Opinión

Aceitunas Loli y José

Vuelvo a Ceuta y dejo una de mis patrias. El verano termina a fogonazos, atrapados por incendios y midiendo cada gota de agua que queda para salvar cosechas y proveer a los hombres de la vida que sale por los grifos.
Cada vez que zarpo en el ferri suelo hacer un balance de lo que voy dejando atrás y vivo el futuro con dudas e incertidumbres que han dejado de importarme. Serán los 58 años los que te hacen abrazar el estoicismo y ver el porvenir como algo escrito e inapelable del que no podemos escapar.
El tiempo de la felicidad queda lejano y en los jardines que plantamos las flores desaparecieron en los abriles remotos.
Suelo, en las horas estivales de julio y agosto, ir recomponiendo rompecabezas para conocer quién fui y que es lo que queda de ello en el momento en que escribo estas palabras. Así son las tardes veraniegas, momento de ir cerrando capítulos y cicratizar heridas para no perderse en las asignaturas pendientes que no pudimos superar.
He paseado por los huertos ilicitanos y visitado lugares que dejaron de existir. En ellos crecí, derroche mi adolescencia y la fuerza de la juventud.
Me viene a la memoria el mercado de abastos. Se inauguró en 1962 y aún me faltaban dos años por nacer.
Todos los sábados buscaba el refugio en un puesto de aceitunas en el que trabajaban dos amigas del alma: Loli e Inma.
Bajo aquellos manjares de montañas aceitunadas, altramuces, mares de encurtidos de todo tipo y aromas a sal y vinagre, aguardaba las charlas censuradas por José, el padre de mis amigas. Siempre me espetaba; “Carlos, Loli e Inma no te pueden atender, hay mucha clientela” pero dibujaba una sonrisa de buena persona que le quitaba hierro al asunto. Su lema era “mientras haya trabajo, no hay fronteras entre el día y la noche”.
Mientras tanto, yo ejercía de cleptómano consentido saboreando todo tipo de esos manjares que parecían pronunciar mi nombre. Para no dejar pruebas del delito, escondía los huesos en los bolsillos o, disimulados, los esparcía por el mercado como un pulgarcito que quiere volver a su casa. Me asombraban los cartuchos de papel en los que se depositaban los pedidos: simétricos, hechos a la medida del peso y adaptados a la variedad de encurtidos.
José, el fundador, tenía un pequeño campo en el que le iba dando el alma a estos frutos de la tierra: partía aceitunas e iba sumergiéndolas en el agua, las atrapaba en hinojo y llovía las garrafas con una fina sal santapolera.
En pleno auge del mercado y del modesto puesto de José se reforzó el negocio con un empleado, Martín, fue tratado como uno más de la familia.
Inma, uno de mis amores imposibles dejó de trabajar y por otras circunstancias, se alejó para no volver nunca.
Loli y su marido fueron transformando y adaptando el local. Llegó género de todos los lugares: rellenas con queso, tomates dulces, cornicabras, al mojo picón, ajos negros, banderillas de anchoas y piparras, perlas del Guadalquivir, alcaparras, tapenotes, tallos, variantes triturados para ensaladilla, cuquillo, pequeñas aceitunas aplastadas, secadas al sol y embadurnadas con aceite y orégano.
Las grandes cadenas comerciales fueron devorando las compras tradicionales y las persianas cerraron a cal y canto este tipo de zocos comerciales.
En el Mercado de Elche, tras promesas y promesas de los políticos , algunos placeros de atrincheraron durante meses, pero ya era una muerte anunciada.
Loli y José volvieron a empezar de nuevo en una de las callejuelas cercanas. Había que seguir con la tradición olivera de 80 años que fe heredada de padres a hijos.
Hace unos meses que Loli falleció y nos dejó sin una parte importante de los que la quisimos.
Ahora todos los veranos rememoramos anécdotas y personajes pintorescos propios del surrealismo cotidiano: Sexi 69 gritando a los cuatro vientos su amor al, Elche club de fútbol; Doña miserias pidiendo la aceituna una por una y señalandolas con el dedo; no quería cazo para ponérselas, pedía que se las cogieras con unas pinzas tristes; hombres y mujeres contando sus penas; el señor del Opus, predicador incansable; echadores de cartas, negacionistas, artistas, vendedores de seguros, loteros, ilicitanos ausentes; la Señora Encarna vendiendo cocas, dulces y empanadas.
Clientes octogenarios que cuentan sus vidas describiendo aquellos placeros de 1961.
Es como si 2 Aceitunas Loli y José” fuera la Puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo.

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