Cuando no se cuenta con capacidad para demostrar que se sabe lo que se está diciendo o haciendo, se actúa a la defensiva con la esperanza de que pueda valer para algo esa actitud. No siempre se logran los objetivos que sería necesario alcanzar pero, cuando menos, se puede llegar a conseguir una dilación en el acoso que se esté sufriendo o en el que se estima que puede llegar a presentarse.Es una habilidad que no todos poseen, pero a la que se recurre como medio de salvación bajo modalidades muy diferentes; desde las genialidades hasta las más tremendas torpezas.
La desesperación motiva, a veces, decisiones alocadas, faltas de sentido lógico, imprudentes y hasta confusas para quienes han de sufrir sus efectos, pero esto no suele ser tenido en cuenta por quienes actuando a la defensiva están dominados, a su vez, por el peso de la desesperación.Gran parte del mundo está actuando a la defensiva, con decisiones que no siempre producen los resultados apetecidos y es ya bastante largo ese periodo de tiempo falto de seguridad en sus actuaciones y en la falta de seguridad para gran parte de la población mundial.
La consecuencia lógica de esa situación es que la gente está perdiendo o ha perdido ya la confianza en quienes gobiernan en los países que están obligados a actuar a la defensiva. Se piensa, de ellos, que no están a la altura de las circunstancias y, lo que es peor, que no consiguen la sintonía necesaria con la sociedad a la que están obligados a servir.
Ellos también saben que no gozan de la confianza de la sociedad para resolver los problemas existentes y actúan a la defensiva, tanto en el análisis y toma de decisiones en las cuestiones de gobierno, como en su relación con la sociedad, a la que mantienen escasamente informada y no pocas veces dejando de exponer lo esencial.
Así resulta que no sólo se encuentra a la defensiva el país frente a otros países, sino que también los está contra la sociedad y, como consecuencia, la sociedad contra el gobierno. El resultado no puede ser otro que desconfianza y temor ante el futuro, tanto el próximo como el lejano. El día a día está lleno de sorpresas inexplicables y es necesario recuperar la confianza en quienes gobiernan; pero esto no se consigue actuando a la defensiva; es imprescindible un cambio radical de actitud y esto ya se lo han dicho, en la forma y lugar adecuado, por quienes representan forma de pensamiento y actuación bien diferentes de las que ahora tenemos.
La sociedad de un país no debe estar dividida, aunque no todo el mundo piense exactamente lo mismo.¿Qué duda cabe que la formación de unos y otros puede tener diferencias de matices? Pero lo que resulta verdaderamente decepcionante es el antagonismo existente, más de conveniencia que verdadero, más propio de sistemas autoritarios que de libertad personal. ¿Es esto que vivimos lo que realmente quiere una sociedad libre, amante de la verdad y del respeto a cualquier otra persona? Hay que lograr esa sociedad de vida más digna, más verdadera, más unida y comprometida en la solución real de cuanto problema - de fuera y de dentro - nos acosa y daña.
Hay que dejar de actuar a la defensiva, por mucha que pueda ser la habilidad que de tenga para ello. Es necesaria otra actitud más activa dentro de las normas democráticas.