Ceuta está cargada de simbolismo africano que se ve reflejado en no pocos monumentos, placas del callejero local, y mucha historia reciente sobre el protectorado español en Marruecos. Sin embargo, pocas vocaciones genuinas y con afán de interés exploratorio quedan en nuestra ciudad que no sean para hacer pistas en Marruecos y comprar pastitas en Tetuán. Que poca alma queda como la de Antonio Ramos y Espinosa de los Monteros, y que escasa sensibilidad se ha tenido en la ciudad con esta personalidad. Realmente, no nos sorprende. La desidia cultural en relación a los museos y a tantas otras cuestiones continúa siendo una constante en la actual política gris que nos envuelve a todos.
Como indicaba la biografía entorno a la figura de Antonio Ramos y plasmada por Alberto Baeza en 1989, “aquí en Ceuta da tiempo a morirse varias veces antes de que a alguien se le haga algún homenaje”. No es nuestra intención descubrir a Antonio Ramos, pero nos ha parecido interesante destacar tanto su faceta crítica como su vocación exploratoria para hacer una comparación con la Ceuta de hoy y con algunas semejanzas que nosotros vemos entre algunas críticas de Ramos y el discurso en defensa de nuestro patrimonio que venimos haciendo desde nuestra asociación. No obstante, no dejamos de recomendar las lecturas de las obras de Ramos y especialmente de la obra “Ceuta 1900” para darse cuenta del enorme patrimonio histórico y natural que se ha perdido hasta el presente. El provincianismo en el que está sumida nuestra ciudad ya se palpaba en la época que le tocó vivir a nuestro personaje y por eso el africanismo de Antonio Ramos, además de vocacional, era necesario para su pura supervivencia espiritual.
Muchos males derivados del provincianismo y la estrechez de miras causaron y están causando los grandes problemas que afectan a nuestro patrimonio y al futuro de Ceuta en el siglo XXI. Los principales problemas de entonces eran la ausencia de iniciativa, el militarismo y la cerrazón religiosa, y la inmovilidad territorial. Ahora los tres primeros continúan pero la fiesta consumista ha propiciado la depredación territorial en vez del racional uso y ocupación del territorio. Como marca máxima del provincianismo recalcitrante habría que indicar el retroceso de Ceuta a la situación novedosa de albergar un gran establecimiento penitenciario (no un penal, en el antiguo sentido del término). Una extraña pirueta política que pondrá en práctica un experimento socioeconómico de incierto resultado y que contribuirá a aumentar el hacinamiento poblacional que ya sufrimos dado nuestro reducido territorio. Los ecos militaristas, y sobre todo los relacionados con la religionización de la política y el crecimiento algo desorbitados de cofradías y cofrades, han sido tratados por nosotros en otros artículos de opinión. Parece que el excesivo apoyo económico a determinadas cofradías y su desviación de los fines esenciales también atrajeron la atención de Antonio Ramos que comentaba a colación de una de ellas “Esta cofradía, que llegó a reunir un cuantioso capital, como otras de otros nombres que con fines filantrópicos se crearon en Ceuta, ha desaparecido con los dineros en el más silencioso y evangélico misterio entre las manos piadosísimas de cristianos devotos, rezantes en procesiones, conductores de palios y repartidores de escapularios”. Hoy día, nosotros podríamos añadir que mientras las procesiones continúan elevando las pasiones de muchos ceutíes, no hay pocos cofrades y simpatizantes de todo este folclore religioso (muy brillante y vistoso para cualquier observador inquieto) que son capaces de vender a su familia por poder hincar el diente a un buen contrato con el ayuntamiento, o de hacer una buena operación ladrillera dilapidando territorio, flora, fauna, patrimonio histórico y hasta al mismísimo santo que están procesionando. Los capitales ceutíes tampoco salen muy bien parados en la severa crítica que hace nuestro personaje. Sobre esto expone “no debe pensarse en capitales ceutíes, pues estos, desgraciadamente, están en manos avaras y en espíritus estrechos”. La ausencia de mecenas y de inversores en cuestiones filantrópicas es algo que está de plena actualidad en nuestra bonita y marinera ciudad. Que lástima que no tengamos personas de elevado nivel económico con la cultura y la sensibilidad suficientes para invertir en proyectos culturales, que no en espectáculos culturales, donde por lógica solo se ha de obtener beneficio moral y no material.
La contribución de Antonio Ramos al africanismo, dentro del ámbito de la penetración pacífica, fue digna de encomio. Sus frecuentes visitas y estancias por las montañas de Anyera y su vocación de servicio están más que contrastadas, así como sus conocimientos del país y sus habitantes y algunas intervenciones de gran brillantez relacionadas con su viaje a Fez en 1903. A pesar de las facilidades, hoy día continúa sin existir un gran interés por la exploración del norte de África, y desde luego por Marruecos. En Ceuta, la situación es, en este sentido, lamentable, y eso atendiendo que es una ciudad fronteriza. Una reciente excepción, brillante, es la aportación del arqueólogo Noé Villaverde, que nos ha dejado un enorme volumen de información sobre la antigüedad clásica en el territorio marroquí. Poco a poco también nuestra asociación, y sobretodo el museo del mar, está intentando contribuir a través de algunos de sus miembros y ayudar a la edición de obras relacionadas con la historia natural que trasciendan a las fronteras ceutíes y abarquen un entorno más extenso. Queda mucho por hacer, pero las capacidades no asisten a los ceutíes para llevar a cabo estas empresas. Existen por otra parte, ceutistas que juegan a africanistas y compiten entre ellos por saber quienes tienen el apartamento en la costa más alejado de Ceuta. También hay una buena caterva de nostálgicos del protectorado que visitan solo Marruecos para beneficiarse de los bajos precios, pero que una vez de vuelta a Ceuta no cesan de criticar los defectos del país magrebí.
Parece evidente que la situación provinciana y cerrada en sí misma de la sociedad ceutí no ayuda a su desarrollo ni la capacita para ocupar una posición más destacada en el entorno geográfico en el que está enclavada. Ya ni siquiera el conservadurismo está permitiendo garantizar la calidad de vida, en el sentido territorial y los recursos naturales, en nuestra bonita y marinera ciudad. Por el contrario, el timoratismo provinciano unido a la codicia consumista y a la ignorancia y desdén por los asuntos ambientales está desmantelando nuestro territorio. Si tuviéramos más interés “por ser” en vez de “por tener y acumular” puede que entonces hubiera más mentes interesadas en el conocimiento y por hacer obras de exploración que nos hicieran mejores a todos y nos prestigiara como ciudad. Las obras de divulgación de conocimientos en los amplios campos de la exploración benefician tanto a lo explorado como al territorio, y repercute directa e indirectamente en el reconocimiento hacia los autores y las instituciones y poblaciones donde se impulsan y desarrollan estos estudios. Este es un buen motivo para que los mejores estén al frente de las instituciones que impulsan las investigaciones y para que nuestros campeones de los dineros se inspiren en sociedades que se prestigian con el mecenazgo al conocimiento. Nuestro patrimonio cultural y natural depende en gran medida de la inversión en conocimiento y de la importancia como sociedad que demos a las iniciativas de investigación y divulgación. La viabilidad de nuestra ciudad dependerá en alguna medida de nuestra proyección africana.
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