y rechazo total al encorsetamiento doctrinario no son, en absoluto, incompatibles.
Lo que sí está meridiamente claro es que ya no se puede buscar la playa bajo los  adoquines porque si levantamos el alquitrán nos econtraremos con la blindada fibra óptica de las multinacionales, pero nada más. Por eso –entre otras cosas– se han diluido en la más absoluta nada movimientos como el 15M que, todo hay que reconocerlo, fue capaz de capaz de remover conciencias durante un tiempo... pero, ¿y ahora?
Frente a una estructura tan violenta y brutal como la que está imponiendo nuestras condiciones de vida, frente al auge de los nacionalismos (y por ende del fascismo) la opción “Flower Power” no tiene ninguna validez más allá, eso sí, de sus magníficas intenciones. Mientras damos con la tecla de la respuesta a tanto pisoteo, la imparable marea de la intolerancia sigue avanzando haciéndose cada vez con más protagonismo y actuando cada vez con menos tapujos a la hora de salir públicamente a la luz.
Evidentemente, no va a ser fácil encontrar la alternativa y menos aún lograr que nos decidamos a alzar la voz. Quizás sería bueno empezar a preguntarse ¿por qué nos cuesta tanto reaccionar ante lo evidente? ¿No será que estamos sometidos a un “adoctrinamiento malayo” que, consigna a consigna y desde muy temprana edad, ha logrado convencernos de que calladitos y apáticos estamos mejor? ¿Nadie se cuestiona  por qué ahora se desprestigia tanto a la casta política (tampoco es que ellos hagan nada por mejorar su imagen) sin ofrecer más alternativa que la razón de la fuerza? ¿Nadie quiere caer en la cuenta de que si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente y que es, en la fosa séptica sociológica, donde anidan las Marine Le Pen de turno? ¿Tan complicado es ver (del verbo “abrir los ojos de una vez”) que nos conducen, cual manso rebaño, hacia el fatídico callejón sin salida sin que nadie oponga/opongamos resistencia alguna?
Mi Mañica preferida, a la que el ascenso del fascismo le provoca un glacial frío en el alma y la hace retrotraerse a tiempos de campos de concentración, hace una vitriólica reflexión: “Me resulta curioso –afirma la de Pina de Ebro– el hecho de que seamos capaces de diseñar computadoras que sondeen el espacio infinito, encontrar una micróscopica enfermerdad o realizar trillones de cálculos en un nanosegundo, pero, al mismo tiempo –insiste- no tengamos la capacidad de ver cómo vuelven las lustrosas botas de cuero negro a paso de la oca... y ya están cerca, no hay duda sobre eso”.
Ya citado en Al Sur del Edén, el preclaro anarquista italiano Camilo Berneri (que finalmente cayó asesinado por las balas comunistas que lograron adelantarse a las de Mussolini) dijo sobre la mal llamada guerra civil española: “las bombas que hoy caen sobre Madrid, mañana lo harán sobre Barcelona y pasado sobre Londres y París”; aquí sólo cabe decir que al fascismo pujante de Grecia y Francia pronto se le unirá el de otros países cuyos ciudadanos, agotados de tanta porquería y adiestrados para no pensar, preferirán la idea de fuerza bruta, los bordados estandartes y las cerradas formaciones, a tener que decidir por su cuenta. El Parlamento Europeo va a ser la primera gran prueba de fuego, y a poco que no se reaccione, los herederos de Franco, Petain, Hitler o los coroneles griegos se harán con los organismos políticos más importantes de nuestro sistema político, esos que precisamente ahora nos masacran de forma inmisericorde con recortes en Sanidad, Educación etc. ¿Hace falta algún detalle más para subrayar cuán peligrosa es la situación?
Está claro que cada vez con más intensidad las aguas bajan negras, muy negras, y de nada va a servir intentar poner diques; o se tiene el arrojo de atajar el problema de raíz o el tsunami de la intolerancia nos engullirá a todos... claro que para ello los que gobiernan tendrían que darnos las herramientas para poder enseñarnos a razonar, cosa que no harán por superviencia propia.
Como siempre, sólo quedan dos alternativas: o nos preparamos para soportar los humos de los hornos crematorios o nos organizamos para construir una Sociedad en la que la palabra Igualdad sea muchísmo más que un término en el Larousse.
¿Esvásticas o atreverse a vivir en Libertad? Usted decide; eso sí, le advierto de que el tiempo corre brutalmente en nuestra contra... Usted verá.

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