Con un mensaje telefónico. Así se despidió
uno de los más de 20 menores marroquíes llegados a Ceuta en las últimas horas. Estudiaba, hacía deporte, tenía buena relación con sus hermanos y amaba con locura a su madre. A pesar de todo ello se echó al mar y optó por unas palabras en el whatsapp para que su progenitora conociera el pase. Ni un beso, nada. Ahora está en el centro de
La Esperanza con otros menores, muchos son amigos del mismo barrio y con patrones familiares similares. Tienen un hogar pero aseguran que carecen de futuro y vienen, por eso vienen. Algo tan básico como el derecho a prosperar, nada que ver con ningún efecto llamada ni con el reciente fallo del Tribunal Supremo. Con un mensaje sencillo se despidió este niño de quien lo parió, de quien ha tenido que enterarse de que estaba vivo y a salvo por las noticias, de quien no previó este resultado. Quienes dicen que los padres animan a estas marchas generalizan un cuadro incierto. A estos
jóvenes se les ‘vende’ una realidad que no siempre es la buena, con la que aspiran a volver a su tierra algún día con un trabajo y un futuro. Los amigos que salieron de uno de los barrios de
Castillejos visten ropa básica y habitan ya el centro de Hadú. Un par de fotos, todas en grupo, resume el fin de un cruce movido únicamente por las malas condiciones de la mar, movido por esa consideración falsa de que habrá menos vigilancia en el mar. Las muertes no frenan unas prácticas temerarias y en muchos casos improvisadas de adolescentes que ya hablan de la falta de futuro y que quieren huir de su país. Casi 180 chicos conviven en los recursos habilitados en el centro de Hadú, más de 40 llegaron en enero. Otros quedaron en el camino, nunca más se supo de ellos. El camino sigue. “Buscar la vida”, dicen.