Decididamente, Europa pacta con su mal. Y ese mal tiene un nombre: el multiculturalismo. El multiculturalismo, como he escrito alguna vez, se disfraza –lo disfrazan– de progreso, humanitarismo, tolerancia, igualdad, fraternidad, humanismo, etcétera, pero, en realidad, se trata de un plan criminal y despiadado, perfectamente diseñado, para destruir los pueblos europeos. Es un plan para llevar a cabo la gran sustitución étnica de los pueblos europeos por otras poblaciones ajenas a Europa procedentes de África y Asia, principalmente. Es, digámoslo ya, un genocidio por sustitución. Todas las explicaciones que nos dieron y nos dan para hacer deseable esta inmigración masiva son falsas y fueron pensadas para domeñar a Occidente. El fin encubierto, que no deja de ser bélico, de esta inmigración masiva es el de conseguir la ruina –digo bien, la ruina– de las sociedades occidentales, y, de este modo, ser suplantadas por la sociedad multicultural. Y ¿qué se pretende con todo esto? Pues acabar con el sentido de nación: una masa mestiza, sin sentido de nación, sin sentido de pertenencia a una cultura y civilización es más maleable y fácilmente utilizable, se convierte en brazos de alquiler. El multiculturalismo hace dóciles y fácilmente manejables a los pueblos ¿Y a quién beneficia? No hay que perder de vista que al fondo de todo ello está el Nuevo Orden Mundial, cuyos hilos maneja el sionismo y, su brazo oculto, la masonería. Lo cierto es que los organismos internacionales siembran el sentido de culpabilidad en los europeos con el fin de que nos entreguemos sin reacción alguna a la invasión tercermundista africana y asiática, en aras de la tolerancia, todo ello con el fin de lograr la ruina de la identidad europea para conseguir, así, un mundo universalizado. Es tal la perversidad y la pertinacia de los apóstoles de esta criminal ideología, que se han empeñado en que las sociedades occidentales sean multiculturales, pero, sin embargo, no predican ese ponzoñoso multiculturalismo en los países arabo-islámicos, en los asiáticos o en los países de la negritud. He ahí la maldad tanto de la ideología multicultural como la de sus apóstoles.
Ejemplo de ello son las declaraciones de una tal Barbara Lener Spectre, directora del Instituto judío Paidea, organismo que fomenta y alienta el multiculturalismo en países occidentales, pero no en Israel. Sus declaraciones a este respecto no ofrecen la menor duda: “Europa todavía no ha aprendido a ser multicultural y pienso que vamos (los judíos) a ser parte del alzamiento de esa transformación que debe tener lugar. Europa no va a ser las sociedades monolíticas que una vez fueron en el siglo pasado. Los judíos van a estar en el centro de eso”. Ponga el nombre de esta señora en un buscador y vea el vídeo. La Europa multicultural sólo es el primer paso hacia la dictadura del Nuevo Orden Mundial.
En este contexto, la Unión Europea (UE) ha presentado un documento emanado de un Comité para las Libertades Cívicas (LIBE) cuya lectura induce a sospechar que hay gato encerrado. En una lectura reposada del mismo se advierte que un lavado de cerebro y una intimidación subrepticia van obligar, si no a forzar, a los europeos al silencio sobre la inmigración masiva y sus efectos perversos y destructores. Pareciera que el documento hubiera sido extraído de las páginas de 1984, de Orwell. Bajo la guisa de “tolerancia con la diversidad” subyace una “ola de represión legal”, lavado de cerebro y reeducación de la ciudadanía, desde el parvulario hasta los niveles más altos de educación, incluso hasta las personas adultas, para excluir cualquier intento de expresar oposición a la inmigración masiva y a su perversidad en la destrucción de las sociedades occidentales, y que el ciudadano europeo se entregue sin rechistar en brazos de la sociedad multicultural. Es un canto a la diversidad artificial producto de la inmigración masiva que desemboca en sociedades multiculturales. Lo que hace, asimismo, sospechoso el documento es que entre los cinco expertos que lo han elaborado se encuentre como presidente un judío, Yoram Dinstein, de la Universidad de Tel Aviv. Los otros cuatro son de Italia, Estonia, Suiza y Alemania. ¿Qué hace un judío de la Universidad de Tel Aviv presidiendo ese Comité? Parece que el círculo vicioso se va cerrando alrededor de los europeos.
Sin embargo, mientras aquí la judería, sionista o no, defiende la inmigración masiva a Europa y Occidente, Israel cuenta con una de las políticas de inmigración racial más restrictiva del mundo, según se puede leer en el digital AD. Israel está dispuesta a llevar a cabo pruebas de ADN para asegurarse que ningún no-judío de Rusia entre en el país. Según anunció la oficina del primer ministro en Tel Aviv. Obviamente, esta demanda de pruebas de ADN entra en contradicción con la apertura de fronteras que las organizaciones judías exigen en EEUU y otros países.
Esta miserable y perversa política multicultural, que desde la Unión Europea se alienta y estimula, está conduciendo a la ruina a las zonas de los países –y a los países mismos– en donde la masa inmigrada se ha asentado, así, en Reino Unido, Suecia, Noruega, Francia, Holanda, Bélgica, España, Alemania… En todos ellos se han configurado barrios-guetos en los que las leyes de los países que los acogen apenas atraviesan las puertas de esos guetos. Los disturbios étnicos son moneda común, y ello es debido a que esos inmigrantes no se identifican con los valores, costumbres, leyes, normas y reglamentos de las sociedades que los acogen. Se identifican con su propio grupo étnico, no defienden más que los intereses de su grupo étnico y, lo que es aún peor, consideran que las zonas en las que viven les pertenecen.
Estos conflictos, que tienen lugar con cierta frecuencia, son debidos principalmente a tres razones: 1.- Heterogeneidad de culturas viviendo en un espacio muy reducido; 2.- Permisividad en la entrada indiscriminada de inmigrantes procedentes de las más variopintas culturas y países sin que haya dado tiempo a que se vayan integrando. No es posible integrar a masas de población que llegan constantemente; y 3.- Débil o nulo sentido de pertenencia de las minorías al territorio en que viven. Estos son los ingredientes de un cóctel explosivo llamado inmigración (legal e ilegal). Europa viaja, de seguir así, a toda velocidad hacia la catástrofe.
El 3 de julio de 2010, después de cinco días de búsqueda, encontraron ahorcada en un bosque a Kirsten Heisig, juez de menores en Neukölln, barrio de Berlín, una especie de territorio islámico independiente en el que viven, por separado, 139 etnias diferentes. En este barrio el 95% de los niños escolarizados no habla alemán. Esta juez escribió un libro titulado El final de la paciencia en el que cuenta lo que ha visto: tráfico de niños palestinos sacados de los campos de refugiados de Oriente Medio, crímenes imposibles de perseguir porque los que los cometen son menores de 14 años, humillación continua de la mujer musulmana, etcétera. La solución, según ella, es “cortar de raíz los beneficios sociales” que el Estado providencia otorga a los inmigrantes y que son los que permiten que Neukölln viva en el delito y la discriminación.
Antes de suicidarse envió el manuscrito a la editorial y, asimismo, envió un sms a su familia: “Esto me supera, es demasiado para mí”. En su libro puede leerse esta frase: “Los jóvenes turcos y árabes no están interesados en los valores ni en las leyes alemanas. Son indiferentes al sistema. Quiero que las jóvenes generaciones de alemanes tengan las mismas oportunidades que he tenido yo”. El futuro de Europa va a ser terrorífico. No es cuestión de racismo, es supervivencia.
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