Adolfo Suárez Illana se ha marcado un reto en su vida y es que el legado político de su padre se conozca en las nuevas generaciones de españoles. Esa medida lleva varios años practicándola, ya que entiende necesario que se conozca la realidad de una época de la que también reconoce que tuvo sus luces y sus sombras.
En una entrevista concedida al Grupo Faro explica que su padre tenía un especial cariño por Ceuta, Melilla y Canarias. Aún en nuestra ciudad perdura su visita en el mes de diciembre de 1980, un mes y medio antes de presentar su dimisión que provocó después la llegada de Leopoldo Calvo Sotelo a la Presidencia del Gobierno.
Una visita con la que tengo una vinculación profesional especial, ya que tuve la oportunidad de anunciarla en exclusiva en noviembre de 1980, cuando en una rueda de prensa que tuvo lugar en Sevilla le pregunté cuándo iba a visitar nuestra ciudad y me dijo que lo haría unas semanas después.
-El legado de Adolfo Suárez está clarísimo. Lo escribí en el epitafio de su tumba y sería ‘La concordia fue posible’. La Constitución de la concordia fue el mayor legado político de Adolfo Suárez y es un legado en sí mismo que no es solo suyo, sino de todos los españoles.
La hemos redactado con sus carencias, con sus defectos, con cosas que no nos gustan, pero lo hemos hecho entre todos. Lo importante no es lo que dice el artículo 131 o el 31, sino cómo fueron escritos esos artículos. La Constitución se puede modificar, pero lo que no se puede modificar nunca es la forma en que fue escrita. Ese es el verdadero legado de Adolfo Suárez: el que estemos todos de acuerdo en las normas que nos damos para el juego político.
¿Cuál es la norma concreta? Pues en un momento puede ser una u otra, pero lo que no se puede alterar jamás es la forma consensuada con que se redactó la Constitución.
-Por supuesto que lo entendería. Pondría lo mejor de sí mismo para evitar que se produjera la ruptura de la convivencia que se ha producido en Cataluña, pero, por supuesto, que lo entendería.
-La bola de cristal en la política la perdí hace mucho tiempo. Fíjese usted que aposté por ganar unas elecciones y las perdí. No soy un buen futurólogo.
La figura de Adolfo Suárez se ha ido engrandeciendo poco a poco y, en todo caso, ahora ha sufrido un punto de inflexión al alza desde el momento de su muerte. ¿Qué ocurrirá en el futuro? No lo sé, pero sí pondré mi granito de arena para que ese legado se conozca.
Lo digo de palabra y de corazón. Le puedo prometer y le prometo que no es orgullo de hijo. Lo voy a hacer no porque crea que es el mejor presidente del Gobierno que ha tenido nuestra democracia, que podría legítimamente decirlo, sino porque es un presidente del Gobierno que merece ser imitado en muchas cosas.
En España no aceptamos referentes, intentamos cargarnos al que no piensa como nosotros y que no acabe preservándose su memoria.
Adolfo Suárez es un presidente que merece ser imitado en muchas cosas. En España no aceptamos referentes”
Es una desgracia, porque de manera independiente a que sea de derechas, de izquierdas o mediopensionista, hay mucha gente que ha hecho cosas por este país y que merece la pena ser recordados. Siempre digo que Santa Teresa iba al baño como todos los hombres y mujeres de este mundo, pero no es lo que interesa. Debemos centrarnos en ella en ‘Las moradas’ o ‘El camino de perfección’, en realmente lo que merece la pena.
Felipe González, Manuel Fraga, Adolfo Suárez… cualquier político de este país que haya aportado algo bueno merece la pena ser recordado y no por los errores o flaquezas que haya podido tener.
-Parte del secreto de la Transición es el tiempo en que se hace. Si no se hubiera hecho tan rápido no se hubiera conseguido.
Usted habla de cuatro años y medio, que es el tiempo de la Presidencia de mi padre, pero son dos legislaturas distintas y yo me atrevería a decir que hasta tres, porque hay un período inicial en que fue nombrado a dedo y no era un presidente democráticamente elegido.
Le resumiría algo más: la Transición comienza con su nombramiento como presidente del Gobierno, aunque ya había una labor anterior de otros y finaliza con la aprobación de la Constitución española.
Porque después hubo que desarrollar muchas cosas, pero ya tenemos los instrumentos, ya estamos convertidos en una nación democrática y a partir de ahí cambia radicalmente la cosa. En esos dos años y medio cifro el tiempo del proceso que llamamos de Transición española.
-Las diferencias con don Juan Carlos no son de primera hora, sino que existieron siempre. Que haya diferencias entre dos políticos, aunque luego con la Constitución el Rey pierde sus poderes políticos, a mí no me preocupa.
Lo que me preocuparía es que no fuesen capaces de superar esas diferencias y acabar dando un resultado de convivencia para los españoles. Entiendo que esto último lo hicieron y con una nota extraordinaria.
-El ser estadista no depende del momento en que te toque gobernar. La época de la Transición está también rodeada de un aura de grandeza que no siempre es verdad, porque hubo momentos difíciles y complejos donde parecía que todo se iba a caer, en los que existían igualmente muchas cuestiones personales que salían al tablero, pero se superó.
Entiendo que hoy en día también tenemos grandes políticos, pero resulta que los estamos comparando con otros que estuvieron en un momento especialmente querido por los españoles.
Era un instante en el que se jugaban el ser o no ser de una nación y hoy nos jugamos más el día a día. No estamos hablando de la estructura básica y esencial de España, no hablamos de un enfrentamiento civil, porque a nadie se le ocurre que porque vaya a estar el PSOE o el PP en el gobierno vayamos a tener una guerra civil.
Sin embargo en aquel momento se pensaba que tras la muerte de Franco, si no se hacían las cosas bien podríamos haber regresado a un enfrentamiento entre españoles.
Creo que la comparación no es justa, y no es justa porque los gobernantes de hoy pueden ser tan grandes hombres de Estado como los de entonces, aunque la tarea sea distinta la que afrontaron unos y ahora afrontan otros.
-Una vez que estamos en un régimen plenamente democrático lo de una segunda Transición no lo entiendo, porque la pregunta sería si lo que pretendemos es regresar a un régimen autoritario para volver a uno democrático. No le encuentro sentido. Otra cosa distinta, y ya lo decía mi padre también, es que cada reforma no debe ser algo irreformable.
Una reforma debe ser como un escalón en una escalera, la base para el siguiente, porque de otra manera dejas de ser reformista y pasas a ser conservador de algo que no merece ni la pena conservar.
Cada peldaño que sube la sociedad española es base del siguiente, pero no se puede uno anquilosar ni rasgar las vestiduras porque haya que hacer reformas a la Constitución. Si se debe hacer se hace, pero lo que no se puede hacer es realizar la reforma para imponer tu criterio ante los demás.
En todo caso, efectuarla para realizarla porque existe un objetivo común que esa reforma cubre y nos ponemos de acuerdo todos. Hecha así, cualquier reforma de la Constitución contará con mi beneplácito, aunque fuese de la minoría que no la votase.
-Porque al estar un poco alejados del epicentro político podría tenerse una especie de desapego por parte de la sociedad española. Y eso es lo último que quería para estas tierras que son tan españolas como Asturias. Las tuvo siempre presentes e incluso las defendió con vehemencia ante las autoridades marroquíes cuando en alguna ocasión intentaron hacer valer cuestiones que no tenían ningún valor.
-No sé lo que habrá visto usted en la conferencia que acabo de dar, pero si eso no es política que venga Dios y lo vea.
-Cuando se tiene vocación política, el expolítico no existe. Soy político, miembro activo del Partido Popular, estoy inscrito en las elecciones que se van a realizar, si Dios quiere iré al Congreso y ejerceré mi papel de compromisario si resulto elegido y participo en la vida del partido.
Otra cosa distinta es la primera línea. Soy lo suficientemente mayor como para que no salga de mi boca la frase de “nunca jamás”, porque cada vez que lo he dicho me las he tenido que tragar con patatas.
Es difícil que vuelva a la primera línea, pero siempre estaré dispuesto a echar una mano a mi partido porque es la manera de servir a España y a mis ideales concretamente.
Uno de los grandes secretos de la transición fueron las diferencias entre quien era presidente del Gobierno, Adolfo Suárez González y presidente de las Cortes, Torcuato Fernández Miranda.
Una situación que finalizó con un odio visceral por parte de Fernández Miranda hacia Suárez por haberse erigido, desde su punto de vista, como el artífice de la transición.
Adolfo Suárez Illana explicó el otro día, durante su conferencia en nuestra ciudad, que ha intentado hasta la extenuación el intentar limar las asperezas entre las dos familias, pero que lo ha dejado por imposible, dado que existe demasiado “odio” generado en esta familia.
Incluso, cuenta que su padre le pidió a uno de sus máximos colaboradores, Aurelio Menéndez, asturiano como Fernández Miranda, con el paso de los años que mantuvieran un encuentro para enterrar ese hacha de guerra.
Por lo visto, Menéndez lo habló con Fernández Miranda y éste, después de poner algunos problemas, dijo que sí, pero que durante las dos primeras horas nada más que hablaría él.
Por supuesto, nunca le contó esta respuesta al expresidente del Gobierno, sino que le indicó que no había querido. Suárez Illana señaló que Fernández Miranda tiene tres intervenciones esenciales en la transición, pero que no fue el padre de la misma.
La primera, por supuesto, cumplir con el encargo del Rey para que Adolfo Suárez estuviera incluido en la terna que el Consejo de Estado le debía presentar para el nombramiento. La segunda, la redacción de la Ley de Reforma Política en su primer borrador y la tercera y última, cuando siendo presidente de las Cortes logró que los procuradores del Régimen franquista aprobaran la mencionada ley.
Además indicó que su padre, a los pocos días de ser nombrado presidente, hizo un manifiesto con el camino que se iba a emprender y que se cumplió a rajatabla a lo largo de los siguientes doce meses hasta que se produjeron las primeras elecciones el 15 de junio de 1977.
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