Adiós a la línea de interés público

Cierto es que, por activa y por pasiva, la Delegación del Gobierno ha insistido en el mensaje de la tranquilidad, en vender eso de que nada pasa porque se pierda la línea de interés público y ninguna naviera se vea en la obligación de prestar el servicio entre ambas orillas. Cierto es que ese mismo mensaje es el que se nos está metiendo por los ojos cada vez que perdemos algo que se había ganado. Es una forma de convertir en normal lo que, en mi opinión, no lo es.
Una Ceuta cuyas comunicaciones quedan mermadas cada vez que al temporal le da por aparecer no puede estar sometida a la incertidumbre, ni a la querencia de las navieras por realizar servicios que más se basarán en su antojo que en una obligación. Perder la denominada línea de interés público es dar un paso atrás, porque ya no habrá autoridad que pegará encima de la mesa para hacer cumplir con unas comunicaciones que, conociendo el pitorreo que siempre ha existido en el ámbito marítimo, nos dejan vendidos.
Y para mí resulta grave, mucho, que de la noche a la mañana Ceuta se queda sin conexión. Con la línea aérea ya perdida (lo cierto es que la construcción del helipuerto de Algeciras fue un sueño de ricos con vacas gordas ajenas disponibles), la marítima adquiere mayor peso y una ciudad desarrollada no puede permitirse el lujo de quedarse sin enlace, de contemplar una jornada sin que salgan barcos y conformarnos porque nos están metiendo por los ojos que eso es algo normal y todos sabemos que no lo es.
Lo grave del tema es que parece que ni se puede debatir sobre el asunto. De la noche a la mañana todos los sectores con peso en la ciudad se han callado, no han opinado al respecto... incluso la Ciudad que parecía crítica ha optado por cerrar el pico. Esto me recuerda al gran proyecto de la cárcel, cuando todos tenían que estar de acuerdo con él porque era beneficioso para la ciudad e iba a crear no sé cuantos puestos de trabajo. Todo era mentira, pero todo se preparó de tal forma que el que criticaba el proyecto parecía no querer a Ceuta. Ahora, respecto a un asunto básico, se implanta la misma ley del silencio. A nadie le parece grave que la ciudad pueda quedar aislada ni que una compañía esté obligada a garantizar que esto no se produzca. Esto resulta ya indecente.