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Mayor control frontera=más seguridad, menos empleo

La paciencia es el arma de las personas que se dedican al comercio atípico y de paciencia se han armado los marroquíes que intentaban pasar en vehículos. Las colas llegan hasta el Hotel Ibis -seis largas horas de espera- para una vez en la frontera prohibirles a muchos el paso. Finalizada las compras tienen que armarse nuevamente de paciencia para soportar otras cinco horas en la explanada de la zona de embolsamiento. Las mismas penalidades la sufren los ciudadanos que intentan acceder a pie.
Esta semana el control sobre el paso de mercancías y personas en la frontera marroquí se ha visto reforzado con la presencia de funcionarios de paisano que han ido inspeccionando las labores de la gendarmería marroquí. Un reforzamiento que tiene mucho que ver con la poca o nada confianza que las autoridades marroquíes tienen sobre los funcionarios destinados en Bab Sebta. Un recelo que la Comisión Parlamentaria marroquí ha contabilizado en -200- que es el número de vehículos propiedad de los agentes de seguridad y de los aduaneros que prestan servicio en dicho punto. Nada nuevo, porque esta circunstancia era de dominio público como lo advertimos en varias ocasiones desde AEGC.
El comercio atípico se ha caracterizado por hacer millonarios a unos pocos y dar justo para comer a miles de personas. Un comercio en manos de explotadores que por su avaricia han arruinado la forma de vida de miles de marroquíes que sacaban un sustento mínimo. Ese es el lamento de miles de marroquíes que se dedicaban a esta actividad y miles de ciudadanos de Castillejos que ven cómo sus negocios ajenos al porteo se ven resentidos por la pérdida de nivel adquisitivo de sus vecinos.
Acabado el negocio los explotadores seguirán teniendo un alto nivel de vida, mientras los porteadores tendrán que salir a la calle a buscarse un trozo de pan.
Sin embargo, a este lado de la frontera nos encontramos con dos opiniones muy diferenciadas. Por un lado, los que aplauden el mayor control en la frontera. Los insensatos que despotricaban en los centros comerciales cuando veían miles de ciudadanos marroquíes comprando alimentos, ropa o comiendo en un bar. Esos que decían “es que no se puede comprar, esto es una invasión”. Una invasión que dejaba dinero en los comercios de alimentación, en las tiendas de confección, en los hoteles y, por tanto, creaba riqueza en la ciudad. Eran los marroquíes “turistas” como lo definían los medios y empresarios. Turistas que ya no vienen porque las largas esperas no les compensa.
Otros aplauden el fin del porteo, porque piensan que se acabarán las colas y podrán pasar a Marruecos con mayor fluidez, pero se equivocan porque Marruecos pretende asfixiar la actividad comercial entre Bab Sebta con la clara intención de potenciar el puerto de Tánger en el tránsito de mercancías y personas. La operación Paso del Estrecho será anecdótica en Ceuta, porque será la última opción para los residentes marroquíes en el extranjero con la consiguiente pérdida de ingresos para agencias y el puerto.
En este panorama desolador es normal que los trabajadores del comercio estén preocupados por sus puestos de trabajo, porque la pérdida de ventas se nota. Esta es una realidad que debe preocuparnos, porque no son los empresarios los que se quejan, son a los trabajadores a los que no le salen las cuentas, que dicen que no venden para mantener a las plantillas. Trabajadores que en caso de ser despedidos tendrán pocas posibilidades de encontrar un nuevo empleo.
Sin embargo, como apuntábamos en el titular, el fin del porteo y el menor tránsito de personas se traduce en mayor seguridad, porque el comercio atípico ha servido como coladero de muchos indocumentados por la imposibilidad de ejercer un control eficaz sobre dichos puntos.  Nunca llueve a gusto de todos, pero por suerte o por desgracia, el comercio con Marruecos y la inmigración irregular ha servido para crear empleo en nuestra ciudad. La frontera en sí ha sido generadora de empleo, porque que nadie olvide que los menores no acompañados y la inmigración irregular puede dar sensación de inseguridad -como muchos dicen- pero crea empleo como bien saben los empleados que atienden a estos colectivos.
Nunca llueve a gusto de todos.

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