Soy afiliado a la federación de enseñanza de CCOO desde hace más de treinta años. Durante algunos años he ostentado cargos electos de responsabilidad, y mi compromiso y lealtad con el sindicato y los trabajadores que tenía el honor de representar creo que ha sido siempre incuestionable.
Hasta ahora siempre había creído en el sindicalismo de clase. La contribución de CCOO en la lucha contra el franquismo y la llegada de la democracia a España fue más que notable.
Todo ello, unido a su histórica aportación al avance de las libertades individuales y sociales y la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores me hizo afiliarme al sindicato prácticamente al comienzo de mi carrera docente.
Con profunda tristeza y decepción, en el día de hoy, a través de este escrito que envío al Secretario General de CCOO, curso mi solicitud de baja en el sindicato al que he pertenecido toda mi vida. Puedo comprender que, en un sindicato de más de un millón de afiliados, transversal, independiente, y no adscrito a ningún partido político se den diferentes corrientes ideológicas.
En las publicaciones del sindicato, en las que en ocasiones he colaborado, he leído opiniones con las que discrepaba radicalmente, de igual manera que probablemente otros afiliados habrán discrepado con las mías.
Recientemente en la revista Trabajadores de la Enseñanza dos supuestas pedagogas de cuyo nombre no quiero acordarme y autodenominadas feministas nos ofrecían un decálogo de prácticas docentes plagado de tintes totalitarios, cuando no grotescos, en los que incluían, entre otras perlas, prohibir la práctica del fútbol en los patios del colegio (¡por considerarlo machista!) así como la enseñanza de los autores literarios cuya ideología -según su sesudo análisis- consideraban misóginos (citaban como ejemplo a Pablo Neruda, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte), y otras no menos estrambóticas instrucciones para enseñarnos a ser profesores no sexistas.
http://www.te-feccoo.es/2018/02/15/breve- decálogo-de- ideas-para- una-escuela- feminista/ Aunque la publicación de este esperpéntico decálogo ya motivó la baja de un buen número de profesores afiliados (y profesoras, por supuesto), no deja de ser la opinión de las dos señoras que lo firmaban.
Hasta aquí, nada -o al menos no mucho- que objetar. Más peligroso e incomprensible me parece la connivencia, cuando no romance, de CCOO con el nacionalismo excluyente que ha provocado recientemente la mayor crisis de la democracia española en cuarenta años. Y viene de atrás.
Hasta ahora eran gestos, guiños y complicidad. Como cuando CCOO niega en su lenguaje oficial la condición de nación a España -término que sustituye sistemáticamente por el término administrativo Estado- pero sí se la concede generosamente a Cataluña. El nombre de la federación de enseñanza de CCOO de Cataluña es “Comissió Obrera Nacional de Catalunya”. Es la única federación regional que utiliza la palabra “nacional” en su denominación.
Jamás CCOO utiliza este término para referirse a nuestro país. O como cuando CCOO ha hecho suyas las tesis independentistas que niegan la existencia del adoctrinamiento escolar en Cataluña, o de la condición de portavoces al servicio del independentismo de los medios de comunicación públicos (y privados subvencionados), cuando la evidencia de la utilización del control absoluto de la Educación y los medios para fines nacionalistas e independentistas deja muy poco lugar a discusión. La connivencia del hasta hoy mi sindicato con el nacionalismo, y últimamente con el independentismo resulta ya demasiado explícita.
Se acabó la ambigüedad. La gota que ha colmado el vaso ha sido el apoyo y la participación de CCOO a una marcha convocada en Barcelona el 15 de abril en apoyo a los llamados presos del “procés”.
Unos presos que no son sino golpistas que han tratado de subvertir el orden constitucional español. Y han tratado de hacerlo en nombre de un nacionalismo supremacista, xenófobo que tiene su origen en la burguesía catalana de hace más de un siglo. Están en prisión preventiva porque así lo han dictaminado los jueces.
El intento de injerencia de mi sindicato en la actuación de la justicia, de la mano de un nacionalismo independentista propio de la derecha más insolidaria es la línea roja (roja de inadmisible, no de izquierdista) que me ha llevado a decir basta. Se acabó.
Hasta aquí hemos llegado. CCOO se define como internacionalista y multicultural. No hay nada más confrontado a estos conceptos que un nacionalismo burgués, insolidario y supremacista como el de algunos partidos políticos y asociaciones catalanes.
Con su connivencia, CCOO ha dejado de ser de izquierdas. Dios mío, si Marcelino Camacho levantara la cabeza. Me voy con enorme pena, porque en CCOO he conocido hombres y mujeres que se han dejado la piel por una sociedad más justa, más solidaria y más fraternal.
En mi despedida hago mías las palabras que pronunció recientemente Paco Frutos, catalán y exsecretario general del PCE y dirigente de CCOO: “Soy un traidor al racismo identitario que estáis creando”. Yo también lo soy. Y me voy. No puedo ser cómplice, con mi afiliación y mi cuota, de un sindicato que va de la mano del nacionalismo insolidario y supremacista. Con lástima, con dolor, con nostalgia de otros tiempos en los que fuisteis más justos, adiós Comisiones Obreras.
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